De ruido y resultados

Hasta dónde puede llegar la autodestrucción en el ser humano. Si miramos el tabaquismo, el alcoholismo o la drogadicción, pareciera que no hay límites. Se trata de lo más evidente, pero hay otras formas de autodestrucción más sutiles, pero igual de terribles. Las palabras y sus consecuencias son otra forma de autodestrucción.

“No me voy a aferrar a la Presidencia”. De qué hablamos, tenemos una Constitución que —con toda claridad— establece la duración de los mandatos. No hay testimonio frente a notario público que pueda sobreponerse a la Constitución. Pero la ambigüedad queda en el aire cuando ese dicho es precedido de otra oración: “Por eso voy a durar en el poder el tiempo que el pueblo quiera”. Pero el pueblo se ha dado esa Constitución, en la cual se establecen los motivos —muy limitados, por cierto— para la renuncia. El pueblo tendría que cambiar la Constitución para alargar o acortar el mandato. ¿Qué gana el Presidente con toda esta discusión, con su silencio frente al caso de Baja California? Simplemente, provocar más ruido, más incertidumbre que daña a México.

Por si fuera poco, se habla de erradicar el fraude. Pero si ya habíamos superado esa discusión. Alternancias federales a derecha e izquierda y elecciones muy competidas bien resueltas son lo normal. Pero resulta que esta manía de poner en duda todo lo que viene del pasado, lo que es institucional, lleva al mandatario a calificar de “florero” —por ser un adorno— al sistema nacional de salud. De verdad nadie le ha informado de los miles de casos que se atienden a diario y los millones que suman al año. ¿Florero? La expresión es ofensiva para todos los trabajadores de ese sector. Más ruido.

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 Y, en la misma semana, el Presidente se le va de nuevo encima a la prensa, ahora contra Proceso, que “no se ha portado bien con nosotros”. Otra discusión patética e innecesaria. Y, así, mientras la recesión se anuncia por todas partes, lo que podría traer un desempleo millonario, y el 50% de la población (Ipsos) ya dice que la economía va mal, los reflectores se lanzan a la venta de joyas en la antigua casa presidencial —construida por Lázaro Cárdenas, por cierto— usando un lenguaje simbólico que, de nuevo, ensucia el pasado, todo para recaudar 10 mdp, cifra que de nada sirve frente a los grandes desfiguros económicos (Texcoco, Dos Bocas, Tren Maya y otros) que arrinconan a nuestra economía. Y así es todos los días.

El pleito con el Coneval viene a sumarse a los dichos en contra del Poder Judicial, de la CNDH, del INE, del INAI, de la Cofece, de la CRE y otros. La Presidencia necesita apoyarse en esos contrapesos para hacer su labor creíble. El Inegi no realiza las labores del Coneval y todos y cada uno de sus dichos para denostar a esa institución han sido desmentidos. Más ruido inútil que de nada sirve para disminuir el 89.5% de impunidad en los homicidios dolosos. Pero, eso sí: “Este año se arrancará de raíz al régimen corrupto”. ¿Cómo lo harán, si corrupción e impunidad van de la mano?

¿Hasta dónde puede llegar la autodestrucción? Muy lejos. El nuevo gobierno ha tenido logros, por ejemplo, desnudar a las “factureras” y a las cancelaciones de adeudos fiscales o la propuesta de integración institucional para combatir las adicciones. Pero el ruido autodestructor ensordece, la fobia en contra de las instituciones existentes serrucha el piso de la gestión, la incertidumbre crece y el remolino creado con tantos golpes absurdos ahoga el ánimo.

El País nos recuerda que hace exactamente un siglo se fundó la República de Weimar. Una de las grandes cunas de la cultura occidental vio el parto. Todo eran bienaventuranzas. Pero, poco a poco, se perdió la gobernabilidad. La economía se colapsó. El sentimiento de desesperación y humillación por la falta de resultados condujeron al fascismo. Autodestrucción pura.

El apoyo al nuevo gobierno no es infinito. El ánimo ya decae. Menos fobias y ruido; más resultados evitarían la autodestrucción.