El Pueblo tiene la culpa

Tendemos a echar la culpa de todo lo malo que acontece en nuestro país a los políticos y a la política.

A los políticos y a la política, es a quienes achacamos la ineficiencia, la corrupción, la falta de resultados, los desajustes y desequilibrios sociales.

Algo o mucho de cierto hay en ello y sin embargo, no podemos dejar de aceptar que para que haya un político deshonesto y actos de corrupción en la política, se necesita más de una persona.

Es decir, para que haya un político capaz de aceptar dádivas o cometer actos fraudulentos, se necesita de una persona dispuesta a cometer actos deshonestos, a incurrir en conductas contrarias a la ley, pero también se necesita un ciudadano que propicie tales hechos o que transija al respecto. Se necesita también gente que hace como que mira a otro lado o como que nada sucede. Se necesita alguien que deje de vigilar o supervisar el proceder del servidor público.

Y es que para un adecuado equilibrio en la tarea gubernamental o en la función pública, hacen falta contrapesos. Hacen falta mecanismos que hagan saber y sentir a la burocracia que no están solos, sino que hay ojos que los miran fijamente y que no estarán dispuestos a permitirles nada indebido. Porque la falta de tan necesaria supervisión y vigilancia, hacen que todo lo malo pudiera ser factible, porque debemos admitir una tremenda falla en nuestro sistema educativo y de valores, que glorifica a aquel individuo capaz de hacerse de recursos de manera ilícita y que no enfatiza ni subraya la importancia y la magnitud de conducirse con apego a las leyes y a la moral.

Aplaudimos y ensalza ensalzamos a aquel capaz de hacer trampa, como vivo sagaz e inteligente, denostamos a quien se conduce con decoro y apego a las normas, catalogándolo como tonto, por no ser capaz de brincarse las trancas.

Contrario a lo que pregona Andrés Manuel López Obrador, el pueblo mexicano no es bueno, ni sabio, ni honesto. Somos una nación de corruptos y tramposos, capaces de cometer las peores infamias y máxime si sabemos que no habrán consecuencias y tenemos garantizada la impunidad.

Somos un país que no solo tolera, sino que festeja la corrupción y lo vemos con poco: desde el automovilista que soborna al policía que pretende multarlo por pasarse un alto o estacionarse en un lugar prohibido, pasando por el ciudadano que ofrece un cohecho por pasarse un trámite o agilizarlo, hasta llegar al funcionario que depreda el erario público.

Nuestra es la responsabilidad y la culpa y conscientes de ello, creamos organismos de supervisión y vigilancia, que no tendrían razón de ser, si estuviéramos educados en el respeto a la ley y en la importancia de cumplir con el deber.

No nos hagamos tontos: un país que tiene un gobierno corrupto y funcionarios deshonestos, es porque tiene ciudadanos iguales o peores. De nosotros depende que las cosas sigan igual o se mantengan. No se vale por tanto, lloriquear. Cuando nos hartemos de vivir en la corrupción y la ilegalidad, es cuando el orden de cosas cambiará. Mientras tanto, no difundamos embustes. No son los políticos nada más los responsables de la corrupción y las ilegalidades, el verdadero culpable, es el pueblo que las tolera y hasta las promueve.

Dios, Patria y Libertad