Al final, Rosario Robles hizo todo aquello que juró que nunca haría; se acogerá a los beneficios de “testigo colaborador” y “testigo protegido”.
Y, también como se lo exigió el poder presidencial, la señora Robles dirá todo lo que su secuestrador y el poder del Estado, a secas, le ordenen.
Y es que para obtener su libertad y salvar su vida, Rosario no transitará por los senderos de la justicia, la Constitución y menos por los atajos de la ley.
¿Y entonces dónde queda la justicia y dónde están la Constitución y las leyes en el “caso Robles”?
Esa es la primera lección del “caso Robles”; que no hay ley que valga, justicia que se respete o Constitución que se pueda invocar.
Y es que, en rigor, Robles es víctima de un secuestro de Estado; llevada presa de manera ilegal, violando leyes y mandatos constitucionales y sigue en prisión por orden presidencial, no por las supuestas raterías cometidas.
Por eso, Rosario Robles empezó a caminar por donde sus secuestradores de Estado le ordenan caminar; señalará a quienes digan que señale y dejará intocables a aquel o aquellos que le ordenen que no toque.
Por lo pronto, a Rosario le ordenaron señalar a Luis Videgaray y, por el momento, dejó intocable a Enrique Peña.
Y es que, nos guste o no, Robles es una presa política del dictador Obrador, quien –como ya se dijo–, de manera ilegal ordenó su secuestro y empujó todo su poder hasta romper física y emocionalmente a su enemiga.
Sí, debemos partir de la premisa de que el poder del Estado rompió a Rosario Robles con la poderosa herramienta de la ilegalidad y la perversidad.
Y a partir de esa ilegalidad –un secuestro de Estado–, de que el dictador Obrador destruyó la División de Poderes y que se apropio del Poder Judicial para acorralar a su enemiga, las circunstancias llevaron a Rosario a caminar por el retorcido sendero de la venganza de Estado; un sendero sin retorno.
Pero, en el otro extremo, también es cierto que nadie tiene derecho a cuestionar la decisión de Rosario; una decisión íntima, de vida o muerte.
¿Por qué?
Porque además de ella misma, “nadie conoce el peso, el tamaño y el contenido de la carga” que pesa sobre su vida; nadie sabe el daño que provocó a su salud física y emocional una venganza como la del dictador Obrador.
Y es que sin más elementos de juicio que lo señalado por otros testigos colaboradores –como Lozoya o Zebadúa–, muchos han cuestionado que sus ex compañeros de gabinete o el expresidente mismo “la dejaron sola”, en una suerte de aceptación tácita de que Robles es parte de una pandilla en la que se deben cuidar unos a otros.
Sin embargo, pocos o ninguno de los que acusan que “dejaron sola” a la señora Robles, se atreve a ponderar, siquiera por pudor, que Rosario no llegó a prisión por lo que dicen que hizo, sino por que es víctima de una venganza de Estado, de un secuestro de Estado y de la perversión judicial, a partir de la muerte de la División de Poderes.
Otros, sin pena alguna, celebran que el poder del Estado rompió a Rosario Robles –sin cuestionar la ilegalidad de la detención y, por tanto, la destrucción física y emocional de un ciudadano–, gracias al espantajo llamado “Estafa Maestra”, que no es más que una montaña de especulaciones de suma cero, que no llegaría a ningún lado si no es por los “testigos colaboradores”; aquellos “cuellos de ganso” que dicen lo que “el ganso” les ordena.
No sabemos qué pasará con Rosario Robles; lo que sí sabemos es que su secuestrador, López Obrador, va por Luis Videgaray, cueste lo que cueste.
Sabemos que Rosario Robles no robo, porque no tiene ni para pagar los costos del secuestro de Estado de que es víctima.
Y también sabemos que el poder presidencial “rompió” a Rosario con todos los instrumentos posibles de la ilegalidad; otra mujer víctima de un presidente que odia a las mujeres, que rompe a miles de mujeres, a diario, a pesar de que la mitad de las mujeres de México votaron por él.
Sabemos que el verbo “romper” y su conjugación en pretérito perfecto simple, “rompió”, son sinónimos de desgarrar, cortar, arrojar, fracturar, partir, quebrar, abandonar, acabar, dañar y despedazar.
Y sabemos que la venganza de López Obrador no sólo “rompió” a Rosario Robles, sino que la desgarró, la cortó, la arrojó, la fracturó, la partió, la quebró, la abandonó, la acabó, la dañó y la despedazó.
Y ese es el mensaje ejemplar que manda el dictador a todos aquellos que se oponen a su dictadura; a quienes cuestionan su mentiroso gobierno y a todos los que no se pliegan a sus deseos
Así el tamaño de la venganza de López.
Al tiempo.