Los platos rotos

              Puedes decir que soy un soñador,

                pero no soy el único.

John Lennon

 

El actual gobierno ya fracasó. Esto no es un augurio, sino un crudo diagnóstico.

El más grave rasgo en la personalidad de López Obrador es su desprecio por el ser humano, la subestimación del prójimo, el utilizar a todo el que se le acerca en función de su desbordado ego. No tiene caso seguir esperando correcciones. Cuando la que debería ser su más confiable colaboradora declara que como jurista condena que el Congreso de Baja California haya violado la Constitución, pero como secretaria de Gobernación no puede hacer nada, uno infiere que no tiene ni la más remota idea de las funciones que debe cumplir la dependencia a su cargo.

En un diálogo entre tabasqueños, comentábamos que desde hace 30 años, cuando nuestro actual Presidente irrumpió en la vida política como líder de la oposición, era materia de discusión cotidiana qué hacía AMLO cada día. Un buen amigo agregó con tino: “Ahora Tabasco contagió a México”. Para nuestra desgracia se cumplió lo señalado por Francisco J. Múgica hace casi 100 años: “Hay que ‘tabasqueñizar’ a México”.

Continuar enumerando las graves equivocaciones de la llamada 4T es imitar al burro de la noria; o sea, hacer un ejercicio inútil y estéril.

Entonces si el discurso político, o la narrativa como algunos la llaman, está encajonado entre un pasado bochornoso y un presente angustiante, parece que lo recomendable es hablar del futuro que nos impone un tema imprescindible: ¿quién o quiénes van a recoger los platos rotos?

Permítaseme una digresión personal. Me siento profundamente agradecido con la vida por los amigos que durante toda mi trayectoria me han apoyado y de quienes he recibido, desde la más sencilla orientación, hasta ayudas de toda índole en las situaciones difíciles que he confrontado. Disfruto enormemente mis visitas a Xalapa, noble y amable ciudad donde estudié 10 años. Recientemente, pasé tres días de gratísima convivencia con magníficos seres humanos a los que me ligan grandes afectos y con quienes compartí reflexiones sobre los temas que a todos nos preocupan.

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Una de las más sabrosas conversaciones fue con un pensador de quien recibí grandes enseñanzas en mi juventud, Marcelo Ramírez. En su domicilio y con la presencia de su esposa e hija y nuestro mutuo amigo, Agustín Basilio, hablamos de religión, de los grandes personajes de la historia, de los desafíos del siglo XXI. Nuestro personaje disertó sobre ética y política, además de obsequiarme dos libros de su autoría sobre el tema. Ahí está la clave para enderezar el rumbo. No puede haber solución alguna sin esos ingredientes.

Si un servidor público carece de una buena dosis de bondad, está impedido para hacer política. Se requieren ideas señeras que calen en la colectividad. ¿Qué decir hoy para convencer a la ciudadanía de la necesidad de participar, de involucrarse en asuntos que a todos nos atañen?

Ciertamente, hay momentos que uno recuerda siempre por la huella dejada para ser mejores individuos. Frente al ambiente de discordia y encono, quedó claro que los partidos políticos y las organizaciones de todo tipo deben hacer un esfuerzo para que el Presidente de México tenga una Cámara de Diputados que sea contrapeso, y le dé calidad a la política, además de ser un auténtico parlamento para la deliberación con altura de miras y sólidos fundamentos culturales.

No hay democracia sin órganos colegiados representativos y responsables. Las cámaras del Poder Legislativo, nacional y estatales, carecen de integrantes con una preparación adecuada para las tareas trascendentes de la hora actual. Mejorar su desempeño es el más elemental y urgente deber. No es bueno para el rescate de México la existencia de muchos partidos y el divorcio entre ciudadanía y política.

Ahí está la primera obligación para trabajar hacia el 2024.

El tiempo se nos ha venido encima.