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Especial

Ayer le comentaba acerca de cómo abril nos ha permitido mostrar mejor el comportamiento del Presidente. Aunque el golpe de la pandemia empezó a notarse en buena parte del territorio, y la respuesta social (más que la promovida por el gobierno) nos llevó a encerrarnos, la popularidad presidencial fue al alza (o al menos detuvo su caída). En ese mes la economía se desplomó, a juzgar por los indicadores que tenemos, la inseguridad se mantuvo y la pandemia creció exponencialmente.

Los pedidos manufactureros cayeron 5 puntos contra marzo, -10% en el índice, que en el caso de equipo de transporte alcanzó -20%. El indicador de confianza cayó 6 puntos contra el mes anterior, para ubicarse entre 37 y 38 unidades, en manufacturas, construcción y comercio. Eso corresponde a una contracción de -12% en cada uno de los tres grupos. En las expectativas de producción, las manufacturas caen 10 puntos, -20% contra el mes anterior; construcción 6 puntos (-12%), y comercio 19 puntos (casi -40%).

En materia de empleo, iniciamos el mes perdiendo 25 mil puestos de trabajo por día, aunque no tenemos aún el dato del mes completo. Toda esta información, en línea con lo que comentamos la semana pasada: una contracción anual cercana al -20% para este trimestre.

Este fin de semana se comprobó que el gobierno no tiene idea de cuántos infectados tenemos por Covid, puesto que el subsecretario Gatell faltó a su palabra, comprometida el sábado, de que explicaría con detalle la aplicación del modelo Centinela. No pudo hacerlo, pero sí descalificó a quienes le han criticado la aritmética, lo mismo a quienes le obligaron al compromiso. Las cifras que publican cada día no generan confianza, porque no se aplican suficientes pruebas en México. Seguimos siendo uno de los países con menos pruebas, muy por debajo de economías menos desarrolladas que la nuestra, para no comparar con países ricos.

En abril, el promedio de homicidios diarios superó 83, igual que en marzo, según los datos oficiales. Son más elevados que cualquier otro mes de esta administración, con la excepción de junio de 2019. Probablemente los más altos en la historia, aunque no se puede comparar adecuadamente con años anteriores, por cambio de fuente.

Finalmente, no hubo en abril evidencia alguna de que la corrupción mejorara. El anuncio de la asignación directa de una etapa del Tren Maya a Carlos Slim ocurrió en mayo, y el trato preferente a Salinas Pliego ha sido una constante, de forma que el capitalismo de compadrazgo no parece haber variado. En lo relacionado a sospechas, la denuncia de compras a precio elevado a un hijo de Manuel Bartlett también apareció en mayo. No tengo idea de si hay o no corrupción, pero es evidente que no hay diferencia con sexenios anteriores.

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Si no tenemos mejoría en corrupción ni violencia, los dos grandes temas de la elección de 2018. Si el manejo de la pandemia ha sido desastroso, al extremo de que no contamos con datos confiables en este momento. Si la economía se ha venido contrayendo durante más de un año, y ahora ha entrado en caída libre, ¿cómo explicar el repunte en popularidad?

Creo que la respuesta es sencilla. López Obrador sabe concentrarse en la dimensión emocional, y está dispuesto a decir o hacer cualquier cosa que le permita mantener su popularidad. Es un líder populista, y como todos los de esta época, desprecia a los expertos, al conocimiento, a los datos. Puede mentir sin escrúpulo alguno y ha sido capaz de involucrar en ello a sus subordinados, por acción u omisión. Sin límites impuestos por un partido político, o por ética política (salvaguardar la nación), se ha volcado a la propaganda, que ahora es ya de cinco horas diarias. Este país ya no es una democracia, propiamente hablando.