Sopa de papa

Dura está la competencia por el premio al mayor disparate con motivo de la visita de don Jorge Bergoglio, argentino que trabaja de Obispo de Roma con el nombre de Francisco. En la competencia llevan ventaja 4 gobernadores y el jefe de Gobierno de la CDMX, a quien un error, a tiempo corregido, estuvo a punto de hacerlo pasar el mal rato de aguar su propia fiesta: el pergamino que declara al Papa huésped distinguido decía “Distrito Federal”, dejando sin niño el bautizo.

Creo que el premio debe otorgarse a quien se ostenta como gobernador de Chiapas, Manuel Velasco (voces chiapanecas afirman y sostienen que en aquellas tierras el poder está detrás del trono y tiene faldas), quien decidió destinar un hospital público, recién inaugurado, para la atención médica del santo Padre y su nutrida comitiva, más cargada de mexicanos que de guardias suizos.

Prevenidos como son en Chiapas, el hospital cuenta con todos los adelantos de la ciencia médica por si a Bergoglio le da un mareo o un patatús (¡Dios no lo quiera!); los equipos de escáner, rayos equis, y hasta dos quirófanos, brillan de limpios y están en alerta, igual que médicos, enfermeras, camilleros, choferes de ambulancias, con uniformes nuevos. Todo un hospital con más de 200 personas está listo para recibir a SS (Su Santidad), todos rezando porque así no sea.

Pero ahí no para el fervor del joven verde, o sea de Manuel Velasco; su esposa, Anahí, que además de atender el DIF en sus ratos libres también se dedica al espectáculo (antes se decía “farándula”), ha grabado un disco en que canta a dueto, con otro fervoroso cantautor, uno más de los himnos que se han compuesto y llevado al acetato (así también se decía antes) para celebrar la visita del Obispo de Roma. Cada vez que escucho esos cantos recuerdo la escena de la película Wag the dog (Escándalo en la Casa Blanca) en que Willie Nelson compone canciones para engañar a los norteamericanos y proteger al Presidente.

Esta semana y la próxima a diario tendremos Papa hasta en la sopa; luego vendrá el recalentado, con las mejores escenas, lo que usted no vio, detrás de las cámaras, la lectura de los labios del Pontífice y la historia de la cándida niña que rompió la valla para entregarle una carta, y su abuela desalmada. Febrero es el mes del Papa, lo demás tendrá que esperar, salvo el tipo de cambio del peso frente al dólar, que en cuanto se vaya, de puro gusto pegará otro brinco.

Sé que invocar las leyes carece de sentido en estos tiempos y en estas tierras, pero una pizca de respeto quizá hubiera ayudado a un poco de recato en el tratamiento, pompa y circunstancia, que se dará al sucesor de Pedro. El problema con los papas que vienen a México, salvo en la primera visita de Wojtyla, cuando no había relaciones diplomáticas, es que son al mismo tiempo cura y jefe de Estado. Definir el carácter de cada visita fue un quebradero de cabeza para los consejeros jurídicos presidenciales. ¿Es visita de Estado o es pastoral?

Esta vez decidieron que sea las dos cosas, por eso Bergoglio estará en Palacio Nacional lo que motiva a exigir que no vayan a ponerle capucha o tapar con un lienzo morado la estatua de Benito Juárez, ni a clausurar los aposentos -museo en donde vivió y murió. Bien haría el presidente Peña en invitar al jefe del Vaticano a un recorrido por esos aposentos, para que entienda por qué les ganamos aquella guerra (de Reforma) conducidos por un indio tan necio como patriota y austero.

La Ley prohíbe a los servidores públicos asistir a ceremonias religiosas de carácter público ostentándose con tal carácter. La prohibición aplica del Presidente para abajo, sin excepción. Los precavidos pagarán por anticipado la multa, o pedirán día de asueto sin goce de sueldo, para dar rienda suelta a su fervor y comulgar recibiendo una hostia de manos del santo Padre, el que vive en Roma.

Posdata. Mientras escribo me entero que el domingo, día del Super Bowl, se consumieron en Estados Unidos ¡mil 300 millones de alitas!, que suponen la muerte de 650 millones de pollos. Vaya atracón.