HOSTERÍA DE SANTO DOMINGO, OTRA VÍCTIMA DE LA PANDEMIA

Hace un par de semanas vino de visita una amiga que vive en el extranjero y me pidió que la llevara al Centro Histórico. Feliz de visitar un lugar al que adoro, hice un plan detallado de los lugares a visitar y lugares para comer. No sé si les pase algo similar. Pero para mí, visitar el Centro y ver los edificios que han estado ahí desde mis primeros recuerdos, me da una sensación de permanencia y pertenencia; que me produce paz. ¡Ah ahí está (suspiro) Bellas Artes! El Samborns de los Azulejos. (¡Supiro!) Palacio de Correos, Minería la calle de Tacuba… la lista es interminable. Recorrer el Centro es un placer, que desapareció durante los meses de la pandemia. Afortunadamente, con el semáforo verde, la visita era nuevamente posible. Emocionada, pasé por mi amiga a buena hora para comenzar el tour. A eso de la 1:30, llegó el momento de encaminarnos hacía la calle de Belisario Domínguez, para comer en el que se supone que es restaurante más antiguo de México en funcionamiento: La Hostería de Santo Domingo. Cuando llegamos, las puertas del restaurante estaban cerradas. ¡Qué raro! Pensé Toqué el timbre varias veces. No hubo respuesta. ¿No te habrás equivocado de calle? Preguntaba mi amiga Marcela al ver mi cara de desconcierto. “No, aquí es. Estoy segura. Quizá abren a hasta las 2:00 PM”. Pregunté a los vecinos y me informaron de el restaurante llevaba cerrado durante toda la pandemia. “¡Quién sabe si vuelva a abrir!, me dijo la mujer que vende artículos para bodas en tono serio”. Una mano helada me apachurró el corazón. Ignoraba qué un lugar al que le tenía tanto cariño, había sido víctima de la falta de apoyo gubernamental durante la pandemia. Caminamos a otro lugar. Afortunadamente el Centro hay muchos lugares para comer muy bien, pero en ninguno hay tan buenos chiles en nogada. Intrigada, esa noche pregunté en Twitter, si alguien tenía noticias de la Hostería y me confirmaron las malas noticias.

Coincidencias de la vida. Un par de días después, encontré en una carpeta la información que me habían proporcionado en 2017 para hacer un artículo para la revista Contenido (que comparto más adelante). Llamé al número que estaba en los documentos. Nadie respondía al teléfono. Después de varias pesquisas fallidas, finalmente encontré en Facebook su página. Marqué inmediatamente. Me respondió una mujer muy amable, Rocío Orozco, quien me informó que efectivamente, el inmueble ubicado en la calle de Belisario Domingo estaba cerrado, peeero, habían abierto una terraza en la calle de Amores, a la que se podía acceder previa reserva o que se podían hacer pedidos y entregaban a domicilio. ¿Por qué no pueden hacer eso en su local? Rocío comentó que al ser un inmueble histórico, es mucho más difícil poder hacer adecuaciones para poner una terraza o mesas en la calle por lo que fue necesario a mudarse de local a fin de poder seguir trabajando. Adiós a años de historia en la Casona color rosa ocre, al papel picado y a su vitral multicolor. Adiós a las campanadas de la Iglesia de Santo Domingo y al diario bullicio del Centro Histórico, compañeros desde 1860 cuando originalmente abrió sus puertas el restaurante. Medidas extremas en tiempos extremos, no queda de otra.

Por ello, los invito a que estos magníficos muros, que hoy se encuentran solos, les cuenten su historia…

Si algo he aprendido en todos estos siglos de vida es que la vida es incierta y cambiante. Cuando levantaron mis muros a nadie se le ocurriría que mi fama llegaría no por mi estilo arquitectónico, sino por un platillo creado para deleitar el exigente paladar de un importante comensal. Mucho menos hubieran pensado que a pesar de que no tengo nada que ver con la iglesia, me llamen catedral. Me ubico en el número 72 de la calle que hoy llaman Belisario Domínguez, pero que en otros tiempos se llamó: la Calle de la Cerca de Santo Domingo.

