¿CÓMO ESPERAS QUE VUELVA A CREERTE?

“No estoy enojado porque me mentiste; estoy enojado porque a partir de hoy ya no puedo confiar en ti” – Friedrich Nietzsche

Es común que usemos distintos criterios para expresarnos acerca de la relación que tenemos con otras personas. Uno de esos criterios es la confianza. Decir que alguien es de confianza no necesariamente habla de proximidad afectiva o de amistad, sino de una cualidad de la persona a la que te refieres.

El diccionario define la palabra “confiar” como “actuar con fe” (del latín “confidere”, “cum fides”). Hay dos destinos diferentes en ese “actuar con fe”. El primero es para uno mismo: confiamos en lo que hacemos, pensamos o sentimos. El segundo se refiere a las personas en las depositamos esa fe. Dicho de otro modo, confiar es tener fe en que algo o alguien será capaz de hacer lo que esperamos que haga.

Algo curioso de la confianza es que se parece al embarazo en cuanto a que no hay medias tintas. Eres o no eres de confianza. Punto. Decimos “es de mi entera confianza” o bien “no le puedo confiar este encargo”. ¿Te someterías a una operación con un doctor al que no le tienes confianza? ¿O le contarías un secreto a una amiga que sabes bien que adora los chismes? ¡Claro que no!

En las relaciones de cualquier índole, perder la confianza imposibilita que las cosas sigan igual. Sabedora de este problema, la Ley Federal del Trabajo considera a la pérdida de la confianza como causal de rescisión de un empleo. Y el abuso de confianza es circunstancia agravante de la responsabilidad penal. 

En otras relaciones pasa lo mismo; tal vez no haya leyes escritas, pero sabemos que cuando alguien traiciona la confianza, las relaciones pueden terminar o es muy difícil que vuelvan a ser como antes. La palabra está bien puesta: es tan doloroso que alguien quebrante esta fe, que al hecho le aplicamos la palabra “traición”. ¡Nada menos!

El otro día, Helena, una querida amiga, nos contó una historia que nos puso a todos a pensar en la confianza. Resulta que ella tiene a un gran amigo que no vive aquí pero viene con cierta frecuencia.

El amigo en cuestión le ha jurado amor eterno y le ha propuesto matrimonio a Helena en un sinfín de ocasiones. Helena, que es una persona directa y franca, le ha dicho en repetidas ocasiones que ella no ve claro con él en plan de galán, porque si bien le dice que es el amor de su vida, luego olvida hablarle por dos semanas. A sus declaraciones de amor, ella siempre respondía: “El día en que verdaderamente actúes como si yo fuera el amor de tu vida, ese día vemos en serio”.

Nunca se dio el romance, pero existió una buena amistad. Helena siempre lo tuvo en alta estima. Lo consideraba una persona extraordinaria, honesto, leal y buen amigo. Tenía toda su confianza, y por eso, Helena siempre le contó todo. Desde sus problemas familiares hasta sus dudas existenciales, pasando por relaciones fallidas, problemas en la chamba, proyectos, todo.

Un buen día (ojo: tarde que temprano todo se sabe, así que lo mejor y más práctico es decir la verdad), hablando con una conocida mutua, se enteró de que su presunto enamorado llevaba cuatro años enredado con otra mujer.  La noticia le cayó como un cubetazo de agua fría.

No entiendo por qué no decir la verdad; yo siempre le conté todo, ¿Cuál era la necesidad de mentir?”, nos dijo Helena cuando nos contó la historia.

Cuando Helena lo enfrentó, él se quedó mudo. Después de un largo silencio, lo único que alcanzó a decir fue que se sentía lleno de vergüenza, porque su honestidad tardía fue forzada, y por lo mismo, sus disculpas carecían de valor.

Helena le respondió: “Lo que más me sorprende es que, conociéndome tanto, me hayas mentido. ¿Cómo esperas que vuelva a creerte?”.

Junto con el engaño y la pérdida de confianza viene el enojo. Ya lo dijo Friedrich Nietzsche: “No estoy enojado porque me mentiste; estoy enojado porque a partir de hoy ya no puedo confiar en ti”.

Efectivamente a partir de que se traiciona la confianza, las cosas no pueden ser como antes y eso es lo que duele y enoja. Las relaciones pueden salir seriamente afectadas por una mentira y con mucho peores consecuencias, que si hubiéramos dicho la verdad desde el principio.

Retomo esta historia que publiqué hace muchos años, a raíz de la indagación que generó el video de Clara Luz Flores, candidata de Morena al gobierno de Nuevo León, en una plática (muy sonriente) con el líder de NXIVM, Keith Raniere, sentenciado a 120 años de cárcel por diversos delitos.

Pocos días antes, a pregunta expresa del periodista Julio Astillero en una entrevista, Clara Luz Flores había negado rotundamente conocer a Raniere y dijo no saber qué era la secta de NXIVM.

Desde luego que tomar cursos en superación personal no tiene nada malo. Es además factible que mientras tomó los cursos (llegó a nivel de “coach”), no hubiese sabido nada de los delitos de Raniere.

Pero indiscutiblemente, Clara Luz Flores sí sabía que era NXIVM; sabía perfectamente que conocía a Raniere y que había tenido una entrevista con él. Y de esa misma forma debió haber respondido la pregunta de Julio Astillero: (palabras más, palabras menos):

Conocí a Raniere, tomé los cursos de NEXIVM, pero al igual que muchos que tomaron el curso, no sabía nada sobre los delitos de Raniere”. Fin del problema. Sin embargo, al negar que lo conocía y que formó parte de esa asociación, hizo añicos la confianza que se había depositado en ella. Al igual que la historia de mi amiga Helena y su galán, será difícil, o prácticamente imposible, volver a confiar en lo que dice.

Es importante valorar la confianza que nos depositan. Por algo, los norteamericanos utilizan con frecuencia la frase: la honestidad, es la mejor política. Sin duda lo es.

Buen domingo a todos y gracias por leerme. Esta columna se publicará nuevamente el día 11 de abril 2021.

Espero tu opinión dejando un comentario en el blog, en mi cuenta de Twitter @FernandaT o enviando un correo a: [email protected]