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El falso heroísmo de Sean Penn

Por: Javier Garza Ramos

 

“Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy al infierno”. La frase se hizo célebre en la prensa mexicana cuando el legendario periodista Julio Scherer García la usó para explicar su entrevista con Ismael ‘El Mayo’ Zambada, uno de los líderes del cártel de Sinaloa.

Scherer no tuvo que ir tan lejos para encontrar al Mayo, uno de los capos de la droga más escurridizos en México. En la primavera de 2010 viajó a un lugar desconocido, probablemente en el Estado de Sinaloa o el vecino Durango. Cinco años después el actor Sean Penn viajaría un camino similar por la misma zona montañosa de la Sierra Madre Occidental para conocer y entrevistar al socio más famoso del Mayo, Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán.

La entrevista publicada en la revista Rolling Stone un día después de la captura del Chapo, causó furor en México. Que un actor norteamericano, junto con la estrella mexicana Kate del Castillo, pudiera llegar al fugitivo Guzmán resultó ser humillante para el gobierno mexicano. Pero la entrevista también es dolorosa para el periodismo mexicano.

El texto, a pesar de sus fallas editoriales (como darle al Chapo control sobre la historia y lo superficial de las preguntas) es un documento importante en la historia de la guerra contra el narco. Aunque dice más sobre Penn que sobre el Chapo y aunque tenemos que soportar 20 párrafos de un diario personal irrelevante y ególatra antes de llegar a la reunión en la sierra, tenemos unos vistazos de cómo piensa el capo (cuando reconoce que el narcotráfico continuará igual tras su muerte) o cómo piensa que puede engañar a los mexicanos (diciendo que recurre a la violencia para defenderse pero no empieza problemas). De un hombre vinculado, directa o indirectamente, al asesinato de miles de personas en la última década en México, la entrevista es reveladora.

Pero también es cínica, no sólo por la propaganda, sino porque ignora la historia de cómo el Chapo y su organización criminal han tratado con la prensa.

Sean Penn insiste en narrar el peligro que corría al viajar por el escabroso terreno de la Sierra Madre, el riesgo a su vida o incluso a sus partes íntimas. Seguramente nunca ha conocido a nadie que cubre realmente la guerra contra las drogas en el terreno.

En el otoño pasado, mientras comandos de la Marina mexicana buscaban al Chapo en la sierra (y después de que Penn se reunió con él) periodistas mexicanos hicieron coberturas en los pueblos donde ocurría el operativo. La dificultad del terreno y el transporte no eran tanto el problema, como sí lo era la presencia de hombres armados que formaban el anillo de protección de Guzmán. El riesgo de toparse con la gente equivocada era enorme, pero aun así reporteros viajaron a la zona y consiguieron la historia pese al riesgo personal.

¿Corrió Sean Penn el mismo riesgo? Claro que no. Él pudo viajar por los mismos caminos pero protegido por la misma gente que hacía peligroso que cualquier otro periodista se acercara a las guaridas del Chapo. Penn era cuidado y transportado por la misma gente que no quería a otros reporteros husmeando en el lugar.

Y su temor de ser blanco de una redada del gobierno resultó infundado luego de que se reveló que los comandos de la Marina detuvieron operaciones pues los actores aún estaban en la zona. Un privilegio del que no goza un reportero en México.

Una vez en el escondite, Guzmán ofreció a Penn una comida de carne asada, tacos y tequila. Quizá el actor no sabía que eventos similares ocurren con regularidad en ciudades mexicanas cuando jefes criminales quieren encontrarse con reporteros. Pero estas comidas no son opcionales, o los periodistas van o son llevados. En los encuentros suele haber un bufet similar al que Penn compartió con el Chapo, pero también se sirve algo más que la comida: una amenaza muy específica sobre lo que los periodistas pueden publicar; una lista precisa de lo que reporteros y editores que cubren el crimen local pueden y no pueden hacer; una mención muy clara del precio que se paga si hay desobediencia. Obviamente el Chapo no podía someter a una estrella de Hollywood al mismo trato, pero eso no significa que no sea una característica regular de cómo los cárteles de la droga tratan a la prensa.

