Operación política

                La Presidencia no cambia lo que eres, revela lo que eres.

                Michelle Obama.

 

Cuando a Ruiz Cortines le recomendaban a alguien ponderándolo como inteligente, invariablemente preguntaba: ¿Inteligente para qué? Hay varios tipos de inteligencia, con exclusión de la integral. Nadie puede ser inteligente para todo, sería un fenómeno y, al serlo, mermaría su eficacia.

Nuestro Presidente tiene más instinto que inteligencia, más olfato que capacidad de análisis. Su principal característica es la perseverancia acompañada de la sobreestimación de su persona, lo cual raya en soberbia. Hay algunas actitudes y decisiones preocupantes, incluso dañinas a su gobierno y al pueblo de México.

La actriz Meryl Streep ve en Donald Trump un “instinto de humillación” que, cuando parte de un hombre con poder, permea en toda la sociedad con nefastas consecuencias. Desgraciadamente, lo percibo en AMLO, al referirse a los pobres como sus mascotas; a sus adversarios como hipócritas y farsantes; a los miembros de la Policía Federal como corruptos; ha vilipendiado reiteradamente a los empresarios. Lo mínimo que se espera de un gobernante es respeto a sus gobernados.

AMLO, sin necesidad, ha generado serios problemas. Descalifica propuestas, subestima la magnitud de los problemas, ve conspiraciones quizá inexistentes. Además, sus respuestas reflejan viejos rencores, rencillas pendientes. Por otra parte, carece de capacidad para alcanzar consensos y cuando alguien con poder se le enfrenta con determinación, cede en todo. Por ejemplo, con los maestros y con las constructoras del NAIM, a quienes había acusado de corruptos, terminó pagándoles hasta la risa.

Antonio Ortiz Mena fue un hombre mesurado, sensato; sorprendían su conocimiento de la administración pública, su diagnóstico de la realidad y sus propuestas viables y pragmáticas. Tuve oportunidad de entrevistarlo y, a pregunta expresa sobre la mayor cualidad de Ruiz Cortines, me contestó sin dudar: “Tuvo la virtud fundamental del estadista, transitar de las intenciones a los resultados con suavidad”. Esto es, operación política.

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En México hemos tenido buenos operadores políticos, cuidaban hasta el último detalle, nunca dejaban cabos sueltos, respetaban a sus subalternos, se esmeraban en el trato con los demás. Sabían delegar y, sobre todo, era importante su don de gentes, su afabilidad, “el modito”.

López Obrador ha abierto muchos frentes, sin resolverlos, más bien los complica. Ni siquiera respeta la división de poderes.

A Ricardo Monreal, por ejemplo, le dijo que él no criticaba al Poder Legislativo, sugiriéndole al coordinador de Morena en el Senado que hiciera lo mismo y no se entrometiera en las tareas del Poder Ejecutivo.

Olvida el Presidente que, desde sus orígenes, los representantes populares fueron concebidos como censores para evitar los abusos del poder. Con el mismo talante se ha confrontado con los órganos autónomos que tantos años ha costado consolidar. La forma en que aplastó a la Comisión Reguladora de Energía es aberrante.

No recuerdo a ningún buen gobernante que no haya sido un buen operador político. Sin improvisaciones, sin precipitaciones, más que anunciar grandes y espectaculares cambios que terminan en verborrea, buscaban conservar para después hacer las modificaciones paulatinamente, midiendo sus consecuencias.

En el actual gobierno se procede a la inversa. Primero se desecha todo lo que no tenga el sello de la 4T y después se analiza cómo sustituirlo. El resultado está a la vista: un gran desorden y mucha confusión.

En este mismo espacio, el 28 de mayo escribí que me sorprendía que aún no renunciara Carlos Urzúa. Ya lo hizo, con un documento valiente que confirma lo expuesto aquí.

Ojalá AMLO no anuncie que las finanzas se manejan desde la Presidencia, repitiendo lo hecho por Echeverría.

En un mundo globalizado, México está a la intemperie. Algo de cordura es mi más humilde y respetuosa solicitud.