Errores de otros

Cuando Donald Trump competía por la presidencia de Estados Unidos, preocupaba a muchos que ganara una persona con una visión del mundo muy polarizada. En su perspectiva, se mostraban buenos y malos, sin nada en medio; una economía de suma cero, en donde uno gana lo que otro pierde; y una profunda incapacidad de entender opiniones de otros. Sus seguidores decían que eso no era relevante, que lo que había que considerar era que se trataba de alguien que realmente proponía un cambio, y que como había sido un empresario exitoso, lograría que Estados Unidos siguiese esa misma senda de triunfos.

Montado en una ola global, Trump logró ganar. No ocurrió lo que sus seguidores pensaban: Estados Unidos no avanza sino por el camino en el que lo dejó Obama. Con eso le ha alcanzado para un crecimiento económico bastante bueno en su primer año de gobierno, que se refleja en menor desempleo y ganancias en las bolsas. No se puede menospreciar el impulso adicional, al cierre del año pasado, de la reforma fiscal, que está promoviendo gastos excesivos, y una economía que ya se va calentando. Por eso mismo, la Fed empieza a subir tasas.

Lo que sí ha ocurrido es que Trump era exactamente el que pensábamos los demás: una persona con una comprensión muy limitada del mundo, que no acepta opiniones en contra, que no tiene limitación alguna para mentir, con marcados prejuicios, racista, e incapaz de entender el funcionamiento del libre mercado. El resultado es una guerra contra quienes opinan diferente, incluyendo medios, que ya ha cobrado víctimas (han despedido colaboradores de medios por ello); un ataque continuo a los migrantes, ahora con formas francamente racistas y violatorias de derechos humanos; el paulatino aislamiento de la economía estadounidense y, al final, una polarización que cada vez es más preocupante. Todo esto es relevante en México frente a la elección de la próxima semana. Tenemos también a un candidato que sólo percibe buenos y malos, sin nada en medio; imagina una economía de suma cero, en donde uno gana lo que otro pierde; y sufre de una profunda incapacidad para entender opiniones de otros. Sus seguidores dicen que eso no importa, que es alguien que realmente puede impulsar un cambio, y como ha sido honesto, terminará con la corrupción.

Montado en la ola global, AMLO puede ganar. Y no ocurrirá lo que sus seguidores esperan. Para superar su votación tradicional, 16 millones de personas, ha aceptado que se le sumen todo tipo de indeseables: los norcoreanos del PT, los fundamentalistas del PES, abundantes corruptos que militaron en el PRI alguna vez, aunque hayan llegado ahora por otros caminos, e incluso representantes del más rancio conservadurismo. No hay manera de lograr un cambio en la política mexicana con los mismos políticos de antes, así ahora se subordinen al caudillo. Pero sí ocurrirá lo que nos preocupa a los demás: una persona con una comprensión muy limitada del mundo, que no acepta opiniones en contra, que no tiene limitación alguna para mentir, con marcados prejuicios, clasista, e incapaz de entender el funcionamiento del libre mercado. El resultado será una guerra contra quienes opinan diferente, incluyendo medios, que cobrará víctimas; el paulatino debilitamiento de la economía y, al final, una polarización preocupante.

A diez días de la elección, es posible que estas líneas sirvan de muy poco. No obstante, hay que intentarlo: hay que hacer el mayor esfuerzo por evidenciar el riesgo que significa elegir a una persona con una comprensión muy limitada del mundo, pero convencida de su propia excepcionalidad. A este tipo de cruzados se le deben las más grandes tragedias.