Meade, entre la traición y estrategia fallida; PRI a la reflexión

La estrategia de “voto útil” a la que apostó el PRI para retener la Presidencia de la República, fue viable, pero riesgosa, ya que el “voto duro”, por sí solo, no le bastó para darle el triunfo a José Antonio Meade.

La dirigencia del PRI apostó a repetir el escenario del año pasado en el Estado de México: ganar de manera muy “apretada”, con margen muy reducido, desplazando primero al resto de la oposición, a Andrés Manuel López Obrador, primero quitando del camino a Ricardo Anaya, y salir avante de esa manera.

La estrategia del “voto duro”, del uso de la gran maquinaria priista no funcionó. Y no se logró el triunfo, tal vez por el desánimo que provocó el exlíder nacional del PRI Enrique Ochoa con su personalidad gris. Después el cambio a René Juárez, priista de cepa llegó, pero tal vez fue demasiado tarde para convencer.

José Antonio Meade no ganó ni uno de los 32 estados que conforman la República. Es decir, que ni la disciplina interna ni el voto útil y ni siquiera el voto duro funcionaron en esta ocasión. Alguien le dio la espalda a Meade.

Ese “Pepe” Meade, distinto del prototipo priista: sin militancia, con una imagen correcta y una larga y reconocida trayectoria , incluso a nivel mundial, a ese abanderado presidencial no lo tomaron en serio al interior del Revolucionario Institucional.

Un candidato como Miguel Ángel Osorio Chong, exsecretario de Gobernación, hubiera representado tal vez, la coalición clásica del PRI.

En los comicios de este domingo 1 de julio, el Partido Revolucionario Institucional perdió. De las ocho gubernaturas en juego –sin incluir la CDMX– no logró llevarse ninguna. Es más, a pesar de las “caídas” del PREP en Yucatán, el candidato Mauricio Vila, del Frente, arrebataría de las manos el poder al PRI en aquella entidad.

No hubo pactos, no cerraron filas. ¿Dónde estaban los gobernadores?

Miguel Ángel Riquelme (Coahuila), José Ignacio Peralta (Colima), Héctor Astudillo (Guerrero), Omar Fayad (Hidalgo), Aristóteles Sandoval (Jalisco), Juan Manuel Carreras (SLP), Quirino Ordaz (Sinaloa), Claudia Pavlovich (Sonora), Marco Rodríguez (Tlaxcala), Alejandro Tello (Zacatecas), Alfredo del Maza (Edomex) y Rolando Zapata (Yucatán).

El único que apareció en un par de ocasiones o más con Meade, fue el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat. Ni siquiera Zapata Bello en Yucatán, que podría quedar en manos del PAN-PRD-MC.

¿Dónde quedó la estructura del PRI? ¿Dónde quedó la maquinaria? ¿Quién no la quiso echar a andar?

No se la jugaron con Meade, y mucho menos con el PRI. Obviamente, tampoco les preocupó la ciudadanía, esa, la que en verdad sale perdiendo con la llamada “cuarta transformación”.

No es tiempo de arrepentimientos. Es tiempo de reflexión para todo el PRI; el nuevo, el populista, el de cepa y los que van llegando. La traición a José Antonio Meade podría resultar muy cara al instituto político, pero más factura podría pasarle al pueblo mexicano.