Leonardo, el chef

El pasado dos de mayo, se conmemoraron cinco siglos del aniversario luctuoso de Leonardo da Vinci. Y después de 500 años de su fallecimiento, el autor de la Mona Lisa, todavía da mucho de qué hablar. Sus biógrafos lo describen como un verdadero hombre del renacimiento: pintor, anatomista, arquitecto,botánico, científico,escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista. Sin embargo pocos conocen otra faceta del artista italiano: fue un gran chef.

Leonardo era un hombre muy bien parecido que gustaba vestir de colores brillantes. Hijo ilegitimo de Piero da Vinci, notario influyente en su época, Leonardo no tuvo una educación“formal”, como correspondía a los nobles de su época. Pasó mucho tiempo con su madre y el marido de ésta Piero del Vacca, un excelente cocinero, quien enseño los secretos de postres y
recetas de la época. Sentía un gran amor por los animales, al grado que fue vegetariano gran parte de su vida. A la par de su amor por los animales, sentía un amor por la cocina.

Lógicamente, esa curiosidad que lo llevó a estudiar el vuelo de las aves, la anatomía humana y diseñar un tanque de guerra, no podía quedarse atrás al intentar descubrir nuevas mezclas y sabores.

A los 16 años fue a estudiar al taller de Andrea Verroccio, donde conoció a otro joven artista: Sandro Botticelli; quién sería determinante en sus aventuras culinarias. Después de abandonar el taller de Verroccio, Leonardo se fue a trabajar a una posada situada cerca del Ponte Vecchio, llamada “Los Tres Caracoles”. Las cosas marcharon bien por un tiempo pero su forma de hacer las cosas y sus particulares manías, terminaron desesperando a los empleados del lugar y lo despidieron.

A Leonardo le gustaba el negocio así que junto con su buen amigo, Sandro Boticcelli, abrió una taberna a la que llamaron: La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo”, misma que sería pronto un gran fracaso. Leonardo y Sandro servían una especie de “menú degustación” con primorosas creaciones descansando artísticamente sobre polenta (hoy es a base de maíz pero entonces aún no se descubría América, por lo que estaba hecha a base de harina de trigo). El sabor no era malo, pero los clientes se quejaban del tamaño de las porciones.

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Después de un largo día de trabajo, lo que querían una abundante cena, una calabaza enrollada en una zanahoria por escultórica que fuese.  Eventualmente, Sandro y Leonardo tuvieron que cerrar el negocio por falta de clientela.

Codex Romanoff: fake news.

Circula la historia de un código resguardado en el Museo Hermitage, que el genio italiano habría escrito sobre las buenas costumbres en la mesa, llamado Codex Romanoff. Fake News.

Este código jamás fue escrito por Leonardo. Resulta que en los noventas, se publicó en Inglaterra un libro titulado “Leonardo’s Kitchen note books”, escrito por un par de historiadores utilizando los dibujos de otros códigos de Leonardo. Shelagh y Jonathan Routh, no tenían otra intención que divertir a sus lectores. Pensado como una broma, el libro fue publicado un 1º de
abril o April’s fools, fecha equivalente a nuestro “Día de los Inocentes”. Tristemente, las simpáticas reglas de urbanismo que supuestamente se encuentran en el código Romanoff como: “No ha de utilizar su cuchillo para hacer dibujos sobre la mesa” o “No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa” son producto del humor de los historiadores ingleses y no del genio florentino. Tampoco inventó el tenedor ni la servilleta; a pesar de ello, todavía tenemos mucho que aprender de un hombre excepcional.