Mi historia comienza en el siglo XVI cuando levantaron el Convento y la Iglesia de Santo Domingo. La conquista había finalizado hacía pocos años y los dominicos, junto con otras órdenes vinieron a predicar y enseñar los santos evangelios. Entre los edificios que levantaron, me encuentro yo, que durante muchos años forme parte del convento. Eso sí, les digo, el tiempo no pasa en balde y temblores e inundaciones causaron estragos así que junto con la iglesia y el convento, pasé por varias remodelaciones. Eso sí, todavía conservo mis muros fuertes y anchos que realizaron en el siglo XVI.

Los frailes dominicos estudiaban, leían hasta avanzadas horas de las noche, así que requerían un numero importante de velas para iluminar el convento y las celdas de los monjes. Se preguntarán por qué los distraigo con estos menesteres domésticos, pero esto fue lo que hizo que cambiara de manos y de destino. Agobiados por la deuda, los frailes pidieron permiso a la mitra para venderme y pagar las deudas de un año de cera para velas y veladoras, el permiso fue concedido y así vendieron el predio en que me encuentro en 800 pesos.

En 1860 mis puertas se abrieron ser una hostería, establecimiento destinado a ofrecer alimentos (y en algunos casos, hospedaje) a los viajeros. Puedo presumir que tengo el segundo permiso para ser un establecimiento de este tipo de la Ciudad de México. Me enorgullece poder decir que yo, La Hostería de Santo Domingo, soy el restaurante en el país que ha brindado hospitalidad y alimento durante más tiempo.

Mi decoración es sencilla, pero colorida. Mis anchos muros se engalanan con el colorido papel picado. Mi fachada te un tono rosado. Al fondo del salón principal, se encuentra un mural realizado en 1956 por Antonio Albanés, que retrata la vida de la Plaza de Santo Domingo, poco después de la independencia. Mural al que hay que observar con mucho cuidado.

Sería otra casualidad la que me valdría el mote de “catedral” y no es por mi arquitectura, sino por un platillo que inventaron en otra ciudad, unos cuarenta años antes de que abriera mis puertas. ¿Lo pueden creer? Cuenta la leyenda que los famosos chiles en nogada fueron creados por las monjas agustinas del Convento de Santa Mónica en Puebla para agasajar a Agustín de Iturbide por el día de su santo (el 28 de agosto). ¡Y vaya que lo hicieron! Usando el verde del chile poblano, el blanco de la rogada y salpicando el platillo con rojísima granada, no sólo recordaban a la bandera de la nación sino que también son los colores de las tres garantías: religión, unión e independencia. Desconozco si hay verdad en las leyendas que rodean al sabroso platillo, lo cierto es que es uno de los platillos más representativos del país y uno de los favoritos de todos los mexicanos. Entre mis muros se preparan con gran cuidado y con ingredientes de primera calidad, todos y cada uno de los días del año. No por nada me apodan “La catedral de los chiles en nogada”.

Confieso que tanto afán ha valido la pena. Desde que abrí mis puertas he sido testigo de los cambios del país. Vi cambiar a las carretas tiradas por caballos por autos. He tenido la suerte de resguardar las conversaciones de los personajes que cambian el curso de la historia o, de menos, le ponen muy buen sazón, como es el caso de Agustín Lara, quien alguna vez tocó el piano que todavía resguardo entre mis muros, el genial José Alfredo, Cantinflas, María Félix y un sinnúmero de políticos y hasta ex-presidentes. ¿Qué no me conoce? ¡Venga a visitarme! Le prometo que lo voy a recibir con los brazos abiertos!

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Nota junio 2021: Qué ironías de la vida. Esta hermosa casona, cuyos muros han albergado a los comensales de la Hostería de Santo Domingo, hoy tiene que cerrar sus puertas para que los cocineros, meseros, músicos y todos quienes trabajan en esa Hostería, puedan tener un trabajo en otro sitio. Espero que esa soledad de los muros de esta emblemática casona sea temporal, y pronto pueda reabrir sus puertas, renovada y con una terraza ventilada que le permita recibir a sus huéspedes en estos tiempos de pandemia.

Buen domingo a todos y gracias por leerme.
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* Artículo publicado en la revista Contenido con información proporcionada por la Hostería de Santo Domingo