“López Obrador es un dictador”: Oswaldo Ríos

AMLO viola la Constitución,AMLO dice está por encima de la ley
Especial

Morena, sus allegados, sus operadores y hasta sus legisladores están promoviendo la ratificación de mandato de Andrés Manuel López Obrador en lugar de la revocación de mandato, violando las leyes vigentes de México. Esto es solo una muestra más de la dictadura de Andrés Manuel López Obrador, que al parecer busca mantenerse en el poder.

Por esta y más razones el periodista Oswaldo Ríos afirmó en su texto publicado en Quadratin, que López es un dictador.

López Obrador es un dictador”: Oswaldo Ríos

Andrés Manuel López Obrador siempre tuvo en mente ganar la Presidencia de la República para quedarse y cada día es más evidente que hará todo lo que sea necesario, para construir ese escenario reeleccionista.

¿Mi fuente? No son por supuesto sus discursos en los que jura y perjura todo lo contrario, sino sus hechos, descarados e inequívocos, gritando una sola cosa: piensa que solo él, intransferible y exclusivamente él, posee las súper cualidades “morales” y la predestinación histórica necesaria, para convertirse en el nuevo padre de la Patria.

Mi primer argumento es su delirio presidencial.

Este es el hombre que persiguió la presidencia durante 18 años, aniquilando cualquier posibilidad de que la izquierda tuviera otro candidato en este siglo, aunque eso significara cometer parricidio político contra Cuauhtémoc Cárdenas en 2006 o fratricidio político contra Marcelo Ebrard en 2012. En 2018 fue más lejos, mató a su creatura política el PRD e inventó su propio partido para garantizar ningún asomo de disidencia: MORENA.

No fue todo, al perder la elección de 2006 (y todo sentido del ridículo) se autoproclamó “presidente legítimo” el 20 de noviembre de ese año en un Zócalo atestado de mexicanos dispuestos a la representación fársica de la falsificación de las instituciones. Si siguiéramos sus demencias con la misma convicción que él, tendríamos que decirle que “legítimamente” este es ya, su segundo periodo presidencial. Para López Obrador, la política es juego de un solo jugador: él.

Mi segundo argumento es su voracidad de poder.

No hay sorpresa, ni dobleces. Como presidente López Obrador ha seguido el mismo patrón de conducta que como candidato. Encabeza la presidencia que:

Ha atacado a ministros incómodos hasta echarlos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como Medina Mora; ha impuesto a ministros que le garantizan ser incondicionales como Juan Luis Alcántara, Yasmín Esquivel y Margarita Ríos, además de exigir una abierta sumisión del ministro presidente Arturo Zaldívar. Hoy el Poder Judicial está postrado hacia el Ejecutivo.

Ha restituido el papel de levantadedos de los legisladores de su partido a quienes exige obediencia ciega, además de comprar a los comprables promoviendo el travestismo político hacia Morena; ha pactado con satélites impresentables como el Partido Verde; y ha fustigado a la oposición desde el púlpito presidencial como ningún otro presidente. Hoy el Poder Legislativo no es contrapeso, sino extensión de la voluntad presidencial.

Ha destrozado la autonomía de la Comisión Reguladora de Energía al imponer su conformación por quienes antes fueron sus ujieres y ayudantes.

Ha atacado sistemáticamente la autonomía del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales y declarado abiertamente su intención de eliminarlo.

Ha impuesto a su procurador General de la República como fiscal carnal, haciendo nugatoria la autonomía constitucional de la persecución de los delitos y usándola como arma punitiva en contra de sus adversarios políticos.

Ha denostado hasta el cansancio al INE, órgano electoral que garantizó el proceso que lo llevó a la presidencia, y ha alentado las iniciativas de Morena que buscan desaparecerlo.

Ha despedazado la conducción técnica de Pemex y el Instituto Mexicano del Petróleo.

Ha atacado e intervenido de forma obscena (e impensable) en instituciones educativas tan respetables como la UNAM, el CONACYT o el CIDE.

Y ha denostado como nadie a los medios de información y comunicadores que se atreven a criticarlo, con independencia de si siempre han sido sus críticos como Carlos Loret o aliados históricos como Carmen Aristegui.

