Ópticas

Especial

Esta columna ha insistido en que si se quiere entender lo que hace el Presidente, debemos recordar que su preocupación casi única es el poder. No entiende, ni le importa mucho, lo que pase con la economía, los pobres, el Estado de derecho, a pesar de que pueda hablar de ello. Está concentrado en acumular poder (como lo estuvo los treinta años previos en obtenerlo).

Esa obsesión está envuelta en una interpretación del mundo que corresponde, íntegramente, al Nacionalismo Revolucionario, la doctrina con la que el PRI se legitimó desde sus inicios. Por las limitaciones naturales del Presidente, la versión de esa ideología que él utiliza es más bien pedestre. Está conformada por una lectura histórica propia del libro de texto gratuito de cuarto año de primaria de hace más de medio siglo, por el miedo a Estados Unidos, el rechazo a la Iglesia Católica (aunque no a su uso electoral), el odio a empresarios y personas de ingresos elevados, la creencia en que la economía depende de recursos naturales que deben ser controlados por el Estado, y el papel del mismo como un padre poderoso y discrecional.

Por eso su rechazo visceral a los gobiernos posteriores a López Portillo, que engloba en la etiqueta “neoliberales”. Por eso sus intentos de reflejarse en los héroes de bronce, y el nombre de “cuarta transformación”. Por eso la subordinación a Trump, las cancelaciones de obras, el enfrentamiento con empresarios, la insensatez de Pemex y CFE, la destrucción de organismos autónomos.

En esa perspectiva, es absurdo que alguien pueda creer que le preocupa al Presidente enfrentar la corrupción. Para nada. Utilizará la idea para concentrar poder, eliminando a tantos adversarios como le sea posible. Por eso la impunidad de Lozoya, para que le sirva cabezas en bandeja de plata. Del PAN o del calderonismo, si es posible, porque ahí está su oposición en este momento.

Es igualmente absurdo creer que promoverá políticas públicas que beneficien a la población. Eso no le interesa. Promoverá las que puedan garantizarle votos, o al menos aplausos. Por eso impulsó el apoyo a viejitos cuando fue jefe de Gobierno del DF, y ahora becas a jóvenes o pagos por destruir la selva. Nada de eso tiene un fin, más allá de generar dependencia y aprobación.

Te puede interesar | AMLO pide a legisladores a terminar el fuero presidencial en septiembre

Quienes lo veían como adalid de la cultura o la ciencia, ahora cosechan la destrucción de fideicomisos y organismos que ese terrible “neoliberalismo” había ido construyendo por décadas. Los que imaginaban que estaría del lado de los más débiles ven ahora cómo se derrumban las comisiones para apoyo a las mujeres, para enfrentar la discriminación, para defender los derechos humanos. Y todos vemos cómo ni siquiera la vida de los mexicanos le importa: no sólo somos uno de los países con peores resultados frente al Covid, somos de los que menos pruebas realizan y de los que mayor subregistro de muertes tienen. Se destruyó el Seguro Popular, se provocó desabasto de medicamentos, y ahora se elimina el organismo independiente para la vigilancia de riesgos sanitarios.

Como lo mostró ayer Alejandro Hope (con base en la investigación de Arturo Ángel), la Guardia Nacional simplemente no existe. Es una ficción civil cuyos efectivos realmente trabajan para las Fuerzas Armadas. Además, los datos muestran que no hay reducción en la violencia que se sufre en el país, aunque ahora la tragedia del virus, que enluta a 2 mil familias al día, eclipse las cien que tienen su origen en el crimen.

Cualquier evaluación racional del actual gobierno concluiría que es un rotundo fracaso, un cataclismo que costará décadas revertir. Pero desde la óptica de un megalómano cuya visión del mundo es el más simple Nacionalismo Revolucionario, vamos requetebién.