Sí hay solución (con un poco de humildad)

Especial

Niños huérfanos que forman milicias armadas en Guerrero para defenderse de grupos criminales, nos ponen al nivel de Etiopía, Sudán del Sur y Sierra Leona. Ni en Siria existe eso.

En lugar de tomar cartas en el asunto de inmediato, el Presidente respondió con dolorosa justificación o preocupante fantasía: los grupos criminales están desesperados, adiestrando niños ante la creciente dificultad que tienen para reclutar sicarios por el éxito de la política social de su gobierno.

Ya paren de jugar con lo esencial.

El mayor problema del país es la inseguridad. Ante eso el gobierno podría dar un paso al frente y convocar a opositores, especialistas y víctimas a elaborar una estrategia común, transexenal, contra el delito y la violencia.

Todo es discutible, menos la libertad que da la seguridad física y patrimonial.

Para lograr esa estrategia, basada en cuatro o cinco puntos concretos, verificables, medibles y con sanciones a quienes incumplan, se requiere un diálogo sincero y nadie se lo va a escamotear.

Vamos al peor de los mundos si el gobierno sigue mintiendo respecto a la criminalidad y culpa al pasado de la situación, cuando lo que está cada vez más desolador es el presente y el futuro.

Si opositores fincan sus posibilidades de éxito político en que el gobierno siga fracasando en seguridad y que cada año la situación empeore, nos vamos a hundir más.

López Obrador no puede creerse su propio cuento de que la seguridad no le quita el sueño, porque es fantasía.

Esos niños de Guerrero tomaron las armas porque grupos criminales mataron a sus padres y no hay Estado ni Guardia Nacional que los defienda.

Sus colaboradores, que los hay sensibles e inteligentes, tienen la obligación de decirle cuál es la realidad.

¿Podrá el Presidente sostenerle la mirada al niño de la portada de Proceso y decirle que está armado porque, gracias a que su política social está funcionando, ya casi no hay sicarios qué contratar?

Alguien necesita ponerle esa foto –y las de otros medios que las publicaron, como El Financiero– encima de su escritorio todos los días para invitarlo a recapacitar.

La función básica del Estado es brindar seguridad, ya sea con gobierno morenista, panista, priista o de la tendencia que sea. Urge un acuerdo general en ese tema, aunque disputen en todos los demás.

Ante nuestra vista se encuentra el deterioro del país en casi todos sus frentes, y eso pega en seguridad y pegará más.

Hay más asesinatos que hace un año, más desaparecidos que hace un año, más secuestros que hace un año, más feminicidios que hace un año, más extorsiones que hace un año, muchas más víctimas de delitos que hace un año.

La respuesta del Presidente ha sido encerrarse en una necedad infranqueable: su política social da resultados y no escucha ni atiende otras opciones.

Humildad se requiere, y no debe ser tan difícil. Escuchar, si se tiene intenciones de saber qué pasa y qué se puede hacer.

Cuando alguien cree que lo sabe todo y tiene la solución para todos los problemas, está perdido. Ese es nuestro Presidente, hasta hoy.

En lugar de aprovechar la oportunidad para oír, se negó a recibir a los organizadores de una marcha por la paz y la seguridad, Javier Sicilia y Adrián LeBarón, porque, en su opinión, es hacer un show.

Sí, ha de ser muy embarazoso sentarse con dolientes que lo van criticar o proponer cosas imposibles o fuera de lugar, pero algo positivo va a aprender. Humildad tal vez.

En Palacio desayuna con peloteros, se retrata con boxeadores, juguetea con ideas extravagantes ante los reporteros durante horas, ríe, y ¿no puede escuchar a líderes sociales que han sido tocados directamente por la tragedia de la violencia?

Su obligación es dar derecho de audiencia, especialmente a los familiares de víctimas mortales de la inseguridad. Lo hicieron Felipe Calderón y Enrique Peña, ¿por qué él no?

Incluso no estaría de más que se reuniera con sus antecesores Peña y Calderón para oír, a puerta cerrada, en qué se equivocaron para no repetir errores, evaluar por dónde sí vale la pena insistir y aminorar la pandemia de homicidios y empoderamiento de grupos delictivos.

El país está antes que los rencores, de un lado y de otro. La situación es de emergencia y demanda audacia y humildad.

Bien por el Presidente que semanas después fue al lugar de una masacre, en Bavispe. Pero fue acicateado por una posible caravana de menonitas que iría a reunirse con Trump.

Nadie lo insultó ni le faltó al respeto porque viven un problema de vida o muerte y quieren solución, no perder el tiempo en disputas con quien los puede y debe ayudar. Ahí debió aprender algo.

Sin embargo parece que no oyó o entendió poco, pues les prometió un monumento (memorial) a las víctimas, cuando lo que se requiere es seguridad a la voz de ya.

A los pocos días de haber ido al lugar donde los niños y mujeres fueron incinerados por bandoleros, el mismo grupo armado quemó un pueblo entero.

¿Dónde quedó el apoyo, la Guardia Nacional?

La economía no va a mejorar, lo que impactará en delitos.

Es que las previsiones de crecimiento para México han ido a la baja y son de uno por ciento para este año (el mundo crecerá a tres), mientras el presupuesto se elaboró sobre la base de dos por ciento de aumento del PIB.

Obviamente habrá recortes al gasto que dejarán gente en la calle y a grupos sin el apoyo de programas gubernamentales.

Malo es el panorama para el empleo, con una economía que no crece y los sectores que más fuentes de trabajo generan están en caída libre, como la industria de la construcción.

Una equivocada política energética puede hacer perder el grado de calificación de Pemex y ahí va a afectarse la macroeconomía.

Los malos resultados en economía tienen un impacto en seguridad, lo sabemos todos.

No es la única causa de la delincuencia y quizá tampoco la principal. Sin embargo crea un contexto que no ayuda a disminuirla ni a frenarla.

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Por lo que viene y por lo que estamos viviendo a diario, es imprescindible una estrategia transexenal de seguridad que vaya más allá de colores partidarios y anule la obstinación de destruir todo lo que había.

Como dijo recientemente un funcionario a los gobernadores: o nos salvamos juntos o nos hundimos juntos. Ojalá el Presidente elija lo primero.