Si los muros hablaran. “Soy el muro”

Especial

Rodolfo espera nervioso cerca de mí. Lo veo caminar en círculos cerca de la playa. Me mira y mira el reloj. Es el día y la hora acordados con Ángela meses atrás. Finalmente la verá después de tanto tiempo. Treinta y siete meses y diez días han pasado desde que Rodolfo abandonó su natal Michoacán para probar fortuna en “el otro lado”. Desde entonces no la ha visto. Solo han estado en contacto por carta y por teléfono. Puedo entender bien el nerviosismo de Rodolfo. No es el primero que espera en este punto, cerca del mar, en Playas de Tijuana, a alguien de su familia. Las leyes y las fronteras están hechas por los hombres, pero el amor no entiende de distancias ni de muros. Desde sus ciudades natales viajan muchas horas para llegar a este punto, para poder estar a pocos centímetros de distancia y, a pesar de que soy yo quien los separa, pueden hablar, intercambiar cartas, fotos.

Padres, hijos, esposos, amigos, separados por mí, un muro enrejado de barras de metal. A pocos centímetros, pero en países distintos, es lo más cerca que pueden estar. ¡Un absurdo! Por unas cuantas horas pueden verse, tocarse y sentir que están juntos. No piensen que mi trabajo es fácil o agradable. Me duele ser yo el obstáculo para que se abracen, se besen. ¡He visto correr tantas lágrimas! Y para mi frustración, no puedo hacer otra cosa más que ser testigo mudo de su dolor.

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Algunos muros fueron construidos para dar seguridad y calor. Otros están diseñados exclusivamente para guardar el conocimiento, algunos para proteger riquezas y guardar tesoros de manos enemigas. Otros, para devolver la salud, como en el caso de los muros de los hospitales. Yo, que me extiendo por kilómetros, no resguardo la salud, ni brindo seguridad a las personas como los muros de los hogares, ni atesoro el conocimiento como una biblioteca. Nací para dividir a dos países, a dos comunidades, para ser un muro fronterizo. Mi objetivo principal es impedir la entrada de migrantes procedentes de la frontera sur hacia territorio estadounidense. Mi construcción se inició en 1994, bajo el programa de lucha contra la inmigración ilegal conocido en ese entonces como “Operación Guardián”. Me extiendo por varios kilómetros hasta que me pierdo en el mar. En esas playas, antes de desaparecer en el agua, tienen lugar esos emotivos encuentros.

No soy un muro cualquiera. Tengo tres bardas de contención en ciertas áreas, además de detectores de movimiento, iluminación de alta densidad, equipos electrónicos y sensores. La policía fronteriza está en vigilancia permanente, patrullando a fin de evitar que los migrantes puedan ingresar de modo ilegal a los Estados Unidos. Me extiendo por varios kilómetros en la frontera Tijuana–San Diego (California). Otros tramos de muro existen en Arizona, Nuevo México y Texas, y en sus respectivas fronteras.

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Algunos me llaman el muro de la vergüenza, otros, de la hipocresía. Muchos consideran que soy un error y lo expresan en algunas de mis secciones. Poesía, sabiduría, enojo y, a veces, insultos llenan mis barrotes.
Yo entiendo que cada país tiene el derecho a defender sus propias fronteras, pero también sé que muchas veces, a lo largo de mi existencia, las autoridades han mirado para otro lado cuando se necesita mano de obra barata. Siempre he creído que yo no sería necesario si no hubiera quien estuviera dispuesto a contratar a los trabajadores que ingresaron de forma ilegal. Pero sabemos que mientras alguien ofrezca trabajo, habrá quien lo provea, y que los problemas se resuelven cuando se reconocen. Desafortunadamente, a pesar de que el problema es tan grande como yo, muchos no lo quieren resolver y prefieren dejar que se agrave. Esa cerrazón a resolver el problema de fondo ha costado muchas vidas. Y ha beneficiado a criminales: polleros, coyotes, tratantes.

Si en Playas de Tijuana estoy decorado por poemas y frases, cerca del aeropuerto tengo cruces. Oh, sí, ni una ni dos, sino miles cruces que recuerdan a todos aquellos migrantes que han fallecido al tratar de cruzarme. Trataron de buscar el sueño americano, para encontrarse con su peor pesadilla. Para muchos es un cliché, para mí es un dolor real, una vivencia diaria. Probablemente siga creciendo en metros con el paso del tiempo y se refuerce la seguridad, pero yo sé, y quizá ellos también, que no soy la solución a este problema.

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