NADIE SABE PARA QUIEN TRABAJA. CATEDRAL DE SAN DUJE

Mis muros son guardianes de la historia. Una historia de reconciliación entre paganos y cristianos, perseguidores y perseguidos

El pasado viernes fue día de San Jorge, santo patrono de Inglaterra, Etiopía y Georgia. Fue ejecutado a causa de su fe cristiana, por el mismo hombre a quien sirvió: El emperador Diocesano o Gaius Aurelius Valerius Diocletianus Augustus.
Dioclesiano construyó un hermoso palacio en Split, Croacia y dentro de él un mausoleo, a fin de que reposaran sus restos mortales. Paradójicamente, hoy ese mausoleo es una catedral. ¿Quién era este emperador que persiguió con tal furia a los cristianos? Dejemos que su obra obra hable por él, y que la Catedral de San Duje nos cuente su historia.
SI LOS MUROS HABLARAN
Catedral de San Duje en Split, Croacia
Si algo pueden aprender de mis muros, es que nadie sabe para quién trabaja. Misteriosos son los designios del destino. Si alguien los conoce bien, soy yo. Creada para resguardar los restos mortales de quien persiguió a los cristianos, hoy resguardo a los de aquellos que fueron cruelmente perseguidos.
Fue un emperador romano quien encargó mi construcción: Gaius Aurelius Valerius Diocletianus Augustus, mejor conocido como Diocleciano. Decidió construirme en el centro de su fabuloso palacio de mármol junto al mar en Spalatto (hoy Split), en el año 305 d.C.
El emperador no escatimó en mi construcción. El edificio destinado a resguardar sus restos mortales, debía ser tan fabuloso como su propia historia. Llamó a los mejores arquitectos del imperio quienes me dieron una forma octagonal.
En el interior, mis paredes cuentan con nichos magistralmente tallados.  Me adornan ocho columnas de granito y sobre de ellas, otras ocho columnas más pequeñas. En el centro, el lugar estelar, dejaron un espacio para el sarcófago.
Por si este lujo en el interior fuera poco, para el exterior Diocleciano mandó a traer dos esfinges desde Egipto, -que era entonces parte del imperio-, para que velaran por eterno su descanso y, lo más importante, para recordar a los mortales su estatus divino. Oh sí, divino. Diocleciano, no sólo sabía que era hijo de Júpiter, sino que además se sabía su hijo favorito.
Hay que darle algo de crédito. El chico tuvo una vida excepcional. Diocles nació Salona, en el seno en una familia iliria de clase baja. Logró ingresar al ejército para convertirse primero en comandante de la guardia imperial y posteriormente cónsul. Nada mal para un humilde chico de Salona ¿eh?. Pero su historia no paró ahí. Después del asesinato del emperador Caro y su hijo Numeriano, Diocles fue proclamado emperador. Diocles sabía que Júpiter había escrito su destino con letras de oro.
Diocleciano recibió un Imperio que se desmoronaba por sus interminables conflictos. Tuvo la inteligencia para dividirlo entre cuatro gobernantes lo que se conoce como Tetrarquía. Así nombró a Maximiano, hombre de toda su confianza co-emperador otorgándole el título de Augusto y después nombró a Galerio y Constancio (Padre del famoso Constantino) como Césares.
De esta forma, logró cohesionar el Imperio durante un siglo más. Diocleciano realizó importantes reformas para racionalizar la administración, sanear la economía y reorganizar el ejército. Desafortunadamente, más que por sus logros, Diocles es recordado por las férreas persecuciones que llevó contra los cristianos.
Al ver que el cristianismo cobraba fuerza, iracundo abolió los derechos de los cristianos e hizo obligatorio el culto a Júpiter. Al ver pocos resultados, Diocles inició la más sangrienta persecución contra los cristianos que se recuerde. San Jorge, Santa Lucía, Santa Prisca, San Duje y muchos de otros fueron martirizados y asesinados por sus órdenes. Algo terrible, sin duda, pero también, parte de su destino. ¿Qué otra cosa podría hacer aquel que se pensaba el hijo favorito de Júpiter sino luchar por defender el culto a su padre?
Diocleciano no murió asesinado como la mayoría de los emperadores romanos. Dejó el poder y se retiró a su fabuloso palacio. Al fallecer, fue enterrado entre mis muros. Pero su reposo, debo decirles, a pesar del trabajo de las esfinges, no fue eterno. En el siglo VI d.C., Salona fue invadida y sus habitantes huyeron a Spalatto a refugiarse entre los muros del abandonado Palacio de Diocleciano.
Un siglo después, con el cristianismo en auge, dejé de ser mausoleo para convertirme en catedral. Me consagraron al buen obispo San Duje, a quien declararon patrón de la ciudad y depositaron sus restos y los de Santa Lucía en donde alguna vez estuvo el sarcófago de su perseguidor. El destino y sus ironías. Tanto se preocupó Diocles de su descanso eterno y desde hace siglos, se desconoce el paradero de sus restos mortales.
Desde que me consagraron en el siglo VII d.C. mis puertas no se han cerrado jamás, aunque he sufrido, lógicamente varias remodelaciones. Por ello, soy considerada la catedral católica más antigua del mundo en funcionamiento. Hoy todavía entre mis muros dedicados a la fe católica, si miran bien, pueden apreciarse vestigios de mis orígenes como mausoleo para un emperador romano.
Desde luego que soy considerado Patrimonio de Humanidad por la UNESCO. Sin embargo, me gusta pensar que más que ese reconocimiento, mis muros son guardianes de la historia. Una historia de reconciliación entre paganos y cristianos, perseguidores y perseguidos.
Buen domingo a todos y gracias por leerme

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