Que quiebren

Especial

En la homilía de ayer, López Obrador afirmó que si una empresa tiene que quebrar, que quiebre. Que el dueño, los accionistas, los socios, se hagan responsables, porque el Estado no tiene por qué intervenir.

En otro momento, esta frase me parecería totalmente correcta. De eso se trata el mercado, la destrucción creativa de Schumpeter. Si una empresa no produce bienes y servicios que sean demandados por la población, debe quebrar y ser sustituida por otras que sí respondan a los deseos y preferencias del momento. Más aún, la prosperidad de una sociedad está directamente relacionada con esa capacidad de destruir y crear.

Pero no estamos en un momento normal. Lo que hoy ocurre no es producto de los deseos y preferencias, sino de una situación emergente. Cuando hay una caída general de la demanda, una empresa puede quebrar a pesar de ser perfectamente productiva. Hoy, que además hay un golpe de oferta, una empresa de primera puede destruirse porque, de un lado, no puede vender ni cobrar, y del otro, no puede abastecerse. No es algo normal.

Lo mismo ocurre con otras creencias del Presidente. Su insistencia en no endeudarse, por ejemplo, sería loable en condiciones normales, pero no lo es hoy. Como ya lo comentamos hace algunas semanas, la deuda del gobierno, en proporción al PIB, crecerá independientemente de que se contrate más o no. De hecho, puede ocurrir que si hoy se endeuda el gobierno para reducir la caída de la economía, el resultado sea menos malo a no hacer nada.

La combinación de estas dos fijaciones puede resultar muy grave. Endeudar al gobierno para rescatar empresas ineficientes, como se ha hecho en otros momentos (los ingenios o aerolíneas con Echeverría, por ejemplo) es capitalismo de cuates, que no es sino saqueo de la población. Pero no endeudarse hoy, y no rescatar empresas viables, tendrá resultados muy graves. La necedad del Presidente se parece a lo que él mismo ha criticado de los tecnócratas: la falta de flexibilidad para actuar en beneficio de la población. Porque López Obrador puede decir misa (de hecho, la dice todas las mañanas), pero sus decisiones acabarán causando mucha miseria y dolor entre los mexicanos, especialmente los más pobres.

Al respecto, mantengo mi duda de si estos errores, y otros parecidos, son producto de simple ignorancia o limitación, o si son un plan para empobrecer al país y establecer un gobierno autoritario. Sigo sin tener respuesta, no sé qué piensa López. Sin duda se ha radicalizado, como habíamos anticipado, y se rodea cada vez más de bolivarianos. Recordará usted que habíamos definido, hace un año, los cuatro grupos que competían por el favor presidencial, y es éste el que ahora cosecha.

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Pero nada está escrito. Si, como percibo, el tamaño de la crisis supera por mucho lo que imagina López Obrador, serán insuficientes los recursos para sostenerse en el poder comprando la voluntad de los votantes. Hoy pueden repartir un millón de créditos de 25 mil pesos cada uno, sin documentación, compromiso, sin nada. En julio no podrán hacerlo. En octubre, menos. Y en ese mes habrá que definir candidatos para la elección de 2021, o al menos empezar a desgranar mazorcas. Tal vez entonces considere que endeudar al gobierno no es tan mala idea.

El mazacote en que han convertido las finanzas públicas, repartiendo cientos de miles de millones de pesos en “política social” y perdiendo billones en Pemex, en un entorno de contracción que no se había visto en cien años, apunta a que, más allá de su perversidad y autoritarismo, el Presidente es esencialmente tonto. Pero sigo sin convencerme del todo.