Romance de la noche maya
Ni tú ni yo olvidaremos
la noche de Mayalán:
tú por aquello que sabes,
yo por lo que supe allá.
Tú estabas enardecida
como flor de flamboyán.
Eva, serpiente y manzana
Mordidas por la ansiedad.
Tus ojos cuando me vieron
agrandaron su mirar:
ojos de gacela herida
por ondas de claridad.
Tus brazos se me tendieron
para poderme alcanzar:
un escalofrío en mi cuerpo
regó tu ardor digital.
Tú me besabas las manos,
yo tu carne vegetal;
tú mis labios sin fronteras,
yo tu cuerpo de alquitrán.
Tus muslos olían a selva,
a sándalo y tulipán;
se me entregaban, se huían
-cuna y muerte de mi afán.
¿Qué fue lo que nos dijimos
cuando pudimos hablar?
Ni tú ni yo lo sabemos,
ni lo hemos de recordar.
Tú contabas las estrellas
guardando la horizontal,
yo deshojaba en la tierra
las rosas de tu fustán.
Tú me dejaste en los labios
sabor de albricias frutal:
miel de guanábana fresca
y de guaya tropical.
Si gritamos o reímos,
¿quién lo podrá asegurar?
¡Sólo la tierra bermeja
que nos oyó suspirar!
Los grillos se adormilaron,
dejó el Jujuy de cantar:
sólo tu cuerpo fluía
ritmos de hamaca nupcial.
La nikté guardó su aroma
y se arropó el del manglar;
pero el aire de la noche
tenía tu olor nada más.
Tú y yo quedamos callados,
solos en la soledad:
tú soñando entre mis brazos,
yo velando tu soñar.
Cuando de mí te apartaste,
te fui siguiendo el andar;
junto al Cenote Sagrado
te volviste oscuridad.
Te me perdiste esa noche
Imposible de olvidar;
Tú por aquello que sabes,
Yo por lo que supe allá.
Tomado de la antología de Juan Domingo Argüelles: Poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días.