Esa necesidad de fagocitar aquello que no se le somete no tiene nada que ver con sus márgenes de gobernabilidad, los cuales como es evidente, gozan de cabal salud, sino con darle transexenalidad a las políticas e imposiciones ideológicas de su autodenominada “cuarta transformación”. Para López Obrador, la política es juego de un solo jugador: él.

Mi tercer argumento es su cinismo político.

A López Obrador nunca le importó asumir el costo de la crítica del círculo rojo por tomar decisiones que traicionaron sus propias palabras y para demostrarlo ahí están los ejemplos de la cancelación del aeropuerto en Texcoco, del cual había admitido la posibilidad de continuarlo o al menos permitir que la iniciativa privada se hiciera cargo de ello sin costo para el Estado; o la militarización de la política de seguridad a un nivel más extremo que Peña Nieto o Calderón de quien incluso se mofó por usar una chaqueta militar, que luego él mismo no tuvo empacho en vestir.

Por eso no importa que en marzo de 2018 como candidato, haya negado su intención de reelegirse ante empresarios a quienes les prometió que la inversión extranjera y nacional tendría todas las garantías y certidumbre en su mandato. ¿Cumplió? Tampoco importa que en marzo de 2019 publicara una carta en la que se comprometía a no reelegirse, advirtiendo por supuesto con su demagógica interpretación del artículo 39 constitucional que “el pueblo pone y el pueblo quita”. Menos importa que esa carta se extraviara durante meses y fuera exhibida hasta julio de ese año y que el presidente se dijera dispuesto a certificarlo ante notario. Mucho menos importa que en 2020 y 2021, López Obrador negara en distintas conferencias matutinas su intención de no reelegirse decenas de veces.

¿Por qué no importa? Porque la palabra de López Obrador no vale nada y lo único que tiene importancia son los hechos.

Los hechos son que se apoderó con ánimo depredador de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para no tener obstáculos a sus obsesiones como validar, la de origen, notoriamente inconstitucional revocación de mandato, para autoridades que ya habían sido electas para un periodo determinado.

Los hechos son que ese discurso falaz de mostrarse humilde y dispuesto a irse “si el pueblo quiere” ha sido el pretexto para manipular la revocación de mandato y usarla tal y como lo hizo Hugo Chávez en Venezuela, es decir, no como “revocación”, sino como ensayo de ratificación en el cargo, y eso explica porque la fraudulenta ratificación es promovida por el partido del presidente y no por ciudadanos independientes y mucho menos opositores.

Los hechos son que López Obrador y el ministro presidente de la Corte se confabularon para ensayar la continuidad del segundo en el cargo por dos años más, en abierta violación a la Constitución, y que juguetearon con el asunto y lo dejaron vivir hasta que el repudio fue tal, que hasta la mustia oposición en el Legislativo terminó por no aceptarlo.

Y los hechos son que, el documentado autoritarismo de López Obrador ha incluido actos tan inequívocamente tiránicos como: la confabulación con los militares y la entrega de concesiones, ganancias, atribuciones y permisos para intervenir en política partidista, todo con vistas al futuro; un decretazo que permite violentar la Constitución al capricho del presidente, todo para favorecer el ejercicio absoluto del poder y vencer cualquier oposición jurídica; y un ejercicio provocador, burlón y eternamente polarizante porque el presidente no quiere gobernar para todos, quiere que la campaña nunca termine.

Concluyo:

Quedarse en el poder después de 2024 es la apuesta política más alta de López Obrador y la que le afecta de forma personal más fuerte que ninguna: continuar en el poder después de llegar a él por la vía “legítimamente” democrática, aunque la Constitución del viejo régimen no lo permita. Violarla en uno de sus principios (hasta ahora) más sagrados, debe ser para él, hasta estimulante.

¿Cuánto creen que le importa lograr algo que no ha hecho nadie en la historia y pasar por encima de un texto constitucional que repudia y ha pisoteado en innumerables ocasiones? Exacto.

La que están pensando es la respuesta correcta y cuando descare sus reales intenciones, la salida será muy sencilla: “no soy yo quien quiere quedarse, es el pueblo quien lo pide, porque si el pueblo pone (al elegirlo con más votos que nadie) y el pueblo quita (y rechaza hacerlo en su fraude de revocación de mandato), ¿por qué el pueblo no puede pedir que un presidente siga?”

Y él, como Cristo, se sacrificará a cumplir la voluntad del Padre (el pueblo).

López Obrador es un dictador.