Todos Somos Fifís

No conozco nadie a quien no le gusten las comodidades. No conozco gente a la que no agrade vivir bien.

No conozco nadie que no trate de festejar de la mejor manera acontecimientos como bautizos, cumpleaños y bodas.

Todos tratan de brindar lo mejor a sus invitados y amistades. Lo mejor que esté al alcance de sus bolsillos e incluso un poco más allá, toda vez que para este tipo de eventos se ahorra con antelación para formar un fondo suficiente, destinado a sufragar el costo. Incluso hay quienes se endeudan para estos efectos y existen hasta algunos suertudos (remember Rubí) a quienes nunca falta quien les pague sus caprichos.

En el caso de la boda de César Yáñez, flamante vocero del hoy presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, nos preguntamos cual de todos estos supuestos es el que aplica.

Primeramente porque MORENA prometió austeridad y la boda, se mire de donde se mire, fue cualquier cosa, menos austera y la pregunta obligada al efecto, es la misma que se hacía el inmortal intérprete de las cumbias: ¿quién pompó?

Y si bien puede argüirse, que la austeridad es una condición aplicable a los asuntos derivados de la cosa pública, no podemos olvidar la actitud de juarismo a ultranza asumida por el hombre de la Chontalpa, que manda a los servidores públicos vivir en la honesta medianía que proporciona su retribución. De suerte tal, lo menos que esperamos es congruencia entre el discurso y la conducta de los protagonistas de la cuarta transformación.

Porque si bien es cierto que la boda es un asunto de índole privada, al tratarse de quien se trata, el tema toma otro cariz y de vuelve de orden público, al menos en lo mediático.

Y si bien es cierto que cualquier persona querría una boda en las mejores condiciones posibles (es decir, que en estos argüendes todos somos fifís, dada la prédica lopezobradorista), es importante que el vocero presidencial transparente las cuentas de su enlace.

Porque a ninguno de nosotros como particulares, nos interesa si los gastos fueron sufragados por Yáñez o su esposa, pero si nos interesa saber de donde obtuvo el vocero de López Obrador los fondos, en el caso de que hubiera hecho aportaciones parciales o hubiera corrido con la totalidad del costo, porque si tomamos en cuenta que hasta hace poco, el hoy presidente electo apenas devengaba cincuenta mil pesos mensuales, ¿cuanto sería lo que percibiera su encargado de prensa?, ¿cuanto tiempo le llevaría juntar los más de nueve millones de pesos, que en cálculos conservadores se cotizó el connubio?

Porque además, dada la posición que ocupa y el cargo que detentará César Yáñez, que implica prácticamente ser el picaporte del titular del ejecutivo, ¿quién nos asegura que la boda no fue sufragada por algún empresario, ávido de congraciarse con el nuevo gobierno federal?, ¿quién nos asegura que el padrino encargado de pagar, no buscaría ser jugosamente recompensado para recuperar el monto de lo erogado?

Y aquí hay que deplorar que en estos casos, no hayan mecanismos eficientes de fiscalización, que permitan detectar el origen de los fondos utilizados y que aporten certidumbre a la ciudadanía y medios de comunicación.

Porque además el acontecimiento fue prolijamente reseñado por revistas del corazón, nacionales y extranjeras, las mismas que López Obrador y sus seguidores despreciaron en tiempos no muy lejanos; y si bien es cierto que a veces viven del chisme, también lo es que solo dan cobertura a aspectos que les reditúen ganancias en lo económico, por pago directo del interesado en difundir o dar a conocer algún asunto en particular.

Por tanto, resulta completamente fuera de lugar la respuesta dada por el presidente electo a los cuestionamientos de la prensa, indicando que no fue el que se casó y justificando a su empleado, diciendo que se trata de ataques de sus adversarios, que aprovechan cualquier oportunidad para criticarlo.

La transparencia sería maravillosa para despejar dudas en este tema, máxime que habemos curiosos que no solo nos preguntamos respecto del importe de la boda, sino del que tendrá la luna de miel, dependiendo del destino y la duración.

Sería fantástico que el presidente electo solicitara a su colaborador hacer pública la información relativa a su enlace, para despejar cualquier clase de dudas que pudieran surgir. La transparencia y la manera distinta de proceder implicarían una diferencia sensible con el régimen anterior. De lo contrario, no tendríamos los mexicanos más que poder suponer que se trata de la misma gata, solo que revolcada.

El discurso convence, pero el ejemplo arrastra. ¿Acaso alguien podría asegurar lo contrario? Esperamos ansiosos respuestas.

Dios, Patria y Libertad