¡No es ‘Juanga’; son los ‘webos’ para disentir!

No conozco a Nicolás Alvarado. Tampoco me gusta –y no comparto–, su periodismo cultural. Creo, además, que está muy lejos de ser –en sentido estricto–, un intelectual.

Lo que creo, sin embargo, es que el reportero y exdirector de TV UNAM regaló uno de los más grandes favores a la democracia mexicana; el favor nada despreciable de exhibir la profunda incultura democrática de millones que permanecen agazapados detrás de las endiosadas redes sociales.

Pero esa es sólo una parte del favor del reportero a la democracia. Con su crítica a Juan Gabriel, el señor Alvarado también sacó del clóset la grosera y creciente intolerancia social hacia los que se atreven a disentir, a los pocos que en todo el espectro mediático tienen “los webos” no sólo de pensar distinto sino de hacer público el pensamiento diferente y políticamente incorrecto.

Y tampoco ahí termina el asunto. Alvarado también arrancó la peor cara de las matonas redes; bendición tecnológica que lo mismo sirve para derrocar tiranos que para matar democracias; que igual endiosa la unanimidad de pensamiento, que persigue a los que piensan distinto.

Y es que buena parte de quienes apalearon al periodista en redes, en el fondo rinden culto al pensamiento único; son adoradores y practicantes de la intolerancia y combaten la diversidad de ideas. Y hay de aquel que se atreva a imaginar –siquiera imaginar–, un pensamiento distinto a la unanimidad inducida en redes, porque entonces es traidor a la patria y aliado de la mafia del poder.

Quedó al descubierto que una de las mayores taras sociales de la democracia mexicana es el odio a libertades fundamentales, como la libertad de expresión. Es decir, miles o millones domesticados por las redes, aplauden que sean callados todos aquellos que se atrevan a disentir.

En el fondo, la crítica a Juan Gabriel pasó a segundo plano, frente al pavor que provocan disenso y crítica en millones de nativos digitales que –a pesar de sus habilidades tecnológicas–, son brutalmente incultos en los básicos democráticos.

Y frente a una realidad de idiotas, los ya clásicos de la crítica a las redes se magnifican.

Umberto Eco: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”
Javier Marías: “Estamos en época de matones. No sólo físicos, hay también un matonismo incruento, que no cesa de propagarse y que ejercen grandes porciones de la sociedad desde los teclados de sus ordenadores. Son individuos que ponen el grito en el cielo por cualquier cosa, que se contagian y azuzan entre sí, que linchan verbalmente al que hace, opina o dice algo que no les gusta; que no “se cargan de razón” porque la razón suele estar ausente de sus cabezas, y que simplemente exigen y condenan”.

Guillermo Sheridan. “El artículo en cuestión trata de la visceral violencia que se esgrime contra los escritores en las llamadas redes sociales y en las zonas abiertas a los comentaristas, instantáneos tribunales inquisitoriales presididos por torquemadas digitales, orondos bajo los cucuruchos de su anonimato. La Internet propicia esta variante de la bravuconería: la libertad total induce a los cobardes al agravio y la invectiva, a tirar la piedra y esconder el mouse”.

Nativos digitales que poco piensan y mucho gritan. Matones digitales que parecen destinados a matar a la democracia.

Al tiempo.