Reapertura, crisis económica y de seguridad

Especial

Con cifras trastocadas y con una interpretación de ellas diferente cada día, al final tendremos que salir de la emergencia sanitaria, volver al trabajo y a la actividad, aunque sea en la nueva normalidad, y habrá que hacer un recuento de daños de lo acontecido.

No es verdad que íbamos tan bien y se nos cruzo el coronavirus, como dijo ayer el presidente López Obrador. Íbamos mal en términos económicos, ya estábamos en recesión en el primer bimestre del año; muy mal en seguridad, con una violencia creciente desde el año pasado y que se ha recrudecido éste; el sistema de salud estaba en una situación crítica, debido a la carencia de medicinas y el deterioro causado por el cambio del Seguro Popular al Insabi. Pero en estos meses a la crisis sanitaria se le ha sumado ya una profunda crisis económica, una crisis de seguridad e, insistimos, una crisis institucional emergente, sobre todo porque las posiciones de gobierno federal y gobernadores estatales no se acercan y porque no se asumen políticas legislativas más integrales.

Todo esto se agudizará cuando terminemos de salir del confinamiento. Pero nada como lo que ocurrirá en seguridad. Los grupos del crimen organizado no han detenido, ni un segundo, su lucha por el control de territorios: el número de muertos sigue creciendo. En las últimas 48 horas han sido más de 250 y nada parece que vaya a detener el ascenso. Han disminuido los robos y secuestros, pero eso es consecuencia directa del propio confinamiento y de la reducida actividad productiva. Pero, incluso así, la disminución está lejos de ser proporcional al parón que sufrió la economía y la actividad social.

Todos los datos que llegan de Estados Unidos y de Europa indican que en este periodo de encierro ha crecido el consumo de drogas y no se ha detenido la introducción ilegal de las mismas, incluso utilizando los traslados de material sanitario entre países. Informes provenientes de Asia indican que ha aumentado, dramáticamente, la producción de metanfetaminas y otros precursores químicos para atender una ascendente demanda de los mismos. El fentanilo, la droga del presente y del futuro, sigue mostrando un consumo creciente, lo mismo que los opiáceos en general. Ante la pandemia, el gobierno de Estados Unidos tuvo que autorizar un aumento en la producción legal de fentanilo y otros opiáceos, con lo que habrá más productos de este tipo en el mercado.

De la misma forma que no habido una destrucción de capital industrial o financiero durante la pandemia (la crisis deviene de la paralización, en algunos casos excesiva, de las economías y el comercio), tampoco ha habido un deterioro de las organizaciones del crimen organizado.

Al contrario, saldrán de la pandemia con más recursos, con el fortalecimiento que permite un largo periodo de gracia y con un campo social abonado por la pérdida de empleos, el cierre de empresas, la falta de dinero y la redoblada austeridad gubernamental que plantea, en otras palabras, que cada uno se libre como pueda de la crisis.

Ante ello, los grupos criminales (como están haciendo en Italia, en España, en Asia, en Brasil y me imagino que en Estados Unidos también) no se limitarán a entregar despensas o créditos a la palabra, como hace la Unión Tepito en la Ciudad de México: tendrán recursos para comprar empresas y voluntades, para incorporar a quienes, sin trabajo y sin alternativas, busquen una salida a su situación.

Es la enorme diferencia entre tener trabajo y recibir un apoyo social: el primero compromete y dignifica, el segundo es una ayuda que no genera ningún compromiso, más que, en algunos casos, compromiso electoral, y que por sus propias características, quien lo recibe no lo considera como permanente ni fruto de su esfuerzo.

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La fuerza laboral del crimen organizado se incrementará, como lo hará la delincuencia común si no hay, como no parece que  vaya a haber, una rápida recuperación económica. Una de las razones de establecer políticas anticíclicas es, precisamente, tratar de evitar o menguar estos fenómenos.

Y como no estábamos preparados para enfrentar la pandemia, pese a estar advertidos de que llegaría, todo indica que tampoco estaremos preparados para enfrentar esa nueva ola de inseguridad y delincuencia que tendremos al salir del confinamiento, a pesar de que sabemos que, tarde temprano, llegará.

Seguimos perdiendo el tiempo en discusiones estériles en el terreno de la seguridad pública, sin construir las instituciones que el país requiere con urgencia en lo federal y estatal, y terminamos apostando todo a una Guardia Nacional en formación y que no puede abarcar todo lo que se le exige, y unas fuerzas armadas que también suman, día con día, mayores responsabilidades, pero no mayores presupuestos o recursos, humanos o materiales.

Pronto saldremos de la pandemia, pero entonces nos enfrentaremos a una crisis económica y de seguridad, como no la hemos conocido antes.