Liderazgo enigmático

El mundo es siempre el mismo porque es inesperado

G. K. Chesterton

 

En mis más de 50 años de vida política he tratado a los políticos más relevantes del escenario nacional. Empecé con un tabasqueño excepcional, Carlos A. Madrazo, y en los últimos años he tratado a otro, López Obrador. Personajes que podríamos calificar de antípodas, con Madrazo uno sabía a qué atenerse; era exuberante en su comportamiento y claridoso en sus intenciones. En el segundo caso, cada día aumenta mi desconcierto. Ningún político ha estado tan cerca del pueblo, pero el pueblo realmente no lo conoce; es enigmático y cada día confunde más a la opinión pública.

Cuando trato a un personaje relevante, me pregunto si es auténtico, confiable, congruente. Con los políticos, el ejercicio resulta fascinante, difícil y sumamente arriesgado. Los desengaños son frecuentes.

Una anécdota de López Obrador da una idea de su comportamiento. Siendo él candidato a la gubernatura, el PRD ganó en 1994 varias presidencias municipales y diputaciones en Tabasco. En 1997, mediante acciones de todo tipo, Roberto Madrazo y el PRI ganaron todo en el estado.

Reunidos los dirigentes perredistas al conocer los resultados, uno de ellos, sin más, ante la contundente derrota, se soltó en llanto. Al preguntarle AMLO por qué lloraba, su compañero de partido, visiblemente acongojado, le respondió: “¿Todavía me preguntas? Nos aplastó Madrazo”. El hoy Presidente de México le respondió: “Alégrate, así no van a ver cómo gobernamos y podremos ganar en el 2000”.

Cuando una mayoría se cierra y no escucha voces opositoras se aísla y al final se convierte en minoría. Eso está haciendo Morena, esa organización amorfa cuyo dueño incurre cada vez más en evidentes incongruencias y notorias ambigüedades. Se confirma así

lo que le confesara a un correligionario hace más de 20 años.

No se habla de cambio de gobierno, sino de transformación. Todo parece consistir en terminar con la deshonestidad. Si la intención de erradicar la corrupción es auténtica, se corre el riesgo, por su mala implementación, de generar una crisis cuyas proporciones provoquen en el mexicano la creencia de que no se puede vivir sin ella. Entonces sí, como diría José López Portillo, nos convertiremos en un país de cínicos.

Terminar con la corrupción no es un asunto sencillo como lo proclama el Presidente, requiere algo más que buena voluntad. La verdad, no veo una política integral ni la gente idónea para realizar una hazaña de esa magnitud. Me gustaría equivocarme, pero más bien parece una simple y burda patraña. Si se habla de un cambio tan profundo, AMLO debería haberse rodeado de colaboradores competentes, no de personas que podrían estar entre los más mediocres de nuestra historia.

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En materia de Estado de derecho son contradictorias dos citas frecuentes del Presidente. La de José María Iglesias: “Nada fuera de la ley, nadie por encima de la ley” y la de Eduardo Couture: “El día que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia”.

En materia social, riñen sus conceptos de pueblo bueno y “mascotitas”. En materia económica, chocan el respeto a la macroeconomía y su frase equivalente a la de Luis Echeverría (“Las finanzas se manejan desde Los Pinos”), “la economía es demasiado importante para dejarla en manos de los economistas”. En materia de energía, invita a la inversión privada y al mismo tiempo cancela las licitaciones.

Sí es auténtico, en cambio, su empeño en consolidar un proyecto transexenal que le permita continuar en el poder, no mediante su reelección. Para ello busca gobernadores afines como Jaime Bonilla y Miguel Ángel Barbosa. Sabe que con el apoyo de los ejecutivos estatales podrá imponer sucesor. Jamás entregar el poder a sus adversarios, por eso también reprueba como demócrata.

Los benditos usos y costumbres de nuestra arraigada cultura política aún son vigentes y la distancia entre dichos y hechos sigue siendo abismal.