#RealidadFicción MARCELO Y LA TRISTEZA PARISINA

Marcelo llevaba cinco o seis horas de vuelo. Comenzaba a entumirse de piernas para abajo. Había salido de la ciudad casi a escondidas, como un ladrón sale del lugar del hurto a medianoche, sigiloso y con el mayor de los cuidados. Pero eso sí, con su esposa.

¿A qué iba a París?

No lo sabía. Sus abogados le darían consejo una vez que aterrizara y, mientras tanto, había dicho a su gente del partido –del nuevo partido– que, si por mala suerte se filtraba la información de su viaje, controlaran como pudieran la crisis. Porque seguramente sería una crisis. Luego que le tumbaron la candidatura en tribunales, aquella salida se semejaba bastante a eso que llaman huir. Pero no era su caso –¿o sí?– porque pronto regresaría a defenderse. Algo se le ocurriría o algún pacto amarraría en cosa de días. No sabía con quién, pero, al final, eso era la política mexicana: una serie de pactos que lo sacaran a uno del atolladero y, en el mejor de los casos, que lo llevaran más arriba. ¿O no había pasado así cuando el Verde –el mismo que ahora le mete el pie– lo hizo diputado federal en el 97? ¿Y qué tal cuando le entregó su partido a Andrés a cambio de un futuro político?

Pero vaya, ejemplos sobraban, aunque Marcelo no necesitaba revisarlos uno a uno para convencerse de que de algún modo u otro encontraría la salida al desmadre que tenía encima.

Miró hacia un lado y encontró a su esposa dormida en toda la calidez de la primera clase. Suerte la suya: podía dormir sin preocuparse de nada y sin sospecharse perdida –políticamente–.

¿Pero lo estaba él?

No lo sabía de cierto. Había estado diciendo aquí y allá que el ataque –así lo había dicho– venía desde dos frentes. De las oficinas de Miguel, ese que fuera un dócil abogado suyo en otro tiempo, y desde la casa oficial. Pero bien a bien, sólo tenía unas cuantas certezas. ¿Que Miguel se le había trepado a las barbas y, ya empoderado, había hecho el intento de destruirlo? Ni dudarlo. Pero eso de que había una campaña en su contra desde esferas más altas no le constaba, aunque bien podía redituarle en algo. ¿O a poco no le había servido a Andrés hacerse la víctima desde hacía más de una década? No había ejemplo más acabado de que hacerse pasar por elpunching bag de alguien poderoso daba muy buenos resultados.

Pero sus problemas no paraban ahí. Unos días antes, ya daba por hecho que estaría en el congreso haciendo ruido por todas partes para llamar la atención. No quería ser un Noroña, jamás iba a hacer esos ridículos, pero sí había planeado una estrategia directa de confrontación con el poco popular presidente. Ya se veía –desde lo oscurito– comandando a su grupo de dipuporros para tomar el pleno; ya se veía pronunciado discursos incendiarios que reproducirían los medios. Ya se veía…

Pero todo falló. ¿Qué le quedaba? Había logrado acomodar a René en el lugar del que lo echaron el Tribunal y el Partido Verde, pero eso no le garantizaba nada. Bien sabía ya que la traición en la política no era más que una herramienta de supervivencia, y quien hoy juraba lealtad, mañana escupía sobre ella. Pero qué le iba a hacer. Le quedaba el consuelo –porque eso era– de que, con algo de suerte, podría controlar a René y hasta disponer de los recursos que le llegarían en la Cámara.

¿Y qué más?, ¿qué más? ¿Aplicarle el plan “Juanito” a René? Quién sabe. Pero, mientras algo se le ocurría o lo decidía, iba a disfrutar de ese viajecito que bien merecido se tenía. ¡Ah! ¡Quién como Marcelo, que puede irse París cuando se siente triste!