La historia como Farsa

MƒXICO, D.F., 18ENERO2011.- Porfirio Mu–oz Ledo, y el ex candidato presidencial AndrŽs Manuel L—pez Obrador, acudieron a la presentaci—n del libro "La v’a radical para refundar la Repœblica", en la Antigua Escuela de Jurisprudencia. FOTO: GUILLERMO PEREA/CUARTOSCURO.COM

Porfirio Muñoz Ledo es el presidente de la Cámara de Diputados, y en razón de ello es el presidente del Congreso de la Unión. Será, en consecuencia, quien presida la sesión de Congreso general el día 1 de diciembre de este año,  fecha en la cual, formalmente, se llevará a cabo el relevo del encargado del poder ejecutivo federal. Muñoz Ledo llevará a cabo el ceremonial que será, ciertamente, histórico, pero que así lo será, en razón de que la historia, como decía Hegel y reiteraba Carlos Marx se repetirá como una gran tragedia y como una grotesca farsa.

Me explico: Carlos Marx citaba a Hegel para analizar la tragedia que vivió la Gran Revolución francesa en el siglo XVIII, y la farsa que protagonizó Luis Napoleón en la Francia del siglo XIX. Marx escribe en el 18 Brumario de Luis Bonaparte:   

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y a la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del Dieciocho Brumario!

Veamos esta parte de la historia de nuestro País: Ahora en este año de 2018 se cumplen cincuenta años del movimiento cívico y estudiantil de 1968. Durante el otoño de ese año,  en la ciudad de México y en muchas otras ciudades del País, miles, centenas de miles, millones de jóvenes salieron de sus aulas y de sus casas para recorrer las calles y cubrir las plazas;  para gritarle al País su rechazo, su repudio ante los actos represivos del gobierno de Gustavo Días Ordaz, y para exigir cambios de fondo que terminaran con el sistema político que impedía el ejercicio de garantías constitucionales tales como las de la libertad de expresión y manifestación; de reunión; de elegir de manera libre y democrática a los representantes y gobernantes. Alegres, festivos, combatientes, las y los jóvenes, reclamaban terminar con la opresión política y exigían las libertades, la democracia.  

Ante tales expresiones que crecían desbordadas, Díaz Ordaz reaccionó con la represión más dura y el autoritarismo más extremo. En lugar de abrir el régimen, lo cerraba, y no dudó en utilizar a las fuerzas armadas para ocupar las instalaciones de la UNAM, del Politécnico, de otras escuelas públicas y privadas que se sumaron al movimiento cívico. El dos de octubre de 1968 se llevó a cabo una de los asesinatos masivos más crueles y desapiadados en la historia de México. Ese día, el gobierno apoyado en el ejército, asaltó la plaza de las tres culturas en Tlatelolco, para disolver un mitin pacifico que llevaban a cabo estudiantes y otros ciudadanos de la capital del país. El resultado de tal agresión fue –según informes de investigadores, de historiadores– decenas de jóvenes estudiantes asesinados, de trabajadores, amas de casa, oficinistas, niños, niñas masacrados sin piedad. En la Historia de México, la matanza del dos de octubre del 68, quedará como una gran tragedia que nunca debera olvidarse.  

Un año después, en septiembre de 1969, Díaz Ordaz realizó la fastuosa ceremonia del informe presidencial, en el cual, arrogante, altanero, asumía “la responsabilidad personal, social, jurídica, ética, política, histórica” del referido crimen. En ese clima de desprecio a la ciudadanía y a la constitución, el PRI organizó un acto de apoyo al presidente asesino y sus cómplices, y el orador principal de ese acto lo fue Porfirio Muñoz Ledo que teorizó, explicó la matanza en términos de que: “el Poder Ejecutivo tomó sus decisiones y la responsabilidad que asume, es —al mismo tiempo— la reafirmación de la soberanía externa del Estado y de la supremacía del poder público en el interior del país

¡La soberanía externa del Estado y la supremacía del poder público bien valían la matanza del 2 de octubre! justificó llanamente Porfirio Muñoz Ledo.

A cincuenta años del movimiento estudiantil de 1968, Porfirio Muñoz Ledo fue nombrado presidente de la Cámara de Diputados, y entonces, en diciembre de 2018, es cuando, indefectiblemente, aparecerá la historia repetida como farsa. Muñoz Ledo presidirá una ceremonia en donde lo histórico se encontrará condensado en la restauración del presidencialismo autoritario. El discurso del Diputado Muños Ledo no podrá reivindicar la autonomía e independencia del Congreso, pues la mayoría que le compone, y que es la que le nombró como su representante, solo refleja sometimiento al presidente López Obrador; Porfirio, no podrá, no querrá decirle a López Obrador lo que le dijo a Ernesto Zedillo: “Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos sabemos más que vos…”  En sentido contrario, le podría decir a López Obrador lo que en otras palabras le dijo a Díaz Ordaz, es decir, que la soberanía de la Nación reside en el poder supremo de la presidencia. ¡Eso es lo que le agrada al nuevo presidente!

La historia se repite como farsa y como escribía Carlos Marx: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”. 

Jesús Ortega Martínez.