En la última década, al menos 17 periodistas han sido asesinados o desaparecidos tan solo en Sinaloa, Durango, Chihuahua y Sonora (los estados donde el Chapo habría tenido escondites desde su primer escape de la cárcel en 2001) según el mapa Periodistas en Riesgo desarrollado por el Centro Internacional para Periodistas y Freedom House. Muchos otros periodistas que cubren crimen y narcotráfico han sido secuestrados, golpeados o amenazados. Es imposible saber cuántos casos se atribuyen al cártel de Sinaloa o a sus rivales, pero la mayoría son el producto directo o indirecto de la ola de violencia e impunidad desatada por jefes criminales, incluyendo al Chapo Guzmán.

He visto de cerca algunos de esos casos. En el verano de 2010 miembros del cártel de Sinaloa secuestraron a tres periodistas que cubrían un motín en la cárcel de Gómez Palacio, Durango, un lugar donde el tráfico de drogas es controlado por la organización del Chapo. Un año después, personas no identificadas prendieron fuego a un automóvil dejado frente a la puerta principal de El Siglo de Torreón, el periódico del que era editor en ese momento. El ataque se dio un día después del arresto de un importante operador del cártel de Sinaloa en la región.

¿Ordenó el Chapo los ataques? Probablemente no. Y tampoco es probable que haya ordenado a sus lugartenientes en Durango, Culiacán o Chihuahua amenazar a este reportero o aquel editor. Pero cuando ocupa el lugar más alto de la organización, la responsabilidad es la misma pues conoce muy bien los “beneficios” de la autocensura.

De Sean Penn y Rolling Stone, Guzmán obtuvo la misma autocensura que él o sus subordinados (o sus rivales y sus subordinados) regularmente imponen a periodistas mexicanos. La diferencia es que Penn y Rolling Stone la dieron después de una agradable comida en la Sierra Madre y una serie de mensajes amables, mientras que periodistas mexicanos deben enfrentar el cañón de un arma.

Hay un tono de falso heroísmo en la narrativa de Penn. Si realmente quiere conocer el peligro de cubrir a los cárteles, podría conseguirse un trabajo en un periódico de Sinaloa o Durango y cubrir historias de crimen de manera cotidiana junto con decenas de valientes reporteros y editores. Así sabría que una nota suya puede provocar la furia de cualquier jefe criminal, que lo puede convertir en una estadística más en la larga lista de periodistas agredidos en México.

* Javier Garza Ramos es periodista en Torreón, colaborador en proyectos de libertad de prensa con la Asociación Mundial de Periódicos y el Centro Internacional para Periodistas.

Tomado de El País

El Chapo y los impostores

El periodismo a modo es tan viejo como la historia del periodismo; es un engaño a lectores, escuchas o televidentes. ¿Por qué? Porque no busca el origen de la madeja de los hechos –ni siquiera la punta–, porque no cuestiona y menos sacude la entraña de los hechos y los personajes para desatar el debate.

El periodismo a modo es un grosero acto de propaganda con disfraz y antifaz de periodismo, que antes de mover las conciencias de la pluralidad democrática –antes que informar y desatar el diálogo–, consolida una sola verdad, la del pensamiento igual.

El periodismo a modo es una de las mayores taras de la democracia mexicana; y ay de aquel que se atreva a disentir de los mesías y santones del pensamiento único, de la verdad del progresismo de la dizque izquierda o la derecha, porque entonces se hará acreedor del “sambenito” de hereje, vendido, escudero de las mafias del poder.

El periodismo a modo se puede ver todos los días en la “comunidad periodística” que construyó Morena y encumbró a sus dueños; poseedores de la verdad, honestidad y herencia divinas. El periodismo a modo está presente en todas o casi todas las entrevistas que concede “su alteza serenísima”; monólogos sin cuestionamiento crítico y complacientes con el entrevistado.

Y precisamente esa clase de “periodismo a modo” es el que vimos, leímos y escuchamos en la supuesta entrevista de Kate y Sean a El Chapo; propaganda ofensiva en la que el criminal llevó de la mano las pinceladas del retrato de su vida.

Bueno, hasta el director de Rolling Stone, Jonn Wenner, dijo que el texto de Penn no mereció el tratamiento periodístico habitual “porque no era un trabajo periodístico”, mientras que Patrick Radden –de The New Yorker, uno de los mayores conocedores de El Chapo–, dijo que las parrafadas no aportan nada nuevo y más bien son un “épico insulto a los periodistas mexicanos”.

