DESBANDADA EN EL GABINETE

La cuarta trastornación sigue a toda máquina y pudimos enterarnos de dos bajas más; la SEIDO y hacienda.

Pero la que impacta realmente es hacienda, no solamente por el papel preponderante de la dependencia en el manejo de los haberes del gobierno federal, sino por todas las circunstancias concernientes a la figura del secretario y los motivos de su renuncia.

Al enterarnos de la dimisión de Carlos Urzúa, muchos no pudimos evitar la tentación de preguntarnos, si realmente renunció o lo corrieron, como consecuencia de haberse confrontado con alguien. Eventualmente con el propio presidente, que no se caracteriza por su paciencia; su tolerancia, su ilustración o su inteligencia u olfato políticos.

Carlos Urzúa era colaborador de López Obrador desde la época en que éste, ocupaba la jefatura de gobierno del distrito federal. Podríamos decir que era parte del equipo cercano del primer mandatario. Muchos conjeturamos que el titular de las finanzas nacionales, para bien o para mal, ya le conocía el modo al presidente y no iba sino a transitar sobre terrenos seguros, con la seguridad que otorga la antigüedad.

Pero no fue así. Llegado a la presidencia, López Obrador ha querido llevar a cabo toda una serie de disparates en lo económico y ningún financiero sensato alabaría sus intenciones, sino antes bien, trataría de hacerlo desistir y tomar otros destinos.

Pero con López Obrador tal cosa no es posible, debido a su personalidad autoritaria, a su soberbia, a su necedad y a su ignorancia.

Si tomamos en cuenta que además Urzúa cometió el error de confrontarse con otros personajes como Alfonso Romo y sus allegados, podremos comprender porque salió como tapón de sidra.

Queda ahora en su lugar, como secretario de hacienda, Ernesto Herrera, que también había trabajado con López Obrador desde la época del Distrito Federal y que no cuenta con malas credenciales académicas, pero que preocupa saber que es el tarugo al que el hombre de la Chontalpa ha enmendado la plana, en un par de ocasiones.

Pensar que el titular de la hacienda pública es un pelele sin voz ni voto, incapaz de atreverse a contradecir, ni a criticar los despropósitos del ejecutivo federal, es francamente parte del guión de una película tragicómica, en la que el capitán del barco, enteramente fuera de sus cabales, ríe mientras se empeña en obligar a un barco, a navegar por el pavimento. A ver cuanto le duran la necesidad, la resignación, la abyección o la paciencia.

Y si a lo anterior, le sumamos la rebambaramba propiciada en el ámbito político por la ampliación del periodo gubernamental de Baja California, sentiremos que estamos fumando sobre un barril de dinamita y corriendo los mismos riesgos.

Lo único bueno de tantas calamidades, es que seguramente las cosas se van a poner muy feas y difícilmente la locura morenista se prolongue más allá de un sexenio. Hay que cruzar los dedos.

Dios, Patria y Libertad