UN TRIUNFO PARA LA DECENCIA

“Por mucho que necesitemos una economía próspera, también necesitamos una prosperidad de bondad y decencia”. Caroline Kennedy
En junio de este año reflexionaba acerca de la importancia de la decencia. Esa palabra  que en ciertas ocasiones parecería pasada de moda, y que el diccionario define cómo la dignidad en los actos y en las palabras.
Entonces me preguntaba (y me sigo preguntando) cómo era posible que al tiempo que veíamos a líderes empáticos ante la tragedia, hubiera líderes quienes carecían de ella y sus discursos estuvieran llenos de mentiras y contradicciones. Concluí que la decencia sería un factor de peso en las elecciones venideras.
Afortunadamente, en Estados Unidos no me equivoqué. El triunfo de Joseph R. Biden Jr. y Kamala Harris nos demostró que no todo está perdido. Su triunfo, además de histórico, es una victoria para la decencia, en contra del racismo, la división y las mentiras como una forma de comunicación política.
Como dijo Yascha Mounk en su artículo en The Atlantic: América ganó. “Los votantes impidieron que un populista autoritario destruyera las instituciones democráticas del país”.
A pesar de la pandemia, los norteamericanos hicieron escuchar su voz, e hicieron historia consiguiendo la elección con más participación en la historia de su país. Su voz, fuerte y clara, logró que Joe Biden sea el presidente electo de ese país.
Desde luego que los problemas de ese país no se van a arreglar milagrosamente con esa elección. Tampoco hay líderes perfectos e infalibles. La pandemia no ha ido y no lo hará pronto; la economía no se arreglará como milagro. Pero es un paso en el camino correcto y una gran lección, si así lo decidimos, para todos.
Podemos aprender mucho de la actitud de Donald Trump. El comportamiento de una persona en el triunfo, pero sobre todo en la derrota nos da la clave para saber de qué material están hechos. En una democracia se pierde o se gana por un voto. Esos votos representan la voluntad del pueblo y a los contendientes solamente les queda aceptar esa decisión.
La actitud del presidente al cuestionar la legalidad de la elección y acusar de fraude sin prueba alguna (conducta típica en una persona que padece el el trastorno de personalidad narcisista), fue irresponsable, antidemocrática e indigna. En cualquier parte del planeta, los “berrinches” electorales están totalmente fuera de lugar.  Es importante aprender a ser humildes en la derrota y generosos en la victoria.
Para políticos –del color que sean–, la victoria Joe Biden, debe ser un poderoso recordatorio de que están para servir y no para servirse. El poder que tienen no es eterno y los votantes, tarde o temprano, les cobrarán los abusos que hayan cometido. La decencia (o la falta de ella) afortunadamente, sí tiene un peso en las elecciones.
Para nosotros como ciudadanos es también una positiva lección. Nuestra voz merece ser escuchada y merecemos un trato digno de nuestros líderes, que fomenten la unidad y vean por el bienestar de todos.
Podemos tener opiniones y visiones diferentes sobre el rumbo de nuestro país, pero no somos enemigos. Unidos, somos fuertes. Un país, como dijo el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Heiko Maas, al referirse a Estados Unidos, es más que el espectáculo de un sólo hombre.
Desde nuestras respectivas trincheras, tomemos esta oportunidad para aprender y alegrémonos porque cuándo gana la decencia, ganamos todos.

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