¡“LISTA NEGRA”, PARA SATANIZAR A CRÍTICOS!

¡AVAL OFICIAL A LOS “NARCO-GOBIERNOS”!

Ningún presidente mexicano había llegado al extremo de amedrentar a los periodistas, de manera pública y en Cadena Nacional de televisión.

El mayor exceso de un presidente contra los críticos fue el mítico “no les pago para que me peguen”, de José López Portillo.

Hoy, otro López, pero en este caso Obrador, señaló, por nombre y apellido a sus críticos, a los que metió en su particular “lista negra”, al tiempo que exaltó a quienes lo aplauden.

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Es decir, el presidente mexicano confirmó que el suyo no es un gobierno democrático sino una vulgar tiranía intolerante a la crítica.

Y es que, en los regímenes totalitarios, en los gobiernos fascistas y en las dictaduras, todo aquel ciudadano, grupo social o partido opositor que expresa una opinión contraria al régimen, es considerado “subversivo”, “neoliberal”, “enemigo del pueblo”, “peligroso” y, sobre todo, “contrario al cambio”.

En la mayoría de las dictaduras –por no decir que en todas–, los nombres de los críticos, los opositores, los subversivos y quienes acusan las pulsiones perversas del dictador, son metidos al “saco común” conocido históricamente como “la lista negra”, que supone el inventario de los enemigos del régimen.

Pero la “lista negra” tampoco es exclusiva de los regímenes dictatoriales del llamado socialismo o comunismo.

No, en Estados Unidos, en “el periodo negro” del “macartismo” –así conocido por el ultraconservador senador norteamericano Joseph McCarthy –, los llamados “enemigos de Estados Unidos” a los que se catalogaba como “izquierdosos”, fueron parte de una “lista negra” y perseguidos bajo el presunto cargo de “comunistas”.

Entre otros fueron perseguidos, Charles Chaplin, Humphrey Bogart y Katherine Hepburn, además de directores como John Houston y guionistas como Ling Landner.

Lo cierto es que la alusión a una “lista negra” –de políticos, periodistas, enemigos, empresarios o adversarios–, es propia de una dictadura.

Más aún, una “lista negra” es la confirmación de la venganza y el rencor sociales que no tienen cabida más que en las dictaduras, en los gobiernos represores y en las tiranías.

Por ejemplo, en el fascismo italiano –durante el terror dictatorial de Mussolini–, la “lista negra” era reservada para los periodistas y los opositores, a quienes el dictador amenazaba de manera cotidiana en la plaza pública.

Incluso, el dictador italiano –verdadero alter ego de López Obrador–, ordenó el asesinato de los más reputados opositores y periodistas; crímenes de Estado que cínicamente reconoció el propio Mussolini, quien llegó al extremo de convertirlos en actos heroicos.

En el caso de la dictadura de Hitler, la “lista negra” incluía una mayoría de judíos; entre quienes había periodistas, opositores, artistas, empresarios… millones de ellos asesinados por la mente criminal del dictador germánico.

En la España de Franco, la “lista negra” la integraban, sobre todo, los republicanos y disidentes; miles de españoles muertos en fusilamientos sumarios –por el delito de disentir y oponerse a la dictadura–; crímenes que por años fueron ocultados al mundo.

En Chile, la “lista negra” la nutrían quienes se oponían, criticaban, apelaban a libertades básicas. Y miles dieron la vida por esas libertades elementales.

Hoy, en el México de López Obrador, la “lista negra” está reservada –igual que en el caso de los sátrapas de la historia universal–, para periodistas, intelectuales, críticos y opositores.

Pero contrario a la mayoría de las dictaduras, “la lista negra” de López Obrador va de la mano de los dueños de los medios, quienes hacen parte del “trabajo sucio” del dictador.

Así, por ejemplo, luego que el dictador López señala con el índice flamígero –sea en sus “mañaneras”, sea a través de una persecución en redes, como fue el caso de Ricardo Alemán–, a tal o cual, de sus críticos, no pocas empresas obsequiosas con el tirano se apresuran a despedir al o los señalados.

Al final de cuentas, cuando López Obrador recurre a la exhibición pública de una lista de periodistas, articulistas e intelectuales críticos de su gobierno –en espera de que sean despedidos–, confirma que el suyo no es un gobierno democrático, sino una dictadura.

Al tiempo.