Reforma fiscal a la vista

Especial

Las malas decisiones económicas llevarán muy pronto a poner sobre la mesa la urgencia de una reforma fiscal porque el gobierno no tendrá recursos para cubrir sus gastos y compromisos.

Hasta ahora el Presidente ha sido reiterativo en su promesa de dar bienestar, salud para todos, pagar pensiones, inyectarle dinero a Pemex e incrementar el gasto social sin aumentar impuestos. Esa pompa de jabón se va a reventar.

Con habilidad, López Obrador ha dejado que sean empresarios y analistas económicos los que, con realismo, hablen de una inminente reforma fiscal y él hace como que no quiere.

De manera deliberada o por tener otras prioridades, el Presidente ha apretado sectores altamente sensibles como la salud, las comunicaciones y la inversión productiva, lo que ha llevado a sectores muy lúcidos de la población a argumentar en favor de una reforma fiscal.

Le quiere dejar a la crítica y a la oposición el costo político de esa reforma inevitable.

Tal vez nos libremos este año, pues todavía quedan unos 50 mil millones de pesos del Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (FEIP), que se los van a gastar, pero en 2021 no habrá para pagar pensiones, por ejemplo, que cuestan al año un billón de pesos.

Los caprichos van a pasar la cuenta y habrá que pagarlos.

Hace unos días, en Monterrey, López Obrador dijo a los empresarios que deberían moderar sus ganancias, lo que en lenguaje político puede leerse como el preludio de una reforma fiscal.

Por eso, antes de hablar siquiera del contenido de una reforma fiscal habrá que preguntarle al Presidente para qué nos va a aumentar impuestos.

¿Quiere una reforma fiscal para hacer otra refinería, luego de que Dos Bocas no va a costar ocho mil, sino 12 mil millones de dólares sin que sea una prioridad nacional? Ni de chiste.

¿Quiere una reforma fiscal para repartir más dinero sin controles ni auditorías a decenas de millones de personas, que se convierten en votantes cautivos de Morena? Ni de chiste.

¿Quiere una reforma fiscal para tapar el hoyo de cinco mil 200 millones de dólares a extranjeros tenedores de bonos –que aún no se pagan– del aeropuerto de Texcoco que va a destruir? Ni de chiste.

¿Quiere una reforma fiscal para hacer un aeropuerto en la base de Santa Lucía que no puede realizar operaciones simultáneas con el existente en la Ciudad de México, que está lejos, que no es funcional, sino un injustificable capricho ideológico para fastidiar a los “fifís” que usan transporte aéreo? Ni de chiste.

¿Quiere una reforma fiscal para construir un tren sin pasajeros suficientes para hacerlo rentable, destruirá ecosistemas y con beneficios a la población local de dudosa viabilidad? Ni de chiste.

¿Quiere una reforma fiscal para sembrar arbolitos en un programa que cuesta 25 mil millones de pesos al año (2020), y que se van a obtener frutos dentro de cuatro años, si es que los árboles dan? Ni de chiste.

¿Quiere una reforma fiscal para costear un programa (Jóvenes Construyendo el Futuro), en el que los muchachos se emplean en empresas que no existen y por tanto no son contratados una vez concluida la beca? Ni de chiste.

El dilema, que más tardar se dará el próximo año, es apoyar una reforma fiscal planteada por el gobierno, u oponerse tajantemente a ella porque será la consecuencia de ocurrencias y disparates que nos han hecho tirar cientos de miles de millones de pesos.

¿Se le va a negar la reforma fiscal a AMLO a fin de que asuma plenamente el costo político de sus errores?

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“Mientras peor, mejor”, fue la divisa que les funcionó a ellos para llegar al gobierno, pero si se cobra a esta administración con la misma moneda, los afectados serán millones de mexicanos que pagarían doble: por una política populista y demagógica, y por una oposición que mira solamente por resultados electorales.

Será interesante trasladarle el dilema al Presidente, como debe ser: firmar ante la oposición una carta de compromisos explícitos acerca de dónde invertir el dinero que se recaude, o dejar que el país se desplome porque él quiso manejar la economía a partir de sus caprichos y atavismos ideológicos sin conocer nada sobre el tema.