PARROQUIA Y CONVENTO DE SAN GABRIEL ARCÁNGEL,TLACOPAN

No se engañen, a pesar de que mis muros son fuertes y gruesos, mi espíritu es flexible

Además de sus funciones, los muros de la Parroquia de San Gabriel Arcángel tienen una lección que compartirnos, dejemos que ella misma nos cuente su historia…

“A pesar de encontrarme sobre la calle más antigua de del continente americano, la vieja Calzada de Tlacopan que conectaba el corazón de México Tenochtitlán, con Tlacopan y Popotla y tener un gran tamaño, pocos pueden verme. ¡Qué lejos están los tiempos en que era un punto de referencia y me rodeaban los árboles. Soy la Parroquia de San Gabriel Arcángel y vengo a contarles mi historia. 

Tlacopan (o Tacuba, como le nombraron los españoles) era un lugar importante. Junto con Texoco y Tenochtitlán formaba parte de la Triple Alianza, que, en su momento, llegó a dominar gran parte de Mesoamérica. Después de la Conquista, los frailes franciscanos empezaron a construirme en un lugar al que Hernán Cortés llamó: los Patios de Tacuba, a unos centenares de metros donde se encuentra el enorme ahuehuete que cobijó sus lágrimas tras su derrota. 

Mi versión original no era muy grande. Una iglesia pequeña, con un convento que albergaba a cuatro frailes. Ellos tenían ante sí una tarea enorme: evangelizar a los pobladores del lugar; quizá por ello, los franciscanos me dedicaron al Arcángel Gabriel, portador de las buenas nuevas.

En 1536 inició la construcción de la Parroquia con la consagración de mi Sacristía. Me dieron una planta de basílica, con anchos muros, una nave central y dos laterales. Para mi construcción –tarea que les llevó unos cuantos lustros– usaron piedra proveniente de la cantera situada en las cercanías del Santuario de Los Remedios y echaron mano de muchas de las piedras que formaron el Gran Teocalli de Tlacopan. Así, mis muros guardan también tradiciones prehispánicas, lo cual me llena de orgullo. 

Los fieles fueron creciendo. Venían de varios pueblos aledaños como San Miguel Tecamachalco, San Bartolomé Naucalpan y Popotla, el lugar de los carrizos huecos (o popotes). Todo marchaba bien, hasta que en 1729 llegó el mismísimo Comisario General de la orden Franciscana y con ánimo transformador, decidió que había que cambiar mi forma.

Alegó que las columnas restaban importancia al altar mayor, que obstruían la vista y que los fieles estarían más cómodos con otro diseño. Nadie le discutía a Fray Fernando Alonso González, así que, como imaginarán, comenzaron las obras para transformar mi forma a “cruz latina” con nave de bóveda de cañón con crucero y cúpula. Sí señor. Para ello, tapiaron mis hermosas columnas de piedra y modificaron mi fachada. Las obras tardaron algunos años y cuando finalmente me terminaron, ya era propiedad del clero secular. 

Fueron cambios fuertes, lo reconozco, tampoco fueron los últimos. El siglo XX llegó y trajo consigo la fuerza de la modernidad. En 1907 construyeron mi capilla “Del Señor del Claustro”, cuya historia les contaré en otro momento. Mi atrio se convirtió en la “Plaza Juárez” y frente a ella se encontraba el Ayuntamiento de Tacuba.

Apenas estaba recuperando el aliento, cuando en los años setentas decidieron construir la estación del Metro Tacuba. En aras de circulación casas y calles desaparecieron para dar paso a grandes avenidas. Yo quedé junto a un distribuidor vial. Las obras del metro me lastimaron y mucho, no puedo negarlo. Afortunadamente, en los trabajos de restauración descubrieron mis columnas que habían sido diligentemente tapiadas en época de Fray Fernando Alonso.

Ahí estaban, nuevamente a la vista de todos, mis columnas piedra con sus símbolos prehispánicos. Qué orgullo sentí. Aunque debo confesar que mi felicidad fue efímera. Los árboles que alguna vez me rodearon, desaparecieron. En su lugar surgió un bosque, pero de plástico y lámina proveniente de los puestos de los ambulantes, que me hace prácticamente invisible. 

Bueno, no tan invisible, tengo mis momentos de fama. Curiosamente, mi fama no viene por ser una de las primeras iglesias del país. No. Ni por encontrarme en la Calzada más antigua del continente. Viene porque cuando juega la selección nacional futból, El Santo Niño de Los Milagros, al que resguardo, lleva puesto su uniforme, en señal de apoyo y fervor futbolístico. 

Hay cosas que no me gustan, pero he sabido adaptarme al cambio. No se engañen, a pesar de que mis muros son fuertes y gruesos, mi espíritu es flexible. Con los edificios sucede igual que con los seres humanos: sólo siendo flexibles se puede uno mantener de pie con los vendavales del cambio. ¡Y vaya que he visto cambios en casi 500 años! No es tarea fácil, pero espero inspirar a mis visitantes a ser flexibles ante los inevitables cambios”. 

Gracias por leerme. Seamos flexibles y buen domingo a todos.

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