Y ese es el punto de quiebre de la impostura periodística. México está entre las democracias más peligrosas para el periodismo. En México es larga la lista de periodistas asesinados por informar del narco; por cuestionar la barbarie criminal y criticar a las mafias de la droga.

Además de muchos otros, María Elízabeth Macías Castro, tuitera de Tamaulipas –no era periodista profesional–, que denunciaba la extorsión y la influencia del crimen organizado, fue secuestrada, torturada de manera brutal y asesinada; su cuerpo exhibido en redes con una cartulina de advertencia al periodismo local. ¿Cuántos periodistas calificaron de “extraordinario su trabajo”? Cuantos dedicaron una línea a su valor, arrojo y preocupación social por su aporte informativo a la sociedad?

Kate y Sean fueron contactados por El Chapo, alagados con obsequios, llevados a la casa del criminal –todo pagado y estricta protección–, agasajados con viandas, bebidas y una amable charla para luego poner condiciones a la entrevista y pactar detalles del negocio central; una película.

¿Eso es periodismo? ¿Es valioso el grosero autorretrato de El Chapo? Guste o no, eso es “periodismo a modo”; impostura periodística que ofende e insulta.

Y a propósito de la impostura periodística, el periodista mexicano Javier Garza Ramos cuestiona “la entrevista” y en El País de ayer –artículo titulado “El falso heroísmo de Sean Penn”–, dice que en la última década al menos 17 periodistas han sido asesinados o desaparecidos tan solo en Sinaloa, Durango, Chihuahua y Sonora, la región de El Chapo. Y pregunta: ¿Ordenó El Chapo los ataques?.

El Chapo y los impostores. Al tiempo.

Tomado de El Universal

Finalistas del PRI a cuatro estados

El próximo viernes, el presidente Enrique Peña Nieto iniciará una gira por la península arábiga. Se espera que el mandatario regrese al país el 23 de enero.

En consecuencia, es necesario que el titular del Ejecutivo deje planchados todos los pendientes. Entre ellos, las candidaturas del PRI a los gobiernos estatales.

Acaso por eso, entre hoy y el viernes, el líder nacional del tricolor, Manlio Fabio Beltrones, se reunirá con los precandidatos a los gobiernos de Sinaloa, Veracruz, Oaxaca y Tamaulipas.

En consecuencia, en los próximos días se conocería el nombre de los abanderados del PRI.

Según sabemos, los finalistas son:

En Sinaloa:

El actual secretario de gobierno, Gerardo Vargas.

El ex alcalde de Mazatlán y actual diputado federal, Quirino Ordaz Coppel.

Cabe señalar que, hace horas, Beltrones se reunió con nueve de 10 precandidados. El único ausente fue “el carnicero” Jesús Vizcarra.

En Oaxaca:

El ex titular del Infonavit Alejandro Murat, hijo del ex gobernador José Murat.

El ex titular del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani.

En Veracruz:

El líder estatal del PRI, Alberto Silva Ramos

El senador Héctor Yunes Landa.

En Tamaulipas

El aliado de Manlio Fabio Beltrones y ex diputado, Marco Bernal

El diputado federal, Baltazar Hiojosa Ochoa.

Fotomultas mata gobiernos; escucha Juan para que entiendas Mancera

En su columna de Excélsior, el columnista Adrián Rueda recuerda que cuando en San Luis Potosí y en Guadalajara se implementó el sistema de fotomultas, los partidos en el poder perdieron las elecciones.

El comentario no está de más porque en el Distrito Federal, el gobierno de Miguel Ángel Mancera –y su nuevo reglamento de tránsito–, echaron a andar un programa de esta naturaleza.

Lo curioso es que, tal como ocurrió en San Luis y en Guadalajara, la oposición —en este caso, Morena—, ha hecho una campaña adelantada con la promesa de que echarán abajo el reglamento de tránsito y las fotomultas.

Por lo pronto, la bancada de Morena promovió un punto de acuerdo para que la autoridad capitalina evite cobrar las multas. Posteriormente, los morenistas juntan firmas para –según ellos– derogar el nuevo reglamento.

