El villano favorito de López Obrador

Aún no entra en funciones como presidente, pero López Obrador ya despacha como tal. En las últimas semanas sus decisiones, junto a las de su equipo cercano, parecen remar en el mismo sentido que las de un gobierno del PRI que ya dábamos por jubilado. Pero no.

El tabasqueño ha sacado de las cavernas y traído al presente muchos de los rituales que queríamos ver desterrados, de esa extraña religión donde el primer mandatario es el dios en turno, el dios del momento, el dios sexenal. Atestiguamos ahora un serio intento por la reinstauración del presidencialismo todopoderoso.

Aún no se corona, aún no toma protesta, es verdad. Pero ni falta que hace. Hoy podemos saber que su proyecto, a todas luces, no es de derecha, pero tampoco de izquierda, ni de ultra izquierda, y tampoco de centro. ¿Qué es entonces? Es un proyecto de poder. Eso es todo. Así de llano.

Su proyecto se trata de concentrar el poder en la silla presidencial, y usar las mayorías legislativas para operar todo lo indispensable. Porque también pareciera que el otro poder, el judicial, estaría doblando las manos ante el nuevo sol.

Y algunos institutos que gozan supuestamente de cierta autonomía, hoy lucen ensombrecidos. Los coordinadores estatales, también harán más que mosquear a los gobernadores. Los van a desplazar y a tener agarrados del cuello. Mensaje: el jefe del Ejecutivo manda, los demás poderes agachen la cabeza y obedezcan.

Todos los rituales son vueltos a poner en escena. Pero falta uno, uno que es un clásico: el personaje incómodo al régimen que es presentado como el villano en turno, y metido a la cárcel, con lo que se pretende ganar credibilidad de gobierno, aprobación, rating, y, por supuesto, proyectar mano dura, mano de hierro, e inyectar pánico en todo opositor que no se ciña al nuevo señorío. Se trata de dar una suerte de castigo ejemplar.

En la época de Salinas de Gortari se trató del líder petrolero conocido como La Quina. En la de Ernesto Zedillo, fue Raúl Salinas. En la de Peña, Elba Esther. Cada uno de ellos fue asumido como un villano, casi como un enemigo público que se vería bien tener tras las rejas. Con ese acto se demostraría que no hay impunidad en el país, que nadie, por poderoso que haya sido o que sea, queda lejos de la mano del Señor, como para poder sustraerse a la acción de la “justicia”.

¿Justicia o maniobra que busca el aplauso popular? O incluso no sólo tal aplauso, si no que busca que la memoria de tal acto justiciero quede grabado en las páginas memoriosas de la historia nacional, ya que se trabaja para la posteridad, no para el presente…

¿Quién será el villano favorito de López Obrador, alguien escogido para actualizar ese rancio ritual según marca la liturgia jurásica? ¿Un capo del narcotráfico? En ese ejemplo, con el Chapo preso en Nueva York, ¿quién es el narco más poderoso que hiciera las veces de “trofeo” de la justicia?

En este ritual, ya no alcanza con que sea un simple gobernador. A los ex gobernadores los mete a la cárcel el gobernador siguiente, su opositor, y esa persecución ha sido ya bandera de varias campañas. Pero desde el ámbito obradorista, para varios ex gobernadores parece que habría garantías de libertad, más bien.

No puede ser tampoco alguien del gabinete de Peña, ni Peña mismo, ya que el de Macuspana ha asegurado en varias entrevistas que no llevaría a su inmediato antecesor a la sombra. ¿Entonces quién queda? ¿Un líder sindical poderoso? Tampoco parece ir la cosa en ese sentido.

¿Un empresario? Tal vez. De esos que desde ciertos ojos son vistos como despojadores de la Patria

¿Le daría imagen a Andrés Manuel poner en el tambo a un pez gordo empresarial? Seguramente que sí. Empero, ya hizo en teoría “las paces” con los empresarios. Y ese sector vería mal una acción de ese tipo, por simple solidaridad. Pero “los hijos del pueblo” (no Noroña), tal vez dirían: “Hasta que llegó alguien que no tuvo miedo de poner en su lugar a este criminal de cuello blanco”.

No obstante que todo apunta a que el villano favorito para escenificar el ritual de lo habitual (en tiempos del PRI) de apresar a alguien para vender imagen, tendría que provenir de las filas del empresariado, o bien, del narco, pensamos que ese ritual no va a tener lugar…

Apostamos más bien –acaso anticlimáticamente para muchos- a que, en el otro extremo, los pillos viejos y nuevos, podrían más bien acogerse a la mano que todo lo perdona, y andar por ahí retozando impunemente.

Entonces estaríamos ante una puesta en escena a la inversa de lo normal: un sexenio en el que hubo total impunidad, en el que se confundió “el perdón”, o la “amnistía”, con la verdadera justicia. Y se dejaron libres a los criminales que en verdad hirieron daño a la sociedad, laceraron familias, depredaron la ecología o la economía, aplastaron al obrero, y saquearon las arcas… ¿Por qué? Porque el proyecto se llama “poder”. Así de simple y contundente. Y poder, no es sinónimo de justicia.