¡Viva la discrepancia política, cultural, religiosa, moral!

Al Ingeniero Javier Barros Sierra se le recordara por muchos hechos relevantes.  Por su participación, por ejemplo,  en múltiples eventos políticos y académicos que fueron trascendentes para el desarrollo del País; por la dignidad con la que portó el cargo de Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México durante las jornadas cívicas y libertarias de 1968; por la valentía con que enfrentó al arrogante y autoritario Presidente de la Republica y su cauda de políticos y funcionarios serviles; pero se le recordará,  además, porque con una sola frase sintetizó los afanes libertarios de los miles y miles de ciudadanos, especialmente jóvenes estudiantes,  que salieron a las calles exigiendo democracia y libertad:  ¡Viva la discrepancia! dijo Javier Barros Sierra.

Han pasado cincuenta años de ese heroico y ejemplar movimiento estudiantil por las libertades y los derechos civiles en México, y a pesar de tanto tiempo, en estos días de agosto del 2018, nos vemos obligados, muchos mexicanos, hombres y mujeres, a hacer vigente la expresión del insigne Rector. Nos obligamos a reivindicar el derecho a disentir y a discrepar, porque al país le sucede una absurda paradoja. Por un lado, los electores han decidido contundentemente quien deba de ser la fuerza política gobernante, y de manera categórica, han dispuesto que Andrés Manuel López Obrador sea el próximo presidente de México. Todos los partidos contendientes y los otros candidatos presidenciales se dispusieron a reconocer públicamente, el triunfo del tabasqueño. Pero, por otro lado, al país le recorren, como si fuese una epidemia de peste negra, los signos más ominosos de la intolerancia, y de la pretensión, desde el nuevo poder, de imponer el pensamiento único.

Se observa, por ejemplo, un retroceso en el ejercicio de la libertad de prensa. Una buena parte de los medios de comunicación, quizás la mayoría, han admitido un proceso de auto censura que tiene el propósito de “agradar” al próximo presidente. Saben los dueños de las televisoras, de algunos diarios impresos y digitales, que “el estilo personal de gobernar” de López Obrador se inclinara a alentar la uniformidad en el pensamiento. Al presidente López Obrador no le gusta que se discrepe de sus ideas, y como se sabe, a todos sus dichos les pretende convertir en apotegmas. Y como es bien sabido, los dueños de los medios de comunicación tienen una amplia experiencia en eso de agradar al presidente, pues reconocen –en los usos y costumbres del régimen priista–que esa es una buena manera para evitar ser descalificados como “prensa fifí” o “medios conservadores”. También saben que halagar al presidente López Obrador es una buena manera para obtener canonjías y privilegios.

Pero hay otros signos que atentan contra la libertad de disentir. En el Congreso de la Unión, donde morena tendrá una cómoda mayoría, se ha plasmado la línea del presidente a través de Yeikol Polensky, quien ha dicho a los diputados de su partido, como deberán actuar y cómo comportarse durante el cumplimiento de su responsabilidad.  Les ha advertido que nadie podrá formar parte de una corriente de pensamiento, pues eso de la libertad de pensar está prohibido en morena; nadie podrá, salvo los coordinadores, hablar con los líderes de los otros grupos parlamentarios (en el espacio del parlamento, solo uno es el que podrá parlar); nadie podrá presentar iniciativas que no sean aprobadas por los coordinadores,  y, en el colmo,  las gestiones ante los funcionarios del gobierno solo podrán llevarse a cabo con la autorización de la dirigenta de morena.

Qué puede ser más intolerante en un gobernante que imponerle al conjunto de la sociedad una visión de moral. Eso significa terminar, en los hechos, con la condición laica del Estado mexicano. Locke, uno de los personajes más destacados de la Ilustración, decía que la visión de la razón en las personas no es única, y si eso sucede con la razón, entonces la visión sobre la moral, menos aún, podría ser única.

La prevalencia de diversos valores morales es una de las razones que le dan sentido a las sociedades modernas y civilizadas; una sociedad plural de mujeres y hombres libres, no podría concebirse regida por un solo criterio de moral. Esto que es una condición para la vida democrática, lo combate el presidente electo, y para ello, –como si viviéramos en las sociedades feudales del siglo XV– se apresta a elaborar, junto a un grupo, de “constituyentes de la moral”, el código de comportamiento que regirá a las y los mexicanos. Sustituye, en los hechos, una constitución civil por una constitución moral, como lo mismo sucede en los regímenes teocráticos.

En 1968, el presidente Gustavo Diaz Ordaz imponía a la sociedad la idea de un pensamiento y de un comportamiento moral únicos; la visión de moral de Diaz Ordaz trastocaba la constitución política; para Díaz Ordaz antes que las leyes civiles, se imponía la concepción moral del presidente. Esta aberración, fue una de las causas que indignaron a las y los jóvenes, y que en 1968 les alentaron a luchar por el derecho a pensar y a expresarse con libertad, y sin el temor de “delinquir o disentir moralmente”. Por ello el grito libertario de Javier Barros Sierra de ¡Viva la discrepancia, sea esta de carácter política, cultural, religiosa, moral!

 

Jesús Ortega Martínez.