LA NECEDAD SE MIDE EN… ZAPATOS

¿Cuántas veces en la vida caminamos con zapatos incómodos? Algunas veces por necesidad, pero la mayoría por pura necedad. “Seguro que dan de sí”, pensamos con esperanza cuando los compramos. Dan de sí eventualmente, pero casi seguro después de sacarnos tremendos callos y de deformarnos el pie. “¿Por qué diablos compré esos zapatos?”, nos preguntamos mientras sobamos nuestros pies adoloridos, cuando en realidad sabemos la respuesta:  auténtica necedad. Aceptémoslo. Seguramente en la tienda había muchos otros pares que sí nos quedaban perfectos, o si no perfectos, al menos mucho más cómodos. Pero no los elegimos. Nos aferramos a ese calzado que nos tortura y despelleja. Pudimos haber salido de la tienda sin comprar nada o esperar a encontrar algo mejor.  Pero no. A pesar de saber que comprar zapatos incómodos es una necedad del tamaño de la Catedral Metropolitana, nos “enamoramos” de esos zapatos y ese amor nos lleva a pagar algo que en el fondo, sabemos que no es lo que queremos ni necesitamos. Ni siquiera podemos alegar ignorancia en nuestra defensa. Cualquiera sabe lo que hacen unos zapatos apretados. Lo peor del caso es que no es la primera vez que hemos caído en esta necedad. ¿Qué nos pasa? Si miras el número de zapatos incómodos clóset, puedes darte una idea del tamaño de tu necedad.
¿A qué viene toda perorata sobre zapatos? Bueno, sabemos bien que las grandes lecciones de la vida “no tienen horario ni fecha en el calendario” (como dice la canción) y pueden venir de quienes menos lo esperas. Resulta increíble la similitud que tiene la necedad de caminar con zapatos apretados, en otras áreas de nuestra vida. Hace unos días, hablando con mi amiga Clara, me contó que la buscó un ex novio. Simpático, guapo y encantador, sí, pero deshonesto y mentiroso también. Como en la mayoría de los casos, las segundas (en este caso las novenas) partes nunca fueron buenas. Después de dos días maravillosos, al tercero Clara se quejaba de lo mismo que la habíamos oído quejarse otras veces. Confundida, fue con su psicóloga: “No tienes que estar en la bota que no quieres estar ¡Eres libre!”, le dijo.
La alegoría de los zapatos apretados hizo que le cayera un gran veinte (y confieso que a mí también, cuando me lo contó). Igual de absurdo era pretender que los zapatos cambiaran de talla para ajustarse a su pie; que pretender que su ex cambiara para ser el hombre que ella buscaba. En ese momento, los sentimientos hacia él (que siempre fluctuaron entre la pasión y el odio) pasaron a ser de indiferencia. “No podemos ser amigos, no podemos ser amantes; y esto no va a cambiar. Lo mejor es no vernos”, le dijo Clara al galán. Cuando le dejó de contestar las llamadas, sintió el mismo alivio que cuando te quitas unos zapatos que te hacen latir los pies.
Me puse a pensar en todas las veces que he caminado con zapatos apretados en el sentido figurado (y en el literal, ¡ouch!). Al igual que unos zapatos incómodos que con el tiempo deforman el pie y nos impiden caminar, una relación limitante nos apachurra y deforma el alma. Cada uno de nosotros es responsable de lo que elige y de las consecuencias de esas elecciones. Continuar en una relación laboral, de amistad, familiar o amorosa que nos lastima es una necedad, igualito que andar con zapatos apretados. Lo peor es, y creo que lo sabemos todos, que estas decisiones equivocadas nos salen más caras e hirientes que tirar un par de zapatos a la basura. Paradójicamente, cuando lo pensamos en términos de comodidad física, el planteamiento cambia. A nadie en su sano juicio se le ocurría ponerse sus zapatos más incómodos o los tacones más altos el día que sabe que tiene que caminar kilómetros. ¿Para qué? Los zapatos acabarían arruinados y tus pies destrozados. Te pones unos zapatos cómodos o unos tenis y fin del problema.
Pero si de nuestra vida emocional se trata, muchas veces no somos tan sensatos. Cuesta muchísimo trabajo aceptar que estamos atrapados en un situación que nos está acabando, nos aprieta y nos llaga al igual que unos zapatos que no son de nuestra medida.
¿Te has puesto a pensar en qué áreas de tu vida andas con zapatos que no son de tu medida? ¿Será en el trabajo? Ese trabajo que paga bien pero que no te deja crecer y que definitivamente no te atreves a dejar. ¿Será esa persona abusiva a quien no te atreves a poner límites? ¿O andas con los zapatos ajustados en una relación en la que sabes que no eres feliz, pero que la prefieres a la soledad? ¿Serán esas palabras que no te atreves a decir?
La indecisión es una manera de elegir. Cuando no hacemos nada respecto a una situación incómoda, las cosas se agravan. Si lo pensamos, prolongar por miedo una de estas situaciones dolorosas en nuestra vida, es igual de absurdo que ponernos unos zapatos apretadísimos todos los días, independientemente de que sean bonitos o caros.
Siempre tenemos opciones, y mientras mejor escojamos, más control tendremos de nuestras vidas, por difícil que parezca. Ya lo dijo Esquilo: “La felicidad es una elección que algunas veces requiere de esfuerzo”. 
Comparto esta nueva versión de un artículo que publiqué hace años. Creo que tenemos mucho que reflexionar de necedad en estos días.
Buen domingo a todos.
Espero tu opinión en mi cuenta de Twitter @FernandaT o en mi correo: [email protected]