Es probable que los fieles a la iglesia de López Obrador no consigan su objetivo; es probable que no logren echar abajo el reglamento y es probable que esta faramalla se convierta en uno más de los espectáculos estériles del tabasqueño.

Sin embargo, en una ciudad con varios millones de automovilistas, en una ciudad en que pocos entienden cómo opera y en qué consiste el nuevo reglamento y en una ciudad en que la policía ha hecho su agosto con la impartición de multas… no sería extraño que la Morena se consolide como una alternativa viable y, en 2018, le coma el mandado al partido en el poder.

Empate técnico en Colima

De acuerdo con la encuesta más reciente de Consulta Mitofsky, el candidato del PRI al gobierno de Colima, Ignacio Peralta tendría el 30 por ciento de la preferencia electoral.

A su vez, el panista Jorge Luis Preciado sumaría el 26.7 por ciento de los votos.

Y como ya habíamos comentado, el tercer puesto sería para el candidato de Movimiento Ciudadano, Leoncio “loncho” Morán; quien tiene 11.4 por ciento.

Por cierto, no sobra señalar que el 25.4 por ciento de los colimenses siguen indecisos.

A propósito, es importante hacer tres interpretaciones:

La primera, que en Colima existe un empate técnico. El margen de error de las encuestas evita que la ventaja del priista sea contundente.

La segunda, que existiría la intención de inflar al candidato del Movimiento Ciudadano. Se rumora que el priismo apostaría al ”divide y vencerás”. No obstante, crecen los temores de que las simpatías del “caballo negro” rebasen a las de los punteros.

Y la tercera, que a pesar de que se trata de una elección extraordinaria, a pesar de que los candidatos tuvieron una segunda oportunidad para convencer a los colimenses de que les dieran su voto y a pesar de que –la de Colima– es la única elección en el país; los partidos y sus candidatos privilegiaron el rumor, las verdades a medias y los ataques. O si lo prefiere, que independientemente del resultado de la elección del próximo domingo, la victoria será para la guerra sucia.

¿En manos de quién están las elecciones estatales?

Los consejeros electorales de las células locales del INE en Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Coahuila, Durango, Hidalgo, Nayarit, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala y Veracruz fueron designados el año pasado. El responsable de estos nombramientos fue el Consejo General del mismo INE.

Como seguramente recuerda, el proceso comenzó el 11 de mayo, con el registro de aspirantes. El trámite concluyó el 30 de octubre, cuando todos los consejeros fueron palomeados por el árbitro electoral.

En cada estado se designaron candidatos para ocupar el cargo de: consejero presidente –el cual estará en funciones por siete años–; tres consejeros electorales –que estarán un periodo de seis años–; y por último tres consejeros electorales que ocuparán el puesto por tres años. En total se nombró a 92 los consejeros. Ellos serán los encargados de organizar las elecciones estatales del próximo 5 de junio.

Se sabe que para ser consejero electoral es necesario contar con título académico, cédula profesional y residencia de cinco años en la entidad que representan.

Y destaca, además, que la elección de los nuevos consejeros cumplió con el mandato de la Reforma Política Electoral. Es decir, existe equidad de género en los consejos estatales.

El recuerdo viene a cuenta porque, durante el proceso para elegir a los consejeros, muy pocos se dieron a la tarea de investigar quiénes eran los seleccionados, cuáles eran sus credenciales y si, como se prometió, eran independientes del gobierno estatal.

Es decir, que mientras muchos verán fraudes y cochupos luego del resultado del cinco de junio, pocos se tomaron el tiempo para conocer a los árbitros electorales.

Algunos, como los consejeros electorales de Baja California, llegaron al cargo y se umentaron el sueldo. Anteriormente, el consejero presidente percibía 63 mil a 95 mil pesos mensuales, luego del cambio, el titular del órgano electoral, Javier Garay Sánchez, ganará 44 mil pesos más, es decir, un salario de 110 mil pesos.

¿Esos son los responsables de certificar la viabilidad y legalidad de los procesos electorales?

Mafia del poder judicial… ¡sin freno..!

Durante la discusión a propósito de la reelección de Edgar Elías Azar en la presidencia del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, fueron exhibidos distintos sectores del poder judicial con la intención de frustrar un tercer periodo de Azar en la dirigencia del poder judicial capitalino.

