Preocupación y esperanza

Especial

En esta semana, Fuera de la Caja ha compartido con usted una preocupación muy grande, y una esperanza equivalente. Como es siempre posible, ambas pueden ser exageradas, y habremos perdido el tiempo estos días, usted leyendo y yo escribiendo. Creo, sin embargo, que no es así, y que tanto la preocupación como la esperanza tienen sentido.

De verdad estamos en problemas muy serios, como nunca hemos visto. La destrucción institucional, sin construir nada a cambio, deja todas las decisiones de gobierno en una sola persona, que no parece tener contacto con la realidad. Priorizar la respuesta a un desplegado por encima de la aplicación de políticas públicas de verdad es una muestra de su problema: quiere resolver los problemas hablando, porque no tiene otra forma de hacerlo.

El gobierno mexicano no tiene recursos financieros, ni humanos, mientras estamos en la peor crisis global en un siglo. Con uno de cada tres mexicanos sin ingresos (o con una reducción importante), con la inversión a la mitad de lo que era (que no era mucho), apenas quedaría esperar la salvación vía exportaciones. No ocurrirá.

El sistema de salud no funciona, el educativo no pudo cerrar el ciclo 2019-2020 en buenas condiciones, no podemos enfrentar al crimen desde hace tiempo.

Las peores lacras del siglo XX mexicano: empresarios del capitalismo de compadrazgo, sindicalismo abusivo, funcionariado mediocre, han recuperado el poder que empezaban a perder con el proceso de liberalización. Son el soporte del gobierno, a cambio de recuperar sus privilegios. El costo lo paga la sociedad.

Pero de ahí surge precisamente la esperanza. De una sociedad que conoció la democracia y cosechó algunos beneficios en los últimos 25 años. Porque usted ya sabe que en ese tiempo no creció la desigualdad ni la pobreza, no existe esa noche neoliberal del merolico. Es cierto que los beneficios llegaron de forma distinta a los mexicanos, dependiendo de su lugar de residencia, pero llegaron.

Esa sociedad puede decidirse definitivamente a construir un país exitoso, es decir, democrático, productivo y justo. Basta con aceptar dos ideas elementales: todos somos iguales, todos debemos invertir en México. Sobre ellas se construye el Estado de derecho, que no puede existir sin que todos seamos iguales frente a él, y se construye el sistema educativo democrático. Pero también sobre ellas se puede construir un gobierno con capacidad de cumplir las obligaciones que le hemos impuesto, financiado sanamente por todos.

En esas condiciones, con personas que se asumen iguales, y con leyes que se aplican a todos por igual, deja de ser importante quien gobierne. Deja de tener sentido el enfrentamiento y la polarización.

Te puede interesar | Especialista señala que políticas sociales de Obrador tienen un enfoque neoliberal 

Por eso el populismo que hoy crece en el mundo es tan peligroso. Porque surge de la idea de que no somos todos iguales, que hay unos mejores que otros. Eso sólo conduce a la pobreza, la violencia y el autoritarismo. Desafortunadamente, por razones que hemos comentado en otras ocasiones, está en ascenso, y eso dificulta soluciones razonables a problemas nacionales como los que enfrentamos.

Ignoro si ese entorno desfavorable nos venza. Ignoro si la sociedad mexicana de verdad quiere un país democrático, productivo y justo, o la mayoría sólo ansía convertirse en rentista e incorporarse a un grupo privilegiado. Tengo la certeza de que veremos muy pronto el abismo, y la esperanza de que sepamos salir de él. Por eso me atreví a compartir con usted tanto la preocupación como el anhelo.

Ha sido un proceso agotador el que culmina con estas colaboraciones, y por eso me voy de vacaciones unos días. Espero verlo de regreso el lunes 3 de agosto. Mientras tanto, si puede, quédese en casa y cuídese.