Puebla

Jamás un conato de darnos la vuelta

                Jamás una huida por muchos que sean

                Magdalena Sánchez Blesa

 

La historia se repite. La candidatura de Luis Miguel Barbosa es consecuencia de dos tragedias: la lamentable muerte (rodeada de suspicacias) de Martha Erika Alonso y el dedazo presidencial que lo ungió. Por eso, lo que suceda rebasa el ámbito estatal: está en juego nuestra transición democrática. La amenaza de regresión es inminente.

Ahí sabremos si el nuevo gobierno en verdad quiere impulsar la democratización o pretende retornar al sistema del partido hegemónico imbricado con el gobierno.

Desde luego, la decisión no la tomó la dirigente de Morena, ella fue, simplemente, la maestra de ceremonias.

Sin embargo, quiero creer en las palabras presidenciales cuando prohíbe utilizar su nombre para atraer apoyos y cuando afirma haber solicitado licencia como militante de su partido para gobernar para todos los mexicanos. Pero los hechos hablan.

En los días que estuve en esa entidad apoyando a quien no dudo en calificar como el más idóneo para gobernar, Enrique Cárdenas Sánchez, constaté cómo el aparato estatal a través de la Secretaría de Gobierno se ha volcado
sin ningún recato en apoyo del candidato oficial.

En mi larga carrera política tuve oportunidad de contender por la gubernatura de Tabasco en 1994, coincidiendo y haciendo alianza con Andrés Manuel López Obrador para enfrentar al candidato priista Roberto Madrazo Pintado, quien sin ningún escrúpulo hacía campaña
con todo el apoyo del gobierno y con cuantiosos
recursos económicos, como después se comprobó.

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 El hoy presidente no se cansaba de repetir: “Si el Partido Revolucionario Institucional postula una vaca, la vaca gana”. Morena ahora hace lo mismo.

Barbosa está descalificado por sus propios compañeros de partido. Han trascendido las opiniones de Alejandro Armenta y Alejandro Rojas Díaz-Durán, literalmente ha declarado que recibió apoyos ilegales para manipular una encuesta, además de señalar actos de corrupción. Su candidatura es un agravio a los poblanos. Desde luego, el candidato alega “guerra sucia”.

En estos casos, que además se dan en todas las democracias, se acude a la descalificación falaz y frívola para refutar, sin argumentos, las denuncias.

En Puebla se considera a Barbosa como un gran farsante, un mentiroso contumaz, oportunista y convenenciero. Se exhiben en las redes sus incongruencias y su servilismo con los hombres del poder.

No encuentro razones válidas para apoyarlo. Cada vez es más preocupante el desempeño del titular del Ejecutivo federal y cada vez se diluye la gran legitimidad que obtuvo en las urnas. En lo económico, en la gobernabilidad, en lo social, en salud, en educación, las medidas adoptadas son de retroceso y, en algunos casos, reflejan actitudes suicidas.

Por las luchas que dimos juntos, me atrevo a sugerirle a Andrés Manuel López Obrador que haga un alto en el camino. En algún momento apoyó a Enrique Cárdenas Sánchez, a quien ya había designado como candidato a la gubernatura.

Después lo convencieron de apoyar a Luis Miguel Barbosa con el deshonesto argumento de que daba más votos y tenía recursos para la campaña.

El comportamiento de este último como perdedor fue mezquino. No veo ninguna razón para que quien dice hacer política de manera diferente a la del pasado, se empecine en condenar a un estado a ser mal gobernado. Por un elemental principio ético, se debe garantizar que los poblanos decidan en una contienda equitativa. Ya vimos al Presidente desayunar con el candidato a gobernador de Morena en Baja California.

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Los símbolos son claros: Andrés Manuel López Obrador pretende retornar al país de un solo hombre.

En nombre de los muchos héroes de nuestra lenta y empantanada transición que el Presidente tanto menciona, ojalá rectifique.

El tiempo se agota, la ocasión es fugaz, las oportunidades se pintan calvas.