Una de las mayores contradicciones de la política mexicana del nuevo siglo es que frente al fallido gobierno de López Obrador, los ciudadanos también debemos soportar uno de los peores momentos de los políticos y los partidos opositores.
Es decir, que en el nuevo siglo mexicano vivimos atrapados en la peor paradoja imaginable; uno de los gobiernos más nefastos en décadas y políticos opositores que sobresalen por su descomunal mediocridad.
Y es que, por ejemplo, en el caso de la actual gestión federal, los mexicanos padecemos al gobierno más mediocre, más criminal, y con mayores vínculos con el narcotráfico.
Sí, somos víctimas de la gestión gubernamental más pedestre, más primitiva, mentirosa y más corrupta, por citar sólo algunos de los signos del fallido gobierno de AMLO.
Pero en el extremo contrario, el de los políticos y partidos opositores, también es cierto que asistimos al penoso espectáculo de la mediocridad, el oportunismo y la medianía.
Políticos y partidos que brillan por su estulticia, su carencia de ideas, de proyectos y estrategias para convertir en éxitos opositores los fracasos del partido en el poder.
Y es que, de existir un solo político visionario, con talante y talento para responder a las exigencias ciudadanas y para exhibir frente a la sociedad el tamaño de los fracasos de López Obrador, la derrota de la mal llamada Cuarta Transformación estaría garantizada, igual que la victoria de los opositores.
Dicho de otro modo, resulta que hoy ninguno de los políticos y partidos opositores ha sabido capitalizar los errores y los horrores del gobierno lopista.
Los opositores tampoco han sabido convertir en repudio social las raterías de la familia presidencial y de su claque.
No han sabido explotar las mentiras y los desaciertos y menos el desprecio de López Obrador por la vida, ya que el de AMLO es, hoy por hoy, el gobierno con mayor número de muertes a causa de la violencia criminal, lo que no sólo debiera ser un escándalo mayúsculo sino que debía tener preso al mandatario mexicano.
Pero para que quede más clara la paradoja y el fracaso no sólo del gobierno de AMLO, sino de los opositores, basta un ejercicio memorioso, para entender la importancia de exhibir a un gobierno desastroso que ha puesto en peligro la democracia y la estabilidad del país entero.
Seguramente muchos recuerdan que durante 12 años –a lo largo de las gestiones federales de Calderón y Peña–, ese formidable líder social llamado López Obrador se encargó de sembrar la idea –la mayoría de las ocasiones mentirosa–, de que esos gobiernos eran no sólo una carnicería por la violencia sin freno, sino un fracaso de cabo a rabo.
Andrés –como lo llamaban muchos de sus leales–, debió recurrir a los peores métodos de la propaganda fascista, como la mentira y el engaño, no sólo para hacer creer a los ciudadanos que Calderón y Peña eran los mismísimos demonios, sino que sus gobiernos eran los peores del mundo.
Y la propaganda mentirosa fue tan efectiva que, al final del ciclo, medio país se había tragado el cuento de que Obrador sería el salvador de una patria que era la sucursal del infierno.
Hoy, sin embargo, el de López Obrador no sólo es un gobierno nefasto y con peores resultados que las gestiones de Calderón y Peña, sino que no ha cumplido una sola de sus promesas de campaña.
Más aún, las raterías, las mentiras, los crímenes violentos y las responsabilidades oficiales por tragedias como la pandemia han convertido al gobierno del tabasqueño en el hazmerreír del mundo.
Y aún así, ninguno de los opositores ha sido capaz de convertir esos fracasos en votos y simpatías por los adversarios del peor presidente de la historia.
Pero si no se ha entendido el tamaño del fracaso opositor, una verdadera perla.
¿Qué significa, por ejemplo, que la señora Lilly Téllez hoy sea una de las opositoras más populares y con más simpatías?
¿No han entendido los ciudadanos que la señora Téllez es una oportunista sin escrúpulos, que primero enamoró a López Obrador y ahora pretende enamorar a los opositores, con un discurso dizque crítico de AMLO?
Sí, la sociedad mexicana más bien parece una sociedad de idiotas; idiotas en el poder, en la oposición y en la ciudadanía en general.
¿O no?
Al tiempo.