Los Adioses: PRI

Cuando el PRI perdió la Presidencia por primera vez, en el año 2000, pensaron que se trataba de un mal momento. Se combinaba un “payaso con botas” (así le decían) con la traición de Zedillo, pero el poder seguía en sus manos. Por eso no pudo Fox avanzar en desmontar el sistema, ni tuvo nunca fuerza en el Congreso. Mucho menos contaba con apoyo en los estados. En el PRI, estaba claro que regresarían a la Presidencia para quedarse ahí otras seis décadas.

En 2006, sin embargo, sufrieron una derrota estrepitosa: lejano tercer lugar en la carrera presidencial, y en las curules de diputados. Segunda fuerza en el Senado, cada vez menos gobernadores. Sólo la necedad de AMLO y el PRD les permitieron tener espacio para negociar con el PAN y sobrevivir. Desde los gobiernos estatales, construyeron una candidatura que ahora sí les permitiera el regreso.

Lo lograron en 2012, y de golpe recuperaron la soberbia que les había abandonado doce años antes. Eran nuevamente el “partidazo”, capaz de gobernar con éxito. Tres años después, refrendaban su creencia con la primera mayoría en Diputados desde 1997. Al año siguiente, sin embargo, empezó la debacle: perdieron 7 de 12 elecciones estatales. En 2017, por muy poco pudieron mantener su bastión: el Estado de México. En 2018, fueron reducidos a la irrelevancia.

O tal vez no. Desde 1986, el nacionalismo revolucionario priista contó con dos caminos: el de siempre, lealtad y disciplina dentro del PRI, y el alterno, rebeldía y populismo, vía el PRD. Una primera ola de emigrados creó ese partido a fines de los ochenta; una segunda, resultado de la crisis de 1995, le permitió convertirse en opción real en 1997; y la tercera y definitiva, le dio a Morena el impulso que faltaba para alcanzar el triunfo total.

Pero Morena no es únicamente esa resurrección del PRI. No cabe duda que la esencia de su discurso proviene del nacionalismo revolucionario, pero la sumisión al caudillo es un retroceso. Precisamente Cárdenas terminó con eso, institucionalizando la figura de hombre fuerte en el presidente. Como es claro desde julio, hoy la subordinación es a una persona y no a un puesto.

El tercer elemento del régimen de la Revolución, el corporativismo, parece estar en proceso de reconstrucción: los grandes sindicatos ya entraron en turbulencia; se aprobó el convenio 98 de la OIT, que servirá para infiltrar empresas; ya hay iniciativa para recuperar la Ley de Cámaras (declarada inconstitucional hace años). Dudo que las condiciones económicas actuales permitan este corporativismo, pero lo están intentando.

Así que, aunque tengan historia común, Morena no es el PRI. No es ese partido disciplinado y subordinado a instituciones, sino un grupo amplio de organizaciones, con creencias diferentes, sojuzgadas por una persona. Más parecido al PNR, imaginario antecesor del PRI.

De forma que me parece que sí podemos decirle adiós al PRI. No reencarna en Morena, ni tiene hoy fuerza política. Cuenta con 14 senadores y 47 diputados, más o menos el 10% del Congreso. De los doce gobernadores que tiene, apenas tres lograron sobrevivir a la marea morenista, y podrían tener algo de autonomía: Coahuila, San Luis Potosí, y Zacatecas. Otra vez el 10%.

No tiene un discurso que le pueda atraer votantes, porque su cuento original es hoy de López Obrador, y la oferta de modernización (TLCAN, reformas, Pacto por México) que siempre ofrecieron a medias tintas, tampoco se les creerá.

De forma increíble, tiraron a la basura una segunda oportunidad. No parece que los mexicanos vayan a ofrecerles una tercera. La soberbia, el gran pecado de los líderes, los ha destruido. Adiós, PRI.