Este conflicto abrió una cloaca que pocos habían visto: el poder judicial –todo– es una gran familia. O si lo prefiere, que en todos los niveles del poder judicial operan parientes, amigos, amantes, hermanos, padres, hijos y nietos de los hombres y mujeres fuertes al interior del sistema de impartición de justicia.

Y según parece, esta tara se habría extendido al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ¿por qué? Porque en medio del proceso para renovar a los presidentes de las Salas Regionales del tribunal, se repiten nombres y apellidos vinculados a las vacas sagradas del sistema de impartición y procuración de justicia.

Vayamos por partes.

Los magistrados de las salas regionales son los responsables de analizar y solucionar las impugnaciones que vienen después de cada elección. Ellos tienen la facultad de admitir quejas e incluso, son la vía para echar abajo los resultados de la votación.

Por eso resulta llamativo que pocos volteen a ver el proceso de selección de los cinco titulares de las salas regionales ubicadas en Guadalajara, Jalisco; Monterrey, Nuevo León; Xalapa, en Veracruz; Toluca en el Estado de México y el Distrito Federal.

El proceso inició desde el año pasado.

A principios de esta semana, la Suprema Corte purgó la lista de 107 aspirantes, llamó a comparecer a 30 y se espera que elija a 15 postulantes para que el Senado nombre a los cinco nuevos presidentes.

Sin embargo, llama la atención que entre los 30 elegidos aparezcan nombres como:

Alejandro David Avante Juárez, cercano al magistrado Flavio Galván, ex titular del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Nínive Ileana Penagos Robles, sobrina de Pedro Esteban Penagos López, magistrado del Tribunal Electoral y compadre de Alejandro Luna Ramos ex titular del Tribunal.

Y se repitan apellidos conocidos como los de Carlos Báez Silva, María Guadalupe Silva Rojas y Jorge Emilio Sánchez Cordero Grossmann… los mismos de los ministros recién jubilados Olga Sánchez Cordero y Juan Silva Meza.

Es decir, que otra vez, los mismos de siempre intentarían repartir las posiciones entre sus cuates y parintes.

Pero, ¿quiénes son los 30 finalistas en el proceso?

Los 30 candidatos que hasta el momento siguen en la contienda son: Alejandro David Avante Juárez, Carlos Báez Silva, Adriana Bracho Alegría, José Luis Ceballos Daza, Luis Antonio Corona Nakamura, Alejandro Cruz Ramírez, Fernando De La Peza Berríos, Carlos Alfredo De Los Cobos Sepúlveda, Gabriela Eugenia del Valle Pérez, Rodrigo Escobar Garduño, Enrique Figueroa Ávila, Berenice García Huante, Rosa Olivia Kat Canto, Aidé Macedo Barceinas, Saúl Martínez Lira, Jorge Enrique Mata Gómez, Rodrigo Moreno Trujillo, Eliseo Muro Ruiz, Jorge Alberto Orantes López, Nínive Ileana Penagos Robles, María Guadalupe Revuelta López, Laura Patricia Rojas Zamudio, Jorge Emilio Sánchez Cordero Grossmann, Jorge Arturo Sánchez Vázquez, Alejandro Santos Contreras, María Guadalupe Silva Rojas, Omero Valdovinos Mercado, Claudia Valle Aguilasocho, Rolando Villafuerte Castellanos y Beatriz Claudia Zavala Pérez.

La farsa trágica del Chapo

Por Patrick Radden Keefe

Publicado el 11 de enero de 2016 en The New Yorker

En mayo de 2014, recibí una oferta inusual. Recién había publicado un extenso artículo: “La casa del Chapo”, sobre la carrera criminal –y la eventual captura–, del barón de la droga prófugo, Joaquín Guzman Loera. El artículo atrajo la atención de la prensa mexicana y un día, abrí mi correo electrónico y encontré un mensaje del abogado que representaba a la familia Guzmán. Me hizo una propuesta seductora: el Chapo estaba listo para escribir sus memorias, ¿estaría interesado en colaborar?

En aquel momento, había escrito dos artículos sobre Guzmán –el primero fue sobre el modelo de negocios de su cartel–; además dediqué varios días a entrevistar antiguos empleados del cártel del Pacífico, así como a los agentes que le habían perseguido. Sin embargo, aquello era una oportunidad de escuchar la historia de Guzmán en sus propias palabras.

