El jugador de blackjack

En política, la informática moderna es la guerra por otros medios. La acumulación de información de sus miles de millones de usuarios ha convertido a empresas cibernéticas como Facebook y Google en actores políticos tan poderosos que pueden cambiar las preferencias políticas de amplios sectores del electorado en todo el mundo. Tienen, además, el poder derivado que les da el acceso a las redes y la venta de sus datos a empresas financiadas por norteamericanos de ultraderecha, como Cambridge Analytica -que fueron fundamentales para el triunfo de Brexit y de Trump-. Y también a las organizaciones digitales de países que han financiado a ejércitos de hackers, troles y bots para defender sus intereses nacionales en el mejor de los escenarios globales: Internet.

Las redes han resultado un instrumento de propaganda política tan eficaz que hasta una potencia en ascenso como China ha puesto en pie de guerra a una multitud de troles para atacar a los enemigos del régimen y alimentar el poder “blando” del país. Los “rosaditos” -como se llaman a partir del color que identifica a un sitio chino ultranacionalista en Internet- empiezan a globalizarse.

Siguen los pasos de los grupos de hackers y bots rusos. Algunos, patrocinados por agencias de seguridad rusas (inteligencia militar o la FSB, entre ellas). Otros, freelancers mercenarios que se venden al mejor postor o, mejor aún, cibercriminales, a los que las agencias rusas han descubierto y chantajeado para que trabajen para el gobierno. Hackers informales que, dice Julia Ioffe*, son el disfraz perfecto para un gobierno como el de Putin, empeñado en negar su evidente intrusión cibernética en otros países.

Toca al INE exigir transparencia a los partidos y dejar al descubierto a los que han contratado agencias como Cambridge Analytica. Y para China, México está muy lejos de sus intereses geopolíticos.

Rusia es otra historia. ¿Intentará Putin una guerra digital para favorecer a alguno de los candidatos presidenciales en México? Depende de los costos y las circunstancias.

Explica Ioffe, con razón, que a contracorriente de la imagen del estratega genial que los asesores de Putin han construido, su talento político no son los proyectos visionarios de largo plazo, sino la flexibilidad táctica inmediata, la adaptabilidad, el gusto por experimentar y correr riesgos. Y la azarosa buena fortuna. Putin no juega ajedrez, le gusta el blackjack.

En Estados Unidos, los bots y hackers rusos dejaron huellas de su injerencia por todas partes. La intención primera de Putin era dañar la candidatura de Clinton -a través de un bombardeo mediático de desinformación dirigido al electorado ignorante e irracional que votó por Trump y hackeando los servidores del Partido Demócrata-. Putin tomó sus cartas y decidió correr el riesgo de una confrontación con Clinton, que parecía tener el triunfo asegurado. Pero la suerte lo favoreció: Trump ganó. En una elección tan cerrada, la intervención de los hackers y bots rusos fue importante en la derrota de Clinton.

En Francia, el apoyo ruso a Marine Le Pen, que desde la Presidencia hubiera enterrado a la Unión Europea a la que Putin desea fervientemente ver desaparecer del mapa geopolítico, fue público (Putin la recibió en el Kremlin), y soterrado (a través de Internet). Perdió. Así es el blackjack.

La agenda política de Rusia en relación a América Latina y México ha cambiado desde los tiempos de la Unión Soviética. La carta cubana ya no existe, no hay Allendes en el horizonte, y desde 2017, Moscú no necesita a México para desestabilizar a Estados Unidos desde su “patio trasero”: para sembrar el caos en Norteamérica Trump se las arregla solo.

Lo que sí le conviene es tener en el poder a un gobierno favorable a sus intereses. Por eso la estrecha colaboración de Ackerman, un asesor de López Obrador, con Russia Today, un órgano de propaganda ruso, es importante. AMLO debe a Ackerman, que seguro le prometió el oro y el loro informáticos, que una potencial intervención rusa a su favor se haya vuelto viral (y muy difícil). Hasta Sergei Lavrov, el astuto canciller de Putin, tuvo que negar ayer en la ONU cualquier posible interferencia rusa en las elecciones de julio.

La libertad de prensa puso sobre la mesa desde hace meses el problema de la guerra digital en las páginas de Reforma y otros periódicos. El mejor disuasivo para el jugador de blackjack que muestra sus cartas pocas veces. En esta partida se quedó con tres reyes en la mano.

* The Atlantic. What Putin Really Wants…