LO PERFECTO ES ENEMIGO DE LO BUENO

“Hemos de saber anticiparnos a encontrar lo cómico que haya en nosotros. Así podremos evitar que otros se burlen de nuestra escasa perfección”, Noel Clarasó. 
Hace algunos años, al entregar un trabajo que había realizado, me di cuenta que la impresión de una de las imágenes en el Power Point tenía una manchita. La dichosa manchita en la imagen era pequeña; sin embargo, me ofrecí a modificar la imagen o buscar otra solución y tener listos nuevamente todos los juegos de copias en una hora.
Uno de mis jefes me respondió: “Están bien así. Lo perfecto es enemigo de lo bueno. Si sigues buscando, encontrarás otro error minúsculo y después otro y los vamos a imprimir mil veces. Será el cuento de nunca acabar”. Tenía razón. El error era mínimo y sin ninguna trascendencia. Solamente hubiéramos gastado más papel, tinta y tiempo. Por supuesto que nadie en la junta notó la manchita, ni hicieron comentario alguno al respecto. Por el contrario, todo les pareció muy bien.
La exigencia de perfección es grande. Vivimos en una sociedad que nos ha vendido una idea de perfección –que es en realidad inexistente–, y nosotros decidimos comprarla. Digamos que elegimos ver en revistas a hombres y mujeres “perfectos” dejando de ver el photoshop que hay detrás de ellos.
Pensamos que todo tiene que estar perfecto para ser felices. Por supuesto que cuando no logramos alcanzar esta imposible perfección, nos descorazonamos y muchas veces dejamos de intentarlo.
Un ejemplo claro es la dieta. Si rompemos la dieta a media mañana con una rebanadita de pastel de cumpleaños y utilizamos ese tropiezo como un pretexto para comer y cenar como trogloditas, la rebanadita de pastel de 300 calorías se volvió de 3000 y quizá, hasta nos provoque dejar la dieta.
Si por el contrario, aceptamos el desliz y decidimos seguir la dieta a rajatabla a la hora de la comida y cena, el pecado no será tan grave y lograremos alcanzar el objetivo.
Por supuesto que no estoy hablando de fomentar la mediocridad. Es necesario hacer nuestro mejor esfuerzo. Esto no quiere decir que llegaremos a la perfección o que lograremos nuestros objetivos en el primer intento.
Hay quienes dicen que el éxito es simplemente la suma de muchos fracasos. Si damos nuestro mejor esfuerzo debemos sentirnos satisfechos independientemente del resultado. Imaginen que alguien que se esfuerza y entrena para cualquier competencia y logra mejorar su propia marca; en vez de sentirse muy satisfecho elija decepcionarse y dejar de practicar porque no rompió la marca mundial. Es absurdo.
La autocrítica es necesaria. Pero tener un sentido exacerbado de la misma juega en nuestra contra. Es necesario tener sentido del humor y aprender a reírnos de nosotros mismos. Cualquiera que haya ido a un karaoke ha visto a quienes disfrutan cantando aunque de pronto se le salgan algunos gallos, sin preocuparse por lo que opinen los demás asistentes.
Seguramente también ha visto que hay otros a los que su temor al ridículo los deja paralizados en su asiento a pesar que canten mejor que los demás y por supuesto, se aburren mucho.
La idea de perfección puede robarnos la felicidad. Si anhelamos la relación perfecta, el trabajo  perfecto, los hijos perfectos, etc. seguramente tendremos varios dolores de cabeza y bien fuertes. Nadie es perfecto, la vida tiene aparejados innumerables sin sabores; pero a pesar de ello podemos ser muy felices.
Tener un buen trabajo, grandiosos amigos, buenos hijos y quizá, eso sí, unos momentos de perfección que valoramos muchísimo, ya que sabemos que son solo eso, momentos que son efímeros oasis en nuestro camino que nos dan fuerzas para seguir adelante.
El tener un pleito con la realidad, no la modifica. Nada va a cambiar simplemente porque nos gustaría que fuese de otra manera. Ya lo dijo Shakespeare: “Procurando lo mejor estropeamos a menudo lo que está bien”. El aceptar nuestras circunstancias, los resultados de nuestras elecciones y ver lo bueno y lo malo en ellas, nos abre la puerta para la felicidad.
El objetivo no es ser perfectos, sino mantenernos en el camino que nos llevará a conseguir nuestras metas. Sabemos que habrá demoras, desvíos, obstáculos y muchas veces, a pesar de que ponemos el corazón en ello, las cosas no saldrán como queremos.
Otras veces, las tareas parecen titánicas, enormes y al verlas del tamaño del Everest, quizá nos intimiden y prefiramos no hacerlas. Busquemos algo más sencillo. Si el objetivo es alcanzable o posible es más fácil lograrlo. Quizá es cuestión de empezar escalando una montaña pequeña y de ahí dar pequeños pasos para escalar una mayor.  El punto es hacer algo, empecemos, dejemos la perfección para otro momento.
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