Terminé por decir que no. El arreglo habría sido ilegal. Al colaborar –de cualquier forma– con la memoria del Chapo, quizá habría evadido al Departamento del Tesoro de Estados Unidos, el mismo que promulgó sanciones en contra de Guzmán y de su organización a través de la llamada Ley de Designación de Cabecillas Extranjeros. No obstante, también me preocupaba que el arreglo fuera el primer acto de una historia de suspenso en donde el desafortunado escritor de revistas, cegado por el deseo de una primicia, no sobrevivía al tercer acto. Cuidando cada palabra, respondí al abogado que, “incluso bajo las mejores circunstancias, la relación entre un escritor anónimo y el Chapo podría… romperse”.

Las memorias suelen ser un ejercicio de vanidad. Mi preocupación real era que nuestras posiciones de partida –la del Chapo y la propia– serían irreconciliables. Durante los años en que estuvo prófugo, y generalmente invisible para las agencias del Estado y para el público, el ser humano llamado Joaquín Guzmán desapareció ante el invisible, inatrapable y romántico fugitivo, el Chapo. En consecuencia, difícilmente habría oportunidad de que el señor de la droga, o sus cercanos, me permitieran escribir con exactitud sobre el hombre, cuando el mito era tan poderoso y ampliamente aceptado.

El pasado fin de semana, reflexioné sobre la distinción entre el hombre y el mito. El viernes, Guzmán fue detenido por un grupo de élite de la Marina mexicana, en la ciudad costeña de los Mochis, en el norte de Sinaloa. Habían pasado seis meses desde aquel memorable escape del Altiplano, la prisión más segura en México; y mientras era presentado ante las cámaras, enfundado en una mugrienta camiseta, no se veía al Chapo Guzmán. Más bien parecía un hombre con una máscara de latex del Chapo; las mismas máscaras tan populares en las celebraciones de Halloween en ambos lados de la frontera. Sus pálidos y lampiños hombros, fuera de proporción con el rostro familiar y un bigote sorprendentemente negro.

La estrategia del gobierno del presidente Enrique Peña para conseguir la recaptura del Chapo –luego del bochornoso escape–, no termina de quedar clara. No obstante, las primeras declaraciones dejaron ver que el deseo de Guzmán por contar su propia historia habría sido su ruina. En conferencia de prensa después del arresto, la Procuradora General de la República, Arely Gómez González, dijo que mientras el Chapo evadía a las autoridades y continuaba con la operación de su negocio de drogas, el narcotraficante buscaba producir una película sobre su vida. Esto no es tan extraño como parece. Tal cual explicó Ioan grillo en The New York Times, la industria cinematográfica en México ha hecho de las películas que glorifican la vida de los narcos una tradición. Igual que los mecenas del Renacimiento, los traficantes suelen financiar el proyecto. Según se sabe, los representantes de Guzmán habrían contactado a varios actores y productores. Esto –según la procuradora– abría una nueva línea de investigación.

La idea de que el criminal más buscado del mundo hubiera caído en la trampa de su propia vanidad parecía irreal. Pero la noche del sábado, la revista Rolling Stone publicó “el Chapo Habla”, un extenso artículo de Sean Penn sobre un encuentro secreto con Guzmán, el otoño del año pasado. Muchos has expresado su disgusto hacia los distintos momentos del texto, por ejemplo: el hecho de que Rolling Stone diera voz a un señor de la droga; el hecho de que el interlocutor del narcotraficante fuera un actor de Hollywood –quien escribió que trató de evitar los juicios sobre Guzmán–; el hecho de que la revista –según una nota del editor–, envió el artículo terminado a Guzmán antes de publicarlo para que éste lo aprobara. (La nota dice que no se pidieron cambios).

Algunos periodistas que han pasado años cubriendo la frontera y la guerra contra las drogas, señalaron que a pesar de que la entrevista de Penn es todo un espectáculo –una sesión de mutua admiración, repleta de tequila, que fue escrita de modo florido, con el entrevistador como parte de la entrevista-, lo cierto es que el trabajo de quienes investigan a los cárteles en México, es un gran peligro. Se sabe de reporteros asesinados, golpeados, intimidados, y obligados a censurarse a sí mismos.

