La Suprema Corte, el debate y el equilibrio

Especial

La sesión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en torno a la constitucionalidad de la consulta popular planteada por el presidente López Obrador, me pareció un ejemplar ejercicio de ideas y contrapuntos políticos, legales, constitucionales, incluso más allá de la decisión final, tomada por el estrecho margen de seis votos contra cinco.

Creo que, en esencia, lo que proponía el ministro Luis María Aguilar era acertado. La pregunta de la consulta como estaba planteada violaba el marco constitucional. Pero lo que ocurrió ayer no fue una aprobación de la consulta a ciegas: se aprobó la consulta, pero el cambio de la pregunta modifica el sentido de la misma. La pregunta que se presentará es muy diferente a la original: “¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia  y los derechos de las posibles víctimas?”.

Por supuesto que el presidente López Obrador, cuya presión pública sobre la Corte y los ministros no ayuda en nada a entender el trabajo realizado y a respetar la autonomía de la propia institución judicial, logró un importante objetivo político de cara al próximo año electoral. Más allá de que se haya cambiado la pregunta y el sentido legal de la consulta, más allá, incluso, de que como está planteada la pregunta será prácticamente imposible hacer la respuesta vinculatoria, por supuesto que desde el Ejecutivo y los partidos que lo respaldan se usará electoralmente para fortalecer la narrativa presidencial sobre lo que llama el periodo neoliberal.

Entiendo la posición de la mayoría de los ministros que, como lo plantearon Arturo Zaldívar y Yasmín Esquivel, entienden que la consulta en sí misma, es un ejercicio para ampliar la democracia participativa, el objetivo de la reforma constitucional que implantó la posibilidad de las consultas populares. Pero no me queda claro cuáles son los límites de la misma, menos aún cuando se la quiere contraponer con la democracia representativa, que es el sistema de gobierno que nos hemos dado y por la cual se deben regir los actores políticos.

Existe un desafío a la democracia representativa en México y en muchos otros países (ahí está el ejemplo de Donald Trump) en una lógica que al final demerita el propio sistema democrático.

Nadie puede engañarse al respecto. Pero si no asumimos que en la Suprema Corte existe un espacio de debate, de confrontación de ideas y propuestas abierto, serio y civilizado, estamos perdiendo de vista la importancia que ese espacio y ese debate tienen en un país tremendamente polarizado, en el cual los agravios y los insultos han reemplazado buena parte del intercambio, la lucha de ideas y propuestas.

Entender todo desde la lógica de la confrontación y la polarización es el camino que terminará deteriorando, lo estamos viendo en muchos países y ahí está nuevamente el ejemplo de Estados Unidos, el sistema democrático. Y en ese ámbito de confrontación y polarización el papel de la Suprema Corte es cada vez más importante y desde ese ámbito se debe seguir apostando a tratar de encontrar un equilibrio que en el Ejecutivo y el Legislativo, en el propio juego político cotidiano se está perdiendo.

Muchas veces hemos dicho que el gobierno de los jueces, como le dicen en Brasil a la judicialización de la vida política, es lo que terminó llevando a un neofascista como Jair Bolsonaro al poder. No abona a la democracia. No se puede judicializar la vida política en forma constante y como carta de confrontación con los adversarios, sobre todo cuando vivimos en un país sumido en una gravísima crisis económica, de seguridad, de salud e incluso política. Nadie gana y todos perdemos apostando a tratar de reemplazar con acusaciones, demandas y amenazas judiciales o policiales, la verdadera lucha política, sobre todo porque los acusadores de hoy irremediablemente se convertirán en los acusados de mañana.

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El desafío que tiene en ese ámbito la Suprema Corte es enorme. Nadie puede reemplazar el equilibrio que ella debe proporcionar a un sistema que en muchas ocasiones se tambalea por la propia acción de las autoridades. Insisto, se puede diferir con la decisión adoptada, pero no se puede negar que fue fruto de un trabajo serio y responsable donde no se terminó votando a ciegas como tantas veces lo hemos visto, por ejemplo, en el Congreso, en anteriores sexenios y por supuesto que también en éste.

Hay que apoyar a la Suprema Corte y sustraerla del clima de polarización existente. Es decisivo para el futuro político del país. No nos equivoquemos al respecto.