TIEMPOS DIFÍCILES PARA GOBERNANTES INCOMPETENTES

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Foto: La Otra Opinión

Las señales en el mundo actual, no son favorables a la política.

Quienes en la esfera pública la representan en su mayoría, los gobernantes, se encuentran en una escala de rechazo, los liderazgos con los que inician sus gobiernos, se desgastan conforme avanza su mandato. Nada fuera de lo común, nada extraordinario en la selva de Perogrullo.

Sin embargo, el gobernado desea creer en la esperanza de que, quien suceda a los gobernantes actuales, será mejor que el que gobierna actualmente. Es la memoria del deseo, pérdida en la selva de lo real.

Lo mismo en las trincheras nacionales, estatales o municipales, en lo público y lo privado, la sensación del creyente muestra una paradoja, no se ve en forma optimista un gobierno que termina y el que vendrá, en la misma ruta, se pretende que sea mejor que el que se va.

Ello ha sido el sustento de la alternancia, entre partidos y entre estilos personales de gobernar. Mucho de ello es, sin duda subjetivo, pues las decisiones no encuentran mayor respaldo más que en las simpatías, las emociones, las informaciones limitadas o una racionalidad interesada en ciertos beneficios.

Apostar a supuestos compromisos o proyectos de cambio o mejora o de que el sucesor será mejor, fundados en supuestos sin sustento, es una característica de la mayoría de los electores.

El canto de sirenas del político y del futuro gobernante, para el gobernado, encuentra en la mentira o en medias verdades el supuesto elemento que convenza al elector a su favor.
La falsa apariencia es un catalizador que se vende para atraer al electorado a favor del que mejor venda sus mentiras.

Un discurso plagado de propuestas que no encuentran base alguna en la construcción de un buen proyecto o de unas políticas públicas que lleven a algún lugar. No hay bienestar que valga ni que exista.

Discursos huecos, propuestas irracionales, ideas desarticuladas cuando las hay y, sin embargo, el valor del beneficio de la duda, de darle una oportunidad al que viene, está en el centro de la creencia política.

Los diversos estilos, basados en un amplio espectro que va de la política de fuerza, coactiva, autoritaria y amenazante o en la suavidad del poder, de una serie de promesas falsas o incumplidas, por ahí deambula el promotor de sueños, el demagogo de la política y el creyente sacrificable.

La dialéctica gobernado/gobernante, nada en medio de tormentas que no vislumbran puertos seguros, lo peor es que ambos terminen ahogados en la desesperada navegación de un puerto que ninguno alcanza a mirar.

Los fines de cada quien van en sentido contrario, la mentira, el fraude, la impunidad de las creencias acaban con toda virtud posible y deseable, la cadena de delitos no encuentra más control que el ejercido por poderes contra poderes, por quienes creen en las instituciones y limitan la discrecionalidad. El delito de los sujetos de poder constituye sus alcances y sus límites, la justicia lenta, llegará en su momento, lo mismo en salud, seguridad, educación, alimentación, y la defensa de los derechos de todos, así la desesperanza del gobernado, frente al abuso del gobernante.

El abuso individual, devino escuela de delincuentes. La prostitución de las instituciones llevó a la perdición de la familia y la clase política empoderada. Un final poco feliz y aterrador. Teniendo la posibilidad de hacer la diferencia, a favor del desarrollo y la seguridad nacional, de acaba en el lodazal de lo peor de la historia, una servidumbre voluntaria en contra de lo mejor de un pueblo, un gobernante que pierde todo y a todos, si había ruinas, lo que quede serán los ecos de la nada. De lo que fue y no pudo ser, solo quedará lo dantesco de la política. De la destrucción por encima de conservar lo mejor que había, en una transformación aberrante.