En contraste, para lograr la entrevista y realizar el valiente viaje (algunos dirían insensato), hasta el refugio en la montaña de Guzmán, Penn podía confiar –hasta cierto grado–, en la seguridad que le daba ser un gringo acaudaldado, así como una celebridad. Aun así sería un error someter el artículo de Penn a los estándares periodísticos normales (de hecho, en una entrevista con el New York Times, el editor de Rolling Stone, Jann Wenned, dejó claro que no creía que esos cánones aplicaran). Concentrémonos, entonces, en lo que aprendimos en este artículo de 10 mil palabras sobre Guzmán

La respuesta, sorprendentemente, es que no hay mucho que aprender. Sin duda fue intrigante que Guzmán confesara que envió a sus ingenieros a recibir capacitación en Alemania para construir el túnel que facilitó su escape. Pero en el resto de la entrevista, Guzmán parece un experto –igual que un secretario de Estado en conferencias de prensa–, en el arte de hablar mucho y decir poco. Cierto, es revelador que Guzmán presuma ser el mayor traficante de drogas: “Yo proveo más heroína, metanfetamina, cocaína y mariguana que cualquier otra persona en el mundo”. Pero también es cierto que sería irrisorio que, a estas alturas, insista en la declaración que hizo luego de su primer arresto –en 1993–, cuando dijo que era un campesino incomprendido.

Guzmán reconoce que las “drogas destruyen”, pero le dice a Penn que “donde crecí no había –y sigue sin haber– otra forma de sobrevivir”. La rutina de Jean Valjean habría tenido fuerza cuando inició en el negocio –hace cuatro décadas–, pero no explica por qué seguiría traficando incluso hoy; cuando su fortuna –según Forbes–, es de más de mil millones de dólares. Penn no pregunta y Guzmán no lo dice.

Sin embargo, podría aventurar una explicación. Según la gente con la que he hablado –y que conoció a Guzmán o ha hecho negocios con él–, el Chapo está obsesionado con el negocio de la droga. Cuando estuvo en prisión por primera vez, lo primero que hizo fue tratar de manejar su negocio desde las rejas. Alguna vez platiqué con un antiguo del criminal, un socio que había ido a la prisión a discutir con Guzmán un plan de negocios formal. En 2008, cuando estaba en el punto máximo de su poder e influencia, Guzmán corría el riesgo de tomar el teléfono y negociar el precio por kilo de un cargamento de heroína en Chicago.

La única pincelada del espíritu emprendedor de Guzmán en el artículo de Rolling Stone es cuando el narco pregunta a Penn sobre el funcionamiento de Hollywood –desdeñando el riesgo de pérdida–, así como cuando lamenta que no pueda invertir en el sector energético porque su dinero es demasiado sucio; una declaración que, francamente, es difícil de creer.

Prácticamente todo lo demás que aparece en el texto es bastante seco. Por ejemplo: Guzmán ama a su madre; la relación con su familia es muy normal; ser libre, en vez de estar en prisión, es lindo. Eso sí, para ser justos con Penn, este género –la pregunta y respuesta con un león, dentro de la cueva del león–, no es el ideal para las preguntas duras.

Aun así, Penn no muestra escepticismo a las respuestas parciales de Guzmán. Incluso cuando el Chapo pone en duda si es –o no–, una buena persona. A pesar de que Guzmán sería el responsable del baño de sangre en México –admite Penn–, el actor también niega que eso implique que el criminal carece de alma. Al contrario, “este hombre simple, que proviene de un lugar simple, rodeado del afecto simple de sus hijos, no me parece –de entrada–, el lobo malvado”.

El mito del Chapo está vivo y es sólido. Poco importó que su conducta lo pusiera en duda. Después del arresto el viernes, hablé con Carl Pike, un agente retirado de la DEA; él pasó años persiguiendo al Chapo. “Siempre ha jugado a ser el hombre malo”, dijo Pike. “Pero cuando llegó el momento, dejó que cinco de sus hombres murieran en el intento de protegerlo, y después se rindió sin luchar”. Guzmán advirtió –durante años– que no permitiría que lo detuvieran con vida. “Fueron patrañas”, dijo Pike. No obstante, cuando hablé con un antiguo empleado de Guzmán –en prisión por trasiego de drogas en Texas–, no se mostró sorprendido por la rendición del Chapo. “Déjame decirte algo, amigo, nadie quiere morir”, dijo.

