Las lágrimas se deslizaron por las mejillas del mandatario. Con voz entrecortada habló enérgicamente: “A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón que he venido arrastrando como responsabilidad personal, les digo que hice todo lo que pude”.
Era septiembre de 1982 y el entonces presidente de la República, José López Portillo, en la apertura del Congreso de la Unión, informó a la nación sobre su intensión de nacionalizar la banca mexicana. El poder requiere alabanzas y el Partido Revolucionario Institucional las tenía en cada uno de las personas diputadas y senadoras.
El Presidente de la República que, afirmaron muchos medios de comunicación, deslumbró a la Organización de las Naciones Unidas, había adelantado en su discursos en Ginebra lo que vendría para las y los mexicanos: “Hemos sido un ejemplo vivo de lo que ocurre cuando esa masa enorme, volátil y especulativa de capital recorre el mundo en busca de altas tasas de interés, paraísos fiscales y supuesta estabilidad política y cambiaria. Descapitalizan a países enteros y causan estragos en su camino. El mundo debe ser capaz de controlarlos. Es inconcebible que no podamos hallar la fórmula que, sin coartar tránsitos y flujos necesarios, permita regular un fenómeno que daña a todos.”
Las lágrimas quedaron en las fotos y en las miles de personas que sufrieron su sexenio. Miguel de la Madrid Hurtado no fue el responsable de la tormenta, pero si del timón. Su sexenio vivió la fuerza devastadora de la naturaleza, el crecimiento de los movimientos sociales, el surgimiento de dos importantes líderes de izquierda (Heberto Castillo y Rosario Ibarra) y uno emanado del partido oficial (Cuauhtémoc Cárdenas).
Los ajustes económicos y “la globalización” del mundo llevaron a México a la inestabilidad constante. La oposición, unificada, con líderes serios, honorables y responsables movió a millones de personas para votar por una opción política diferente en las elecciones de 1988. Detrás, en los pasillos de la ilegalidad, Manuel Bartlett, Secretario de Gobernación avanzó. No se sabe aún quiénes fueron responsables de las muertes de Francisco Xavier Ovando y Román Gil Heráldez (responsables de la recepción y procesamiento de los datos electorales de ese 6 de julio). El sistema se cayó.
Al tomar protesta como presidente de la República, el 1 de diciembre de 1988, Carlos salinas de Gortari afirmó: “Seré un Presidente cerca del pueblo; estaré junto a él dialogando, pero sobre todo, escuchándolo. Haré mías sus angustias, trabajaré intensamente para hacer realidad sus aspiraciones.”
Llegó y se fue en medio de crisis. Así fue el inicio y fin del sexenio de Carlos Salinas de Gortari: electo tras cuestionadas elecciones, el hombre que insertó a México en la globalización, privatizó varias industrias e inició grandes acuerdos comerciales, tuvo una enorme popularidad, mucha más que sus antecesores, pero se vino abajo el 1 de enero de 1994. La insurgencia en Chiapas, el asesinato del candidato presidencial del Revolucionario Institucional, la herencia a Ernesto Zedillo, el “error de diciembre” y el arresto de su hermano Raúl, lo llevaron al exilio.
José López Portillo dejó a Miguel de la Madrid el peso de la crisis y la nacionalización de la banca; Carlos Salinas de Gortari dejó a Ernesto Zedillo la crisis de diciembre; Andrés Manuel López Obrador deja a la primera presidente de México, Claudia Sheinbaum el peso institucional de una reforma judicial que no tiene precedente.
Modificados los tiempos de transición gubernamental, López Obrador presentó desde febrero de este 2024 sus reformas estructurales. Entre ellas la reubicación y pérdida de autonomía de diversos órganos y la reforma judicial.
#NOALANOREELECCIÓN DE AUTORIDADES MUNICIPALES Y LEGISLADORES
El confort de los integrantes del poder judicial nunca los llevó a platearse cambios en un México que lo hizo en 2018. Acusan una ofensiva del presidente de la República, lo cual puede ser cierto; pero no se preguntan si parte de sus privilegios pueden vivir en un tiempo político y social diferente.
Alejados de los de la toga y del “Su Señoría”, los empleados son los que defienden sus condiciones laborales; no necesariamente los cambios en el poder judicial.
El poder económico, los intereses empresariales se mueven y buscan conmover, a través de muchos medios de comunicación, a aliados internacionales y, también, a las personas, esas que no acudieron a votar en mayoría contra la ratificación del Movimiento de Regeneración Nacional.
Aún no hay una prospectiva de lo que puede traernos la reforma judicial.
“No vengo aquí a vender paraísos perdidos, ni a buscar indulgencias históricas. Con toda honestidad intelectual, vengo a cumplir con un compromiso elemental: decir la verdad, la mía. Es mi obligación, pero también mi derecho. Ni todo lo ganamos ni todo lo perdimos” dijo José López Portillo en ese septiembre de 1982.
“Aquí están todos los que son, en la legitimación certificada y no están los que no pudieron ser. Que no opaquen el triunfo de la democracia la inconformidad estéril de quienes habiendo tenido la oportunidad, no llegaron. El pueblo no lo quiso.”, afirmó Carlos Salinas de Gortari.
José López Portillo lloró al dejar al país en ruinas; Carlos Salinas de Gortari vivió en una tienda de campaña en su lucha contra el abuso de poder de Ernesto Zedillo y nos dejó un país en crisis.
Miguel de la Madrid recibió el timón y lo salvó del temporal; Ernesto Zedillo cedió el poder a la oposición y con eso salvo su imagen como demócrata.
La primera presidenta de México recibirá un país desestabilizado en materia judicial. Esperemos que, cuando reciba el poder de Andrés Manuel López Obrador, no haya lágrimas en el rostro de éste. Serían las lágrimas que anteceden a la crisis, por lo menos, a la judicial, esos hemos aprendido. Será Claudia Sheinbaum responsable del timón, aunque no la culpable.