DOPAMINA, REDES SOCIALES Y CAMPAÑAS ELECTORALES

José Alberto Márquez Salazar

José Alberto Márquez Salazar

Ya sea durante el discurso del presidente de la República, en un debate en la Cámara de Diputados o Senadores, mítines políticos o en las reuniones de trabajo estratégico y mesas redondas de las campañas electorales, la mayoría de las personas dedicadas al ejercicio político pasan más tiempo mirando su teléfono móvil (las redes sociales) sin atender el momento que viven.

Una institución ubicada en Perú, el Instituto de Neurociencias Aplicadas, define bien la relación entre redes sociales y la dopamina:

“La dopamina es un neurotransmisor que juega un papel importante en la recompensa y el placer. Cuando recibimos una notificación o un ´me gusta´ en nuestras publicaciones de redes sociales, nuestro cerebro automáticamente libera dopamina, lo que nos hace sentir bien, y es esta sensación de recompensa lo que nos motiva a seguir usando las redes sociales en busca de más interacciones, creando así un círculo vicioso de gratificación instantánea.”[1]

EL VOTO DE LAS PERSONAS, EVITAR EL ERROR

¿Qué sucede cuando la discusión política y las campañas electorales parecen dirimirse en las redes sociales?

El uso de las redes sociales en los asuntos públicos promovió la promesa de que sería una ágora de expresión democrática, un acercamiento de los ciudadanos con los funcionarios públicos y un escenario del debate público donde las personas participarían sin limitación (evidentemente en la esfera de quienes cuentan con medios digitales).

En el caso de México, la discusión pública no corre ese camino dado que la mayoría de los participantes aún no están preparados para ejercerla adecuadamente. Si el debate público en México se ha polarizado en la discusión presencial, ¿por qué podríamos aspirar a un mejor debate en lo virtual, en ese espacio donde el anonimato, el monologo, el insulto y la desinformación predominan?

Hay algo que debemos atender: Sean quien sean los promotores de la polarización en la discusión pública, después de la elección de este año, la estabilidad emocional de muchos de sus participantes y de los electores quedará dañada o más dañada.

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Quienes están interesados en la discusión pública y en el escenario de las campañas electorales, me refiero particularmente a los electores, amanecen con datos –no necesariamente información- que evidencia los errores de  unos y otros de los competidores y reciben una inyección emocional que los condiciona.

En las diferentes reuniones que tenemos a lo largo del día, el tema electoral surge y con él los calificativos sobre las personas candidatas. El tema de la elección se ha convertido, para muchas personas, en algo que los implica vitalmente pues los discursos/propaganda de las competidoras invitan diariamente a estar en ese camino.

Más que en otras elecciones, en las redes sociales hay decenas de promotores, propagandistas y simpatizantes disfrazados de periodistas, analistas y especialistas. De la noche a la mañana los que ayer apenas balbuceaban noticias hoy son los grandes influencers y gurús políticos y electorales. Pero más aún, la mayoría no asumen la responsabilidad que implica la comunicación pública.

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Aún no tenemos una medición o análisis de la forma en que las redes sociales impactan en la cosa pública en México dada la construcción de un mundo virtual. Menos aún, sobre la forma en que impactará (o ya impacta) en la salud emocional de los electores, de los gobernantes y en el ejercicio de gobierno.

A la sociedad del cansancio de la que habla Byung Chu Han, debemos agregar los cambios emocionales que muchas personas experimentan al mirar en las redes sociales el “espectáculo” político que tenemos en México.

La mayoría de los participantes en la elección, que hacen campaña desde las redes sociales, cercen de la mínima capacidad de la autocrítica, pero están desbordados de la dopamina que alimenta la creencia en lo que escriben, promueven o difunden, porque los hace sentir bien a ellos y a sus seguidores. Sin notarlo, vuelve propaganda datos y construyen la promesa de un futuro no necesariamente alcanzable.

Las personas que ejercen la política son imperfectas, es algo que no nos atrevemos a reconocer. Desde la izquierda a la derecha pretenden vendernos a figuras inmaculadas que salvarán al país y nuestras vidas, como sucede constantemente.

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Los promotores de cada uno de los participantes buscan maximizar los errores de los contrarios, como si el “chicle pegado” en una silla o el grito de “¡quita la mano!”, fueran esenciales para el ejercicio de gobierno.

Cuando las personas electoras deciden su voto es poco probable que cambien de opinión. Por esa razón, ante las contradicciones, equívocos y errores de su candidata o candidato, los mensajes opositores en las redes sociales les provocan cambios emocionales.

Las redes sociales utilizadas en la promoción de campañas políticas están generando una fuerte dosis de dopamina entre personas electoras, simpatizantes, afines y promotores de tal o cual candidato. Lo que hay después es un bajón emocional.

Tras la elección de junio, no serán pocas las personas, desde candidatas y candidatos hasta electores las que experimentarán una disminución de dopamina que, probablemente, se transforme en el inicio de una nueva batalla que acrecentará la polarización y tendremos servidores públicos dominados por las redes sociales y la necesidad de inyección de likes.

[1] Instituto de Neurociencias Aplicadas [En línea]  El impacto de las redes sociales en nuestro cerebro (neurocienciasaplicadas.org) [Consulta: 22 de marzo del 2024]