EN “MODO AVIÓN”

Hay algo mágico en los viajes. Para mí cualquier viaje es una aventura, sin importar la distancia o duración. La emoción comienza desde el momento en que empieza la planeación del viaje, hasta que llego nuevamente a casa con la cabeza mucho más pesada que mis maletas. Cargada de recuerdos y nuevas experiencias.
Viajar en avión es una de mis pasiones, así que si el viaje en cuestión implica ese modo de desplazamiento, la felicidad es doble. Además de ser mas práctico y eficiente para distancias considerables, viajar en avión me hace entrar en un estado de calma y paz. 
Al igual que mi teléfono inteligente (probablemente más que yo), mi cerebro entra en “modo avión”, al oír las indicaciones por los altavoces. Siempre me pregunto de dónde viene esta sensación de mágica paz.
Creo que en parte, se debe al efecto sedante del murmullo de la aeronave, pero también, de que me permito abandonar el control y aceptar que en las felices horas que esté dentro de la aeronave, es bastante poco lo que puedo controlar u hacer, como moverme, por ejemplo.
Ya con mi cerebro en “modo avión”, me dedico a mirar por la ventanilla el paisaje o las nubes, que jamás dejan de sorprenderme. Cuando la contemplación de las nubes no es posible o ya fue suficiente, saco mi libro del bolso y me pierdo entre sus páginas. Otras veces, simplemente pienso. Perfecta calma. Creo que esta calma me permite disfrutar el ocio ya que en un avión, al no haber mucho que puedas hacer, il dolce far niente pasa a ser una actividad perfectamente respetable que se puede disfrutar sin la menor culpa.
Para los fanáticos del del multitasking, viajar en avión brinda la posibilidad de hacer dos cosas a la vez: viajar y la que elijas: ver una película, leer un libro, adelantar algo de chamba, o simplemente, descansar. Negocio completo.
A pesar de que no me gusta pensar en cosas tristes o que me enojen cuando estoy en “modo avión”; el Aeropuerto Internacional de al Ciudad de México, empañó mi alegría viajera. Tenía un buen rato sin viajar, (o de viajar muy poco debido a la pandemia) y lo encontré sucio, desorganizado, abandonado y deslucido. Nada justifica que esté así.
Es la puerta que recibe a visitantes y la última impresión que se llevan los mexicanos y extranjeros al dejar nuestro país, tendría que estar en condiciones óptimas.
El Presidente López Obrador heredó muchos problemas al asumir su encargo como la violencia o pobreza. No podemos culparlo de su creación (aunque sí de su falta de eficacia para solucionarlos); pero la decisión de cancelar el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) y las consecuencias de misma, son únicamente suyas y no se pueden atribuir a nadie más.
Recuerdo haber leído en alguna editorial, que la decisión de López Obrador de cancelar el NAICM no se podía comparar; ya que nadie, había cancelado una necesaria obra de infraestructura con ese nivel de avance. Desconozco si sea cierta dicha aseveración, pero lo que sí es claro es que fue una muy mala decisión.
La cancelación del NAICM fue un heraldo de lo que sería el gobierno de Andrés Manuel López Obrador: se habló de acabar con la corrupción y resolver un problema de forma más barata; pero ni se acabó con la primera, ni se resolvió el segundo y al final, resultó en una decisión costosísima que pagaremos los mexicanos durante muchos años.
El inacabado NAICM, quizá seguirá en ese estado durante mucho tiempo. Independientemente de si con el tiempo lo vuelven parque, lago o complejo habitacional (aunque muchos no perdemos la esperanza de que se retome el proyecto), será siempre un monumento a las malas decisiones. Y demasiado grande para poder ignorarlo.
Trataré de regresar a mi “modo avión”.  Feliz domingo a todos. Gracias por leerme.

Esta columna se tomará un descanso, nos leemos pronto.
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