MOVILIDAD DE LAS Y LOS POLÍTICOS: ¿Y EL ELECTORADO?

José Alberto Márquez Salazar

Las fotografías retienen un espacio en el tiempo. Los personajes políticos buscan sobrevivir en el mar revuelto.

Hace unas horas circuló en redes sociales una fotografía de la presidenta del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), Luisa María Alcalde, con una Senadora que, hasta hace unas semanas, era opositora. Ésta se ha unido al Movimiento.

No sabemos si los diferendos ideológicos, o materiales, con el presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) o la iluminación de una visita de un Siervo de la Nación (a la manera de los hermanos Testigos de Jehová) la llevaron al camino correcto de la historia. O, quizá, es su compromiso histórico/ideológico con México.

Al margen del juicio del árbol que da moras, el movimiento de la Senadora al Movimiento es un ejemplo de la movilidad política que la democracia también nos ha dejado, nos guste o no.

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La baja de presión de la Senadora, antes de que se votara la reforma constitucional en materia de impugnaciones, ya advertía su intensión política. Y las fotografías con la presidenta Claudia Sheinbaum, seguramente aceleraron el convencimiento ideológico de la hasta ayer integrante del Grupo del PRI.

Una iluminación la llevó a informar que “Después de una profunda reflexión he decidido sumarme al proyecto que encabeza la primera mujer Presidenta de México…en quien confío y me motiva para trabajar por una sola causa: México.”

¿Qué le aporta la Senadora al Movimiento, a parte de un voto más?

Lo de la Senadora no es la única “movilidad” que la clase política ha tenido en la historia de México. De hecho, más que una intensión ideológica, la mayoría de estas acciones tiene que ver con la sobrevivencia o búsqueda de espacios políticos.

Los motivos de la Senadora se quedan para ella mientras que el electorado, el que le aportó votos de manera indirecta no tiene la menor explicación de su parte.

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Si en las últimas décadas la política genera suspicacias y desconfianza, uno de los motivos es la falta de coherencia de las personas políticas. En estos momentos, no me atrevería a definir cuál es la cohesión ideológica entre los integrantes de los partidos políticos, a parte de la búsqueda y consecución del poder.

¿Existe una forma para evitar que los representantes populares “salten” de un partido o movimiento a otro? No. Lamentablemente no.

¿Existe una norma que impida a los integrantes de los Grupos Parlamentarios, en el Congreso de la Unión, “pasarse” a otro? No, tampoco.

Y hay diferentes circunstancias o motivos para cambiar de partido o movimiento político, unas más otras menos coherentes; unas antes de la elección y otras después.

¿Qué hay del electorado, de ese electorado que creyó el discurso de las y los candidatos a algún cargo de elección popular?

Si las y los políticos tuvieran coherencia frente a su historia y su decir y hacer, lo más normal sería dejar el cargo para el que fueron electos por una fórmula política si van a integrarse a otra. Pero esos son sueños.

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Me parece que son, en primera instancia, los partidos políticos quienes tendrían que construir los mecanismos para que la candidata o candidato electo tenga obligaciones en caso de renunciar al partido político.

En segunda, por respeto al electorado, el Congreso de la Unión debería establecer una metodología que opere el Instituto Nacional Electoral para que la o el renunciante al partido o movimiento político –que tenga un cargo de elección popular- informe de alguna manera a su electorado el porqué va a otra fuerza política.

En tercera instancia, son los electores quienes deben: primero, observar quiénes son las candidatas y candidatos, de dónde vienen y a dónde prometen ir; y, en segundo, exigirle a esas personas electas una explicación del porqué de sus acciones. El proceso y ejercicio de ciudadanía va más allá del voto.

Es acá donde la reelección tiene sentido como una oportunidad y herramienta de los electores.

No estoy en contra de la movilidad política porque, de alguna manera u otra, es un signo y demostración de la libertad política y de la democracia. En lo que no estoy de acuerdo es en la forma cómo se engaña al electorado y se le ignora en la toma de decisiones.

Los motivos de la senadora Cynthia López Castro son particulares –y cito su caso solamente como ejemplo-, pero el voto que los electores en la Ciudad de México le dieron, aunque de manera indirecta, es de interés público y ellos merecen una explicación mínima.

Seguramente la senadora Cynthia López Castro ya está instalada cómodamente en el lado “correcto” de la historia y tendrá seis años de augusta vida política; pero su electorado seguramente ya la ubicó en otro espacio. En su caso, sí aplica el famoso: “Disfruten lo votado”.