El otrora traficante se dijo preocupado de que lo llamen a testificar en caso de que Guzmán sea procesado en Estados Unidos. Y es que contrario a su arresto en 2014, cuando el gobierno mexicano insistió en mantener a Guzmán en su país para que enfrentara los cargos en su contra, la Procuraduría General de la República anunció el fin de semana que iniciaría los procedimientos para extraditarlo.

No termina de quedar claro por qué lo harían. La mayoría de los crímenes del Chapo ocurrieron en México y sus víctimas son mexicans. En consecuencia, existen evidencias sólidas para procesarlo en su casa. Además, persiste el riesgo de que si lo procesan en Estados Unidos, el Chapo exhiba información de los tratos corruptos con servidores públicos mexicanos de alto nivel. Esta situación obliga a preguntar, por qué los marinos mexicanos no asesinaron a Guzmán, por qué no siguieron el ejemplo de los agentes estadounidenses que acabaron con Osama Bin Laden. Así se habrían evitado el problema de qué hacer con él. En respuesta, el analista de seguridad mexicano, Alejandro Hope, sostuvo en una entrevista con Slate que, en buena medida, Guzmán fue capturado con vida porque su muerte no habría sido creíble para los mexicanos. Ahora que se encuentra bajo la custodia de autoridades mexicanas, mi apuesta es que el gobierno de Peña Nieto quiere entregarlo –cuanto antes mejor–, porque no tiene certeza de que pueda evitar otra fuga. Como dijo Hope, “no hay prisión en México que pueda retenerlo”.

Esto, sin embargo, no significa que el narcotraficante estará en Estados Unidos pronto. Hablé con dos abogados que han trabajado en juicios de extradición de otros líderes criminales; ellos me dijeron que incluso sin defensa legal, na extradición tomaría hasta seis meses. Y Guzmán, quien tiene excelentes abogados, seguramente tratará de evitar el proceso. Ambos abogados coincidieron en que si las autoridades mexicanas quisieran hacer a un lado los requisitos constitucionales –lo cual no sería nuevo–, podrían poner a Guzmán en un avión mañana mismo. De lo contrario, la pelea legal en torno a la extradición podría tomar años.

Eso, claro, si el Chapo no escapa de nuevo. Uno de los retos de escribir sobre Guzmán es que, para una historia tan trágica, tiene demasiados elementos de farsa. Un antiguo juez con el que hablé dijo que hasta que Guzmán sea extraditado, “lo pondrán en un cerco militar o lo moverán de un lugar a otro para evitar que esté en una prisión el tiempo suficiente para planear un escape”. Sin embargo, el sábado, Guzmán fue enviado al Altiplano, la misma prisión de la que huyó en julio.

Traducción libre del texto the tragic farce of el chapo, publicado en The New Yorker.

http://www.newyorker.com/news/news-desk/the-tragic-farce-of-el-chapo

Senado por reducir consumo de sal

De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud -OPS-, la reducción en el consumo de sal podría salvar más 8.5 millones de vidas en el mundo. Actualmente, uno de cada tres adultos padece hipertensión. Esta cifra que se incrementa con la edad. Es decir, una de cada diez personas de 20 a 40 años, y cinco de cada diez de 50 a 60 años.
La ingesta de sal entre la población mexicana no es solo un riesgo para la salud, también es un problema de salud pública. ¿Por qué? Por los elevados costos de tender enfermedades –como la hipertensión arterial–, que generan accidentes cerebrovasculares –trombóticos o embólicos–, e infartos lacunares, entre otros.
Debido a estos riesgos, el Senado de la República exhortó a la Secretaría de Salud reforzar las acciones que contribuyan a prevenir y disminuir las enfermedades producidas por el excesivo consumo de sal. Para lograr lo anterior, se sugiere implementar campañas informativas y de concientización sobre los riesgos que provoca este producto, principalmente al consumir alimentos procesados.

#Moneros Más Que Mil Palabras

¿Qué dicen hoy los moneros de la prensa nacional?

 

¿Qué relación tienen “El Chapo” Guzmán, Kate del Castillo y Sean Penn? por Alarcón en El Universal.

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La Otra Opinión