CUESTIONAR LA DEMOCRACIA ELECTORAL

José Alberto Márquez Salazar

El discurso sobre la defensa de la democracia es una herramienta electoral de los partidos, movimientos o grupos políticos, para ganar el voto de los electores a partir de una supuesta dicotomía, basada en la idea de que, en sí misma, la democracia en la que vivimos debe preservarse. Si defiendo la democracia, mi fin político es el mejor.

Dicha herramienta discursiva puede ser cuestionada desde diversos puntos de vista: qué entienden los electores sobre la idea de democracia y para qué sirve la democracia en un país con grandes desigualdades.

Sin decirlo con la claridad que lo vemos hoy, el movimiento revolucionario de 1910, contra Porfirio Díaz, buscó la prevalencia del sufragio efectivo y la no reelección que luego se adjetivo como democracia.

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Los más de 70 años de hegemonía política del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y su heredero, el Revolucionario Institucional (PRI), basados en el uso de herramientas legales e ilegales para mantener el poder y distribuirlo, motivaron el surgimiento de movimientos en contra del sistema y a favor de la democracia.

El crecimiento, especialmente del Partido Acción Nacional (PAN), llevó al PRI a utilizar sofisticados recursos para controlar, comprar y alterar los procesos electorales. San Luis Potosí, Chihuahua, Michoacán y otros estados de la República, en los ochentas y noventas, derivaron en la demanda para que en México la democracia fuera “real”.

Desde la búsqueda de una “democracia sin adjetivos” (Krauze) hasta el “que un voto cuente uno” (Adolfo Gilly), las fallas, omisiones y abusos de los sucesivos gobiernos del PRI, más el cambio de una política “nacionalista” por una de corte “neoliberal”, generaron mayor competencia electoral y la participación de las personas ciudadanas.

El año de 1988 fue significativo para cuestionar la “democracia” en la que el PRI nos mantuvo (una “dictadura perfecta”, de acuerdo con Mario Vargas Llosa). Las demandas eran claras: respeto al voto, quitarle al gobierno el control de los procesos electorales, tener un árbitro independiente, construir un sistema con un piso parejo y partidos competitivos.

PARTIDOS POLÍTICOS LOCALES EN EL 2024

Nacieron instituciones para vigilar y fortalecer los procesos electorales y para darle certidumbre a los electores. Hoy, esa estructura institucional que se construyó a lo largo de veinte años es cuestionada. Primero la erosionó el actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador y, ahora, lo hace la oposición del PAN y el PRI.

¿El soporte institucional de las elecciones de 1988 es el que tenemos para la elección del 2024? No. Definitivamente no. Desde la presencia del Instituto Nacional Electoral (INE) y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), pasando por la regulación de los medios de comunicación, la vigilancia de los recursos públicos que se utilizan en las campañas, hasta las nuevas modalidades para que las personas electoras conozcan las ofertas políticas, mucho cambió.

Tenemos una estructura institucional que debería darnos certeza sobre la democracia representativa en la que vivimos. Sin embargo, son los actores políticos, especialmente los partidos, quienes, sin algún dejo de rubor, se encargan de erosionar la democracia existente. Nuestra democracia y sus instituciones y herramientas son buenas cuando los benefician, son cuestionadas si no los ayudan.

¿EL SISTEMA POLÍTICO NECESITA UNA MEJOR OPOSICIÓN?

Sí, el actual presidente de la República, López Obrador, vulneró las instituciones (las cuestionó desde sus inicios políticos), pero también lo hicieron los otros presidentes, los que –se supone- debían fortalecer la democracia representativa.

Si algo no aprendió la actual oposición, la que perdió la elección presidencial en el 2018, es a cuestionarse por qué sucedió tal descalabro. ¿Por qué, si teníamos una democracia representativa sólida, Andrés Manuel López Obrador ganó con esas reglas, las que ahora no les gustan?

¿No será momento de cuestionar qué falla en nuestra estructura institucional para dejar pasar a líderes populistas, como califican a López Obrador? ¿Es Andrés Manuel el primer populista que tenemos en la silla presidencial? ¿Y Vicente Fox? Cuestionamos entonces la democracia que tenemos.

La transición a la democracia se truncó cuando hubo un grupo de políticos se sintieron a gusto y se beneficiaron de ésta. No hubo un puerto al que llegar y consolidar; hubo aspiraciones, de los partidos políticos y de sus líderes, que se cumplieron.

La democracia representativa que tenemos permite que lleguen al poder, al ejercicio de gobierno y al legislativo, personas y grupos que ven a la política como un medio de enriquecimiento. Pero no sólo eso, también ayuda a que la egolatría, la presencia de iluminada/os, de genios que mañana construirán un México mejor, se fortalezca. Un baile y un chiste “buena ondita” tiene mayor valor que las ideas claras y probables de política pública.

¿EL SISTEMA POLÍTICO NECESITA UNA MEJOR OPOSICIÓN?

Y no, no se trata de hacer a la política y a la lucha electoral castillos de pureza. Se trata de tener gobernantes y legisladores más eficientes, capaces, que hagan la tarea, traigan o no huipil, zapatos fosfo o negros. Se trata de elegir a las y los mejores, no a los más chistosos, a los fifís o a los chairos.

Es tiempo de preguntarnos a dónde nos llevan la estructura de la democracia electoral que tenemos, el sistema de partidos políticos y la Democracia –con mayúscula- en la que, se supone vivimos desde hace décadas. De otra forma, decir “defendamos a la democracia” es solamente demagogia.