Una semana demasiado extraña

Especial

   Para Federico Arreola, con nuestras coincidencias y    diferencias, por el lamentable fallecimiento de su madre.

Concluye una de las semanas más extrañas de la administración de López Obrador. Una semana donde se pudieron ver algunos de los mejores momentos del actual gobierno, que van de la mano con hechos, declaraciones y decisiones inexplicables.

Una semana en la que vimos cómo han pasado siete días desde la llegada de Emilio Lozoya a México y su caso, e incluso su situación legal, están envueltos en el mayor de los misterios.

Nadie sabe qué va a pasar con Lozoya, pero sí sabemos que aunque esta misma semana se insistió en que decrece la pandemia, los números indican otra cosa: vamos camino a los 400 mil contagiados y los 45 mil muertos. Una semana en la que cada día el más impresentable López-Gatell se peleó con los gobernadores, volvió a manipular cifras, mediciones y semáforos, y terminó responsabilizando a los refrescos y los dulces del altísimo porcentaje de muertes respecto al número de contagiados de covid. Por cierto, ayer fue la vez 17, desde que comenzó la pandemia, que anuncia que ésta va en retirada, o que, como ya se ha vuelto un karma, se aplanó la curva.

La violencia atenaza varios puntos del país, sobre todo Michoacán, y no hay visos de cambio de estrategia, pero en la semana se lograron dos acuerdos muy importantes y con amplios consensos: la reforma al sistema de pensiones y la designación de los cuatro nuevos consejeros del INE. Los dos salieron con respaldo de todos los sectores involucrados e implican confirmaciones muy importantes: por una parte, y como reiteró el propio Ricardo Monreal, se logró acabar con los intentos de sustraer las afores del ámbito privado, estatizarlas y utilizar sus recursos con objetivos de corto plazo. En torno al INE, se garantizó, en buena medida, que el instituto siga manteniendo su perfil profesional y autónomo, equilibrando también sus fuerzas internas con cuatro designaciones de amplio consenso.

Finalmente, luego de muchas versiones y encontronazos, incluso públicos, dejó el gabinete presidencial Javier Jiménez Espriú. Su reemplazante en Comunicaciones y Transportes, Jorge Arganis Díaz Leal, parece ser un profesional reconocido del sector de la construcción, aunque tiene nula experiencia política. Los secretarios de Estado, salvo la Sedena y la Semar, siguen siendo para el Presidente meros operadores de un poder cada día más centralizado y personalizado.

De otra forma no se entendería por qué insiste en regañar en público a sus propios colaboradores. Ahora volvió a criticar al secretario de Hacienda, Arturo Herrera, por una declaración en torno al uso de cubrebocas, cuando éste acababa de anunciar, ahí mismo, la reforma de pensiones, un paso económico clave para el futuro del país que Herrera trabajó intensamente con los empresarios, que son los que asumieron el costo de la reforma. Los regaños a Herrera y antes a Carlos Urzúa parten de la convicción presidencial de que el poder político está por encima del económico y, parafraseando a Echeverría, el Presidente quiere destacar que la economía también se maneja desde su despacho de Palacio Nacional.

También regañó en la misma mañanera al líder de Morena en la Cámara de diputados, Mario Delgado, porque no logró incluir en la agenda del periodo extraordinario la desaparición de los fideicomisos, pese a que, en ese periodo, como estaba estipulado, lo único que se podía debatir era el nombramiento de los consejeros del INE. Y Mario Delgado acababa de sacar casi por unanimidad, y venciendo las resistencias, incluso internas, la elección de los cuatro consejeros. Como ocurrió con Herrera, resonó más el regaño por un intangible que el reconocimiento por un acierto indudable. Es un extraño sistema de premios y castigos.

Todo eso y mucho más está sucediendo en el país, pero a algunos lo que más les interesó en la semana fue que regresó, endeudado y sin gloria, el avión presidencial. Luces y sombras en una semana muy extraña.

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¿QUÉ LE PASÓ A GARZÓN?

El despacho del conocido jurista español Baltasar Garzón, que se encargó del caso Lozoya en España y que sigue vinculado al mismo en México, es el que ahora se encargará también de la defensa de Alex Saab, el principal testaferro de Nicolás Maduro.

Alex Saab es un empresario de origen colombiano, nacionalizado venezolano, y operador económico, primero de Hugo Chávez y, ahora, de Maduro. Está detenido en Cabo Verde, cuando hacía una escalada proveniente de Irán, rumbo a Caracas. Saab está involucrado en todos los negocios oscuros de Maduro y su gente y sus tentáculos llegan también a México. Qué lejos está hoy Garzón del admirado fiscal de las causas justas, que logró procesar incluso a Pinochet.