Las últimas elecciones de 2018

Las elecciones del próximo domingo en seis estados de la República, incluyendo las de gobernador en Puebla y Baja California, no serán plebiscitarias ni un fiel indicador de cómo marcha el gobierno de López Obrador, son el fin del ciclo electoral que tuvo su punto más alto en los comicios de hace once meses y que le dieron un amplio triunfo a Morena.

No ha habido tiempo, con un gobierno que lleva apenas seis meses y que llegó con un fuerte apoyo popular, para canalizar los espacios de descontento que pudieran existir ni tampoco para que las oposiciones salieran del marasmo en el que las dejó el proceso electoral. Ninguno de los partidos, incluyendo Morena, ha iniciado el ciclo de renovación al que les obliga su nuevo papel en el escenario político y tácitamente todos quieren comenzarlo pasando estos comicios para que las nuevas dirigencias no estén contaminadas, sobre todo en el caso de las oposiciones, con los resultados que tendrán el domingo.

El PAN confirmó a Marko Cortés como su dirigente nacional, pero en el blanquiazul cambiarán muchas cosas. Para empezar, el accidente aún sin aclarar en el que murieron Martha Erika Alonso y Rafael Moreno Valle los dejó, en minutos, sin el estado más importante que gobernaban y sin su principal operador político y líder en el senado. Es difícil cuantificar el daño que ello le ha hecho al PAN. El estado tendrá nuevas elecciones; la corriente de Moreno Valle ha desaparecido como tal, tanto que en estos comicios el candidato a gobernador, Enrique Cárdenas, es un viejo opositor a Rafael, que incluso pudo ser el aspirante de Morena en julio pasado; nadie en el partido tiene el poder de interlocución que tenía Moreno Valle y las disputas internas que generó la elección de 2018 están lejos de haberse superado. La exoneración judicial de Ricardo Anaya le da oportunidad de regresar, pero no ha tenido aún, de parte de muchos panistas, la exoneración política por los errores cometidos. Con todo, el blanquiazul puede tener algunos resultados favorables a nivel municipal en estos comicios, aunque terminará perdiendo dos estados históricos: Baja California y Puebla.

El PRI está pasando por la peor crisis de su historia, no se trata sólo de los pésimos resultados electorales de julio, ni siquiera de las denuncias de corrupción que comenzarán a caer sobre exfuncionarios a partir del caso Lozoya. El problema central pasa por la falta de identidad y de un rumbo para el futuro del partido. La elección interna entre Alejandro Moreno, el gobernador de Campeche, y el exsecretario de salud y exrector de la UNAM, José Narro Robles, es sobre personalidades y proyectos distintos.

La reunión de gobernadores organizada por Alfredo del Mazo la semana pasada, donde participaron once de los doce mandatarios tricolores del país (no fue Claudia Pavlovich, la gobernadora de Sonora) para apoyar a Alito, es el reflejo de un priismo, representado por esos gobernadores, que no quieren tener demasiados problemas con el nuevo régimen y que prefieren una relación cercana con López Obrador. No se entendería de otra forma que ninguno de esos gobernadores haya mostrado hasta ahora signo alguno de confrontación o divergencia con el gobierno federal. Narro no se retirará de la contienda porque la forma en la que la misma se ha planteado debería llevar por lo menos a un debate interno sobre qué camino seguir en el futuro. Un camino que, como están las cosas, nada garantiza que todos los priistas recorrerán juntos. Por lo pronto, el domingo están fuera de la competencia real en los seis estados en disputa.

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 Quién sabe qué sucederá con el perredismo. Su crisis de identidad se ha profundizado a niveles nunca vistos y creo, en una percepción personal, que están esperando a ver qué sucede en el PRI para ver cuál es su ruta, y aliados con quién. Tampoco tienen nada que hacer en ninguno de los seis estados en disputa.

Morena será el principal beneficiado del próximo domingo. Tampoco ha iniciado su transformación, la que implica pasar de la oposición al gobierno, la de dejar de ser un movimiento amorfo para convertirse en una fuerza más homogénea. Como vimos en Baja California, y sobre todo en Puebla, ya en el poder, las luchas por las candidaturas son más duras porque es mucho más lo que está en juego. Y el partido, como tal, debe tener una operatividad mucho mayor a la actual. El relativo desorden de sus grupos parlamentarios, las luchas internas por las candidaturas y las diferencias entre dirigentes y funcionarios así lo demuestran.

Por lo pronto, pasadas estas elecciones, más allá de los resultados coyunturales, todos los partidos tendrán que buscar su destino.