EN BUSCA DE LA OBJETIVIDAD PERDIDA…

“Tengo el deber de exponer las cosas como son, no como deberían ser” –Alexander Hamilton.

Cuando hablamos de objetividad, nos referimos a lo que está basado en hechos. El diccionario RAE nos dice que es objetivo es “perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o sentir”. La objetividad da certeza.

Creo que la palabra clave es independencia. Dejar a un lado nuestros sentimientos o creencias a la hora de valorar algo y centrarse en los hechos para marcar un criterio es fundamental.

En estos tiempos en los que impera la postverdad, los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal.

En otras palabras: la postverdad indica que la panza, tiene más peso que la cabeza. Todo se vuelve subjetivo: los sentimientos, los gustos y preferencias, toman gran fuerza y acabamos confundiendo meras opiniones con razonamientos. La veracidad de las afirmaciones es lo de menos.

Estamos rodeados de afirmaciones sin veracidad. Las teorías de la conspiración abundan. Por donde miremos hay afirmaciones sin sustento y otros datos”.

Lo siento pero no hay, ni puede haber “otros datos”, son los mismos para todos. Como bien dijo el político demócrata norteamericano Daniel Patrick Moynihan: “Todos tenemos derecho a tener nuestra propia opinión. Pero no tenemos derecho a nuestros propios datos”.

En 2016 las afirmaciones sin fundamento llevaron a Donald Trump a la presidencia. Bastaba decir que Hillary Clinton era corrupta, para que lo fuera o que los mexicanos eran delincuentes y violadores.

Poco importó que no hubo pruebas para demostrar la corrupción de Hillary o que el porcentaje de criminalidad haya sido menor entre los latinos migrantes que en otros grupos en Estados Unidos. En la época de la postverdad la veracidad es lo menos. Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos con afirmaciones sin fundamento y ha continuado así durante su mandato.

En su discurso de aceptación como candidato republicano a la presidencia hace unos días, Donald Trump presentó una realidad paralela. El presidente de los Estados Unidos presumió que ante la pandemia “Nos centramos en la ciencia, los hechos y los datos”, lo cual no coincide con la realidad.

De acuerdo con Wikipedia, y los verificadores de hechos, las mentiras que ha dicho no tienen precedente en la política estadounidense. “La constancia de estas falsedades se ha convertido en una parte distintiva de su identidad en el mundo de los negocios y la política”.

Me entristece decirlo, pero en México no estamos mejor. En las conferencias matutinas del presidente López Obrador, los datos que presenta en muchas ocasiones no coinciden con la realidad.

Si no le gusta una realidad la cambia con el conjuro de: “tengo otros datos” Las redes sociales están llenas de opiniones que se hacen pasar por razonamientos, son tierra fértil para las noticias falsas y mentiras. 

Hay muchos temas en los que es válido cambiar de opinión. Pero los valores o el cumplimiento de la ley no pueden sujetarse a términos relativos. Si lo que dices es acorde a la realidad, es una afirmación verdadera, si no lo hace, es una mentira. La ley se cumple o no se cumple. No es opcional, ni se ajusta a criterios relativos.

Recordemos que se representa a la justicia con una venda en los ojos, ya que debe juzgar el hecho, no a la persona. La justicia es objetiva. Una idea, una frase o una obra de arte deben valorarse por su contenido, no por la edad de la persona que las generó, la afinidad que sentimos por esa persona, su género o su posición social.

¿Dónde quedó la objetividad? Urge encontrarla por el bien de todos. ¡Qué lejos están los tiempos en que la honestidad  y honradez no tenían matices! Eras o no eras honesto u honrado. Ahora, en vez de condenar una falta, abundan las justificaciones subjetivas: que sí el hurto fue era por una buena causa, que sí robó, pero poquito, que si los de antes robaban más, y un sarta de tonterías que no vale la pena repetir.

Seamos objetivos: el que comete un delito es un delincuente. El que comete actos de corrupción es corrupto. Punto. Excusarlos porque pertenecen a tal o cual partido, no terminará con el lastre de la corrupción y la impunidad que tanto han lastimado a México.

Para tener un mejor país y sociedad, tratemos de encontrar esa objetividad que hoy, está perdida.

Buen